Las sorpresas de la reactualización: la épica medieval en la literatura actual de Alemania, Austria y Suiza

Ángel REPÁRAZ

IES “Cervantes” (Madrid)

derroteengel@gmail.com

RESUMEN

Desde los años setenta se detecta en la literatura de los países germanohablantes un extendi-

do interés por recuperar elementos y motivos de la novela medieval, histórica o mítica, sin-

gularmente de la artúrica. Escritores como Kühn, Dorst, Ch. Hein, A. Muschg o Torberg han

publicado imitaciones o adaptaciones de una novelística, la caballeresca, que introdujo en

suelo alemán modos civilizatorios y artísticos nuevos (el modelo es Chrestien de Troyes). Y

aquí se plantean problemas muy vivos para una comparatística sensible, puesto que estamos

ante una recuperación de lo que ya es imitación, ante una doble flexión, por tanto. E intenta-

mos conjeturar hipótesis sobre las causas de estas actualizaciones paródicas o irónicas (en

novela, teatro, biografía e incluso en la reedición). ¿Son otra manifestación del collage o el

fragmento tan característicos de la modernidad?, ¿o responden a necesidades más profundas

de la época?

Palabras clave: literatura medieval, novela artúrica, literatura actual en lengua alemana.

ABSTRACT

Since the seventies, in the literature of german speaking countries, we perceive a widespread

interest to recuperate elements and notions of the medieval, mythical or historical novel, par-

ticularly the Arthuric one. Writers such as Kühn, Dorst, Ch. Hein, A. Muschg or Torberg have

published imitations or adaptations of a certain type of novel, the chivalrous one, which intro-

duced into the German literature new civilized and artistic modes (the model is Chrestien of

Troyes). And here it poses current vivid problems for a sensitive comparative analysis due to

the fact that we are dealing with a repetition of what is already an adaptation. In the present

paper we try to put forward some hypothesis about the reasons for these parodistic and iro-

nical actualizations (in novel, theatre, biography, or even in the re-edition). Are these another

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manifestation of the collage or of the fragment so characteristic of modernity?, or do they

respond to deeper needs of the time?

Key words: medieval literature, Arthuric novel, recent german literature.

Cualquiera que esté familiarizado con la literatura del área cultural de habla ale-

mana conoce la frecuente tematización a que recurre desde hace algunas décadas de

personajes, constelaciones o motivos de la literatura medieval; hablo señaladamen-

te de textos de Dieter Kühn, Max Frisch, Adolf Muschg, Irmgard Morgner, Peter

Rühmkorf, Tankred Dorst, Christoph Hein, Peter Handke o Friedrich Torberg. Me

propongo en lo que sigue analizar con algún detalle el hecho, y adelantar alguna

hipótesis que dé razón de él.

El coronamiento en Aquisgrán en 1138 de Conrado III instaura la línea dinásti-

ca de los Staufen, y con Federico I Barbarroja y con su sucesor, Federico II, se

afianza en las pequeñas cortes alemanas un nuevo paradigma literario masivamen-

te importado de Francia, sobre todo de la corte anglo-francesa de los Anjou-Planta-

genet. Muy en particular el deshistorizado mito artúrico, un mundo literario que

había levantado ya su propia mitología caballeresca y en más de un sentido una

transposición a lo feérico del ideal del miles christianus; Arturo es un rey bondado-

so al que rodea una corte deslumbrante y liberada de toda servidumbre material. De

más o menos 1160 es la adaptación que hace de Virgilio un clérigo normando en el

Roman d’Eneas, para muchos la primera novela occidental; antes de fin del siglo ya

la había traducido al alemán medio y adaptado Heinrich von Veldecke; no tardará

en presentarse en escena Hartmann von Aue. La irradiación cultural francesa pron-

to alcanza casi toda Europa; se trata seguramente de la primera cultura laica desde

el fin de la Antigüedad, que alienta la primera escolástica, la polifonía eclesiástica

y el nuevo lenguaje formal que nosotros llamamos gótico.

Chrétien o Chrestian de Troyes (1150-1190), un clérigo, es la gran veta para la

importación en Alemania de los temas de la matière de Bretagne. La novela artúri-

ca –en Alemania con una floración ‘clásica’ entre, más o menos, 1180 y 1220–,

estructuralmente un Bildungsroman, transmite a partir de ahora en versión alemana

el artesonado ético del ideal cortesano: mâze, zuht, triuwe, kiusche, manheit son

palabras clave que marcan el tono y las direcciones de la emoción de una época. En

lo literario no pretenden ser originales estos escritores, y, con alguna excepción, no

van mucho más allá de la adaptación de los modelos. Todos, sin embargo, coinci-

den en la potenciación de la figura de cuanto puede depurar y ennoblecer al ser

humano: la minne, el amor, que es entrega incondicional y principio de altísima exi-

gencia en una sociedad galante y erotizada.

Los tres grandes adaptadores de los poemas corteses artúricos son Hartmann,

Wolfram y Gottfried; la madurez creativa de los tres coincide con el comienzo

del XIII. Hartmann von Aue es el introductor de la novela artúrica con su adapta-

ción del Erec y el Iwein de Chrestian, también nos interesa su El pobre Enrique

(Der arme Heinrich). Es más un adaptador libre que un traductor; a veces con mejo-

ras sobre el original. El mayor de los poetas medievales es, sin embargo, Wolfram

von Eschenbach, cuyo Parzival adquiere una popularidad no igualada por ningún

otro texto de entonces. Es particularmente atractiva la dimensión religiosa que aña-

de a la novela artúrica; sus fuentes, no del todo claras siempre, son en cualquier caso

íntegramente francesas. Parzival, determinado a adquirir el utillaje ético y formati-

vo del caballero, es expulsado de la Gralsburg y en algún momento se permita

dudas sobre la bondad divina –el zwîvel– en su camino hacia la individualización.

Justo aquí está el núcleo de su explotabilidad moderna, porque la novela de forma-

ción es historia de la gradual posesión de sí de una persona. En fin, Tristán e Isol-

da (Tristan und Isolde) de Gottfried von Straßburg, de origen asimismo francés,

celebra el carácter absoluto del amor, entreverado con “el gran mito europeo del

adulterio” (D. de Rougemont). Aunque la reelaboración que llevó a cabo Gottfried

quedó incompleta, es claro que, en su pasión, Tristán e Isolda ignoran la moral cris-

tiana. No es menos cierto que también podemos considerar toda la historia como el

paralelo terrenal de un relato hagiográfico, y a Tristán e Isolde mártires de la min-

ne. El ‘servicio de amor’ se está recodificando aquí con un vocabulario y una doc-

trina que son reflejo de la mística de la época (y con incrustaciones clásicas, ovidia-

nas en particular).

El suizo Max Frisch (1911-1991) publicó en 1971 un librito algo desconcer-

tante, Guillermo Tell para la escuela (Wilhelm Tell für die Schule), legible segu-

ramente como un vía de catarsis mediante la ilustración. Un mitema muy central

en la conciencia nacional suiza se pone bajo el bisturí, y luego se intenta su rein-

terpretación a partir de lo muy poco que sabemos, por ejemplo, del Vogt Gessler

y de su encuentro con su victimario, que luego será famoso como Wilhelm Tell.

Desde Schiller, lo saben todos, se considera la saga de Tell expresión concreta del

levantamiento heroico de una comunidad contra la opresión exterior, pero Frisch

zarandea la leyenda. Ya especialistas del han manifestado sus dudas sobre la his-

toricidad de la figura de Tell; aquí los concisos bloques de información histórica

son interrumpidos por consideraciones muy críticas contra los peligros para una

conciencia nacional de la autocomplacencia y las justificaciones poco contrasta-

das. En concreto: las ‘mentiras vitales’ de los suizos sobre su actitud en la II Gue-

rra Mundial; Suiza, y aquí volvemos al empeño ilustrado del texto, fue en algu-

nos sectores menos inmune al contagio nacionalsocialista de lo que se nos ha

venido diciendo.

Tankred Dorst (1925) ha retomado la leyenda de Ginevra, Gawain, Lancelot,

Parzival, etc., en su Merlin (1981); todo en esta pieza teatral postbeckettiana es un

poco grotesco –Mark Twain es un personaje más–, con intrusiones en y distorsiones

del mito literario. Pero también actúa en la pieza el ensueño de un mundo hermoso

y ordenado; Parzival quiere para sí un destino, el de caballero, y, a pesar de las risas

de los otros, está camino de la individuación. Al término, el drama supone el hun-

dimiento del mundo artúrico precisamente por causa de la búsqueda que hacen los

humanos de un mundo mejor: las utopías, parece ser, se autoaniquilan.

Del mismo Dorst es su adaptación (1996) de La leyenda del pobre Enrique (Die

Legende vom armen Heinrich), de Hartmann von Aue. En una torre está recluido el

caballero Enrique, cubierto de heridas purulentas; Elsa, que lo ha visto, sabe de

inmediato que el viaje a Salerno es la única esperanza de curación. Los padres de

ella se oponen al viaje, pero ella no se dejará desviar en su voluntad de sacrificio,

bien a sabiendas de que ese viaje supone su muerte casi segura. Una historia medie-

val de salvación se nos convierte al poco en una tragicomedia sobre la muerte y el

amor. La pareja ha emprendido un viaje hacia la curación, también en busca de nue-

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vas maneras de decir lo que empieza a llamarse el amor en un sentido moderno. Su

Parzival (1990), es una pieza singularísima, a primera vista incomprensible, ¿o es

más bien la recepción escénica en un tiempo convulso de un segmento de tradición

veneranda? Todo cabe en los límites de este propósito: los elementos surreales, citas

o menciones de Aragon, Queneau o Man Ray, la mofa, los elementos vulgares o la

parodia de Herzeloide.

Muy prolífico en su largo trabajo de vitalización de motivos medievales es Die-

ter Kühn (1935), un francotirador señero en el ámbito de la filología académica.

Kühn además casi se ha inventado un género literario: el de la biografía, general-

mente de artista, pasión investigadora y sano subjetivismo al mismo tiempo, y des-

de su Yo, Wolkenstein (Ich Wolkenstein) (1977) ha proporcionado una difusión a la

poesía medieval que a la germanística anterior hubiera parecido impensable. Es una

biografía colorista la de Wolkenstein, un caballero de Tirol del sur que recorrió el

mundo desde Palestina a Rusia o la Península Ibérica como, entre otras funciones,

cocinero y remero. La solidez especualativa de Kühn salta cómodamente por entre

los siglos; no creemos leer una novela trivial, sino un testimonio.

Kühn, efectivamente, ha hecho saltar casi mágicamente las barreras civilizato-

rias y lingüísticas entre los lectores de hoy y los de la Edad Media con su traduc-

ción del Parzival de Wolfram (1986), pero no menos con su El señor Neidhardt

(Herr Neidhardt), de 1981, que es tanto la presentación de una obra como una recu-

peración biográfica. Neidhart von Reuental es de la época y el medio geográfico-

cultural de Walther von der Vogelweide; propiamente hablando estamos mal infor-

mados sobre este poeta cortesano o Minnesänger, fuera de que nació hacia 1180,

vivió por la cuenca del Danubio y la zona de Viena y es autor de canciones eróticas

y hasta obscenas sobre la vida campesina. Un ser humano perfectamente inteligible

para nosotros, tanto que sólo quiere una cosa: salir de la miseria; hay aquí geogra-

fía, hay historia –la terrible situación de los campesinos– y hasta discusión de pro-

blemas textuales, textos del biografiado en adaptación actualizada y laboriosas

prospecciones de filólogo sensible a su objeto. En su Parzival (1986), una especie

de extensísimo prólogo a su traducción citada, reconocemos como un pariente no

tan lejano al esforzado buscador del Grial. Todo el libro está repleto de ‘muestras

estadísticas’ de realidad histórica en el espejo de las reflexiones de Kühn, y de una

inabarcable cantidad de información sobre la política medieval, astronomía árabe,

formas de vestido o flujos dinerarios, las cruzadas, los mapas y los elixires de amor

o la instrucción de las mujeres. Kühn es muy cuidadoso en el respeto a los campos

metafóricos que está estableciendo aquella convención; y al mismo tiempo nos

construye una muy atrayente summa de historia cultural de lo diario de la época.

De 1986 es Los caballeros de la Tabla Redonda (Die Ritter der Tafelrunde) del

alemán Christoph Hein (1944), que recibió autorización –limitada en el tiempo–

para su puesta en escena en una RDA ya agónica; hasta fue publicada en la impor-

tante revista Sinn und Form. Los caballeros de la Tabla Redonda –los legendarios

Arturo, Keie, Orilus, Parzival, Mordred, Lancelot–, que en tiempos se propusieron

la búsqueda del Grial, han envejecido con una empresa sobre cuyo sentido ya

dudan. A Arturo le resulta dolorosamente claro que sólo podrá salvar su reino y el

sueño colectivo si admite la derrota y toma decisiones; en consecuencia, y contra el

parecer de los otros caballeros, transpasa el poder a su hijo Mordred. Al final, Artu-

ro dice al hijo: “Destruirás muchas cosas”, y éste contesta: “Sí, padre.” El desenla-

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ce es tan ambivalente, después de todo, que el Neues Deutschland pudo elogiar la

obra desde un perfecto oportunismo.

El escritor suizo Adolf Muschg (1934) publica El caballero rojo (Der rote Rit-

ter) en 1993. La sorpresa está en el comienzo mismo, puesto que el libro, brioso y

profundamente serio a la vez, tiene más de 1000 páginas; es la historia de Parzival

y el Grial “contada otra vez”, en efecto, pero Muschg no es muy lineal siguiendo el

epos de Wolfram. El escritor y novelista, después de todo un profesor, recurre a todo

el dramatis personae que conocemos, vuelve a las situaciones conocidas, reconoce-

mos, en fin, las articulaciones de un relato. Luego interviene el juego libre que

fusiona la propia fantasía con lo recibido de un pasado no tan ido y con un presen-

te que no acabamos de dominar. El propio autor se incorpora a la fábula, y la paro-

dia y lo feérico se entremezclan gradualmente, por más que su Parzival sigue sien-

do el de hace 800 años; en la historia de Parzival se encuentran pronto ecos que nos

interesan porque son presente, y la idealidad del ethos caballeresco que encarna nos

conmueve como nos conmueve en el Quijote. Los planos narrativos y temporales se

abarquillan y deslizan, y en la novela se disuelven las certidumbres morales, hasta

escapársenos las certezas sobre Parzival mismo, que puede ser un asesino o un caba-

llero.

El austríaco Heimito von Doderer (1896-1966) escribe en 1936, con anteriori-

dad por tanto a sus grandes novelas, una narración breve, La última aventura (Das

letzte Abenteuer), que ocupa un lugar de excepción en sus escritos. En el cuadro de

una Edad Media tardía –en parte es el mundo del epos versificado cortesano– caben

numerosos elementos autobiográficos; y seguramente el cuadro no es tan histórico

como parece, por muy buena coyuntura que tuviera en los años 30 este tipo de

narraciones. En realidad se nos presenta también aquí la problemática de la homi-

nización (Menschwerdung), un término central en la poética de Doderer; un vívido

paisaje de dragones, castillos y distancias amorosas subraya el fuerte lirismo del

conjunto.

En 1951 Thomas Mann (1875-1955) publica una novela titulada El elegido (Der

Auserwählte), basada en el Gregorius de Hartmann, que a su vez ha recogido el asun-

to de una Vie de Saint Gregoire; ha tenido una existencia a la sombra de las otras cre-

aciones mannianas. Cuando apareció, la crítica de ambos estados alemanes expresó

sus reservas; con las destrucciones de la guerra todavía recientes y en medio de la

Guerra Fría no había que esperar mucha sensibilidad para los primores medievalis-

tas de un autor anciano. Los filólogos tampoco supieron muy bien qué hacer con su

muy original lenguaje, que otros sin embargo encuentran divertido. Es un alegato

contra la demonización social y tradicional del eros relatado por el monje Clemente,

una especie de Serenus Zeitblom medieval, que nos cuenta del duque Grimaldo y de

sus dos hijos, Gregorius y Sybilla, que se aman y tienen un hijo; Gregorius comete

después incesto con la madre, hace rigurosa penitencia y al cabo alcanza el papado.

Pero el virtuosismo del último Mann en algún paso suena a hueco.

El austríaco Friedrich Torberg (1908-1979) ha armado en Süßkind von Trimberg

(1972) con su personaje, el único Minnesänger judío de lengua alemana de que se

tiene noticia (siglo XIII), una biografía que pudiera sin ninguna dificultad pasar por

verosímil. En su incesante vida errante experimenta Süßkind en carne propia las

reservas, cuando no la abierta hostilidad, que una época de saturación eclesiástica

alimentaba contra la comunidad judía. Judío él mismo, no es ésta sin embargo una

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novela más de Torberg; la historia de Süßkind von Trimberg nos habla después de

todo de otra historia, la del propio Torberg, y de su combate contra una doble mar-

ginación. Un combate exitoso a menudo, puesto que fue muy influyente en los

ambientes literarios de la Viena de postguerra.

De la figura de Wilhelm Tell tenemos también una vindicación, episódica pero

característica, en McKinsey viene (McKinsey kommt) (2003), del dramaturgo Rolf

Hochhuth (1931). Su idea, schilleriana o lessinguiana en su origen, del teatro como

“instancia moral” es compatible con el brochazo vigoroso, de modo que al comien-

zo de la pieza se menciona la ejecución justiciera de Geßler por Tell; un personaje

recita un soneto que es una advertencia lanzada a Ackermann, el ficticio presiden-

te de la patronal, recordándole el caso de Geßler, pero también los de Schleier, Pon-

to y Herrhausen –todos empresarios y banqueros víctimas mortales de atentados en

la Alemania reciente. No hay que decir que el debate mediático que ha desencade-

nado la pieza ha sido, por decir lo menos, áspero. La pregunta que nos hacemos es

si tiene algún sentido político asociar los algo terminantes métodos de Tell con la

problemática de los desempleados en la sociedad altamente integrada de las nano-

tecnologías y la información instantánea.

Hemos incluido, como se ve, en nuestro campo de exploración material de la

literatura cortés, artúrica y hagiográfica. En la convención poética de la época des-

taca la tragedia de Tristán e Isolda como la de la ilusión omnipotente del amor, una

modalidad de la minne no conocida hasta entonces e irreductible a la profesada por

la caballería (en ningún lugar se lee que Tristán e Isolda deseen casarse). Quizá este-

mos autorizados a trasladar a un estilo literario entero lo que Jakobson ha llamado

la “dominante” de una obra, que comanda, influye y transforma todos los demás

componentes, y garantiza su unidad estructural. Y que reconocemos incluso en sus

formas degradadas o caricaturescas, como Neidhart, el original y el de Kühn, eter-

no perdedor en el amor y objeto frecuente de atropellos; no, las figuras prototípicas

de la moderna literatura norteamericana no son algo tan nuevo. La imantación que

ha ejercido esa propuesta está sin duda en sus repetidas recuperaciones, versiones,

readaptaciones y hasta parodias, desde Wagner a las nuevas versiones actuales de

Kühn y de Günter de Bruyn. Más en general, “en el reino de Arturo no hay econo-

mía; prospera la virtud y el amor”, escribe García Gual (1990); muy centralmente

por eso, en el ciclo artúrico se agavillan unos cuantos culturemas que, por distantes

que estemos del sistema de evidencias en que nacieron, están en la base de nuestra

idea de la literatura.

Pienso que puede establecerse en la casi totalidad de estos textos un impulso

unitario; en su aproximación a ciertas formas literarias y existenciales medievales

los autores consignados las han hecho recognoscibles, por así decir, trascendiendo

a menudo los límites canónicos de los géneros de acuerdo con tendencias de la lite-

ratura en alemán de los últimos decenios; el trabajo filológico escrupuloso suele

hermanarse con la ficción y el esmero biográfico. No es, por cierto, del todo ajena

a nuestro tema la llamada biographie romancée de los años setenta (P. Härtling, W.

Hildesheimer, P. Weiss), que tiene ya muy poco que ver con las divulgaciones de

Emil Ludwig o St. Zweig de los años 20 y 30. El baño lustral en las corrientes

medievales hasta sirve de ocasión para la confesión en dos obras tardías de entre las

seleccionadas. A Torberg para volver a una obsesión subterránea de su vida –su con-

dición judía–, a Th. Mann a la suya, una inclinación homosexual que disfraza de

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incesto. Como fuera, a ninguno de estos autores dejó indiferente una cultura litera-

ria que, en parte fecundada por fuentes muy antiguas y diversas, había desarrollado

a partir de una región de experiencia universal toda una doctrina de la imaginación

amorosa –de que nos reclamanos sin dificultades, fiados a esa ‘voz interna’ que T.

S. Eliot eregía en criterio del gusto. Conocemos y sentimos siempre contra un cono-

cimiento y una sensibilidad anteriores, y aquí casi lo de menos es la fidelidad de la

reconstrucción sociohistórica de contextos –a menudo considerable, por lo demás–;

la exuberancia espléndida de la fantasía artúrica, de la invención cortés sigue poli-

nizando la literatura de nuestros días.

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