En una Viena bajo el apagón moral de los años de posguerra un Wittgenstein seriamente enfermo se obstina en una búsqueda cuasi religiosa de la certeza.

Ángel Repáraz

Por fas o por nefas, lo que Mosterín llama “la incandescente intensidad de Wittgenstein”, un pensador ciclotímico de atractiva personalidad, sigue ocupando a la academia, en particular a la adicta a las modas. No soy lógico y carezco de formación reglada en ningún lenguaje formal, pero ‘hacer dedos’ es siempre saludable, y hay problemas que interesan a cualquiera que pretenda mantenerse intelectualmente despierto. El problema es de viejísima data y puede situarse en estos términos: ‘¿Qué y cómo podemos saber con alguna seguridad?’ Publicado en 1969 en Oxford (Blackwell) en edición bilingüe, Über Gewissheit [Sobre la certeza] - las respuestas de Wittgenstein al problema - a veces es despachado con condescendencia como un ‘escrito menor’. Así, Sádaba: “Tiene el valor anecdótico y sentimental de ser lo último que escribió Wittgenstein. […]. Podemos preguntarnos ya si añaden algo estos escritos a las Philosophische Untersuchungen.[1]” Más empático es ya A. J. Ayer, un importante lógico (“Encuentro que es el libro más lúcido de todos los de Wittgenstein.[2]”) En su peregrinar último, que se cubre muy estrechamente con el destino del libro, el autor había visitado a mitades de 1949 los Estados Unidos; a fin de ese año viajó una vez más a Viena (donde destruyó sus diarios, y los de la I Guerra se salvaron de casualidad.) En Navidades de 1950 vuelve a su ciudad natal; será la última visita. Quizá la dolencia final, un cáncer de próstata, se adelantó a su voluntad autodestructiva (tres de sus hermanos murieron voluntariamente), que lo acompañó desde la primera juventud. Nada de lo cual pareció lesionar su granítica autoconfianza. Hacia 1919 Wittgenstein pensaba que el Tractatus proporcionaba solución definitiva de todos los problemas de filosofía en la medida en que fueran tales[3]. En los apuntes que nos ocupan estuvo trabajando todavía dos días antes de morir. Falleció en Cambridge el 29 de abril de 1951. Su entierro fue católico.

Sobre la certeza consta por completo de primeras notas; el autor no llegó a revisar o reelaborar la primera redacción. Los estudiosos han dividido este corpus en cuatro períodos separados de relativa autonomía, cuyo detalle no juzgo pertinente aquí. Ayer no está en solitario en su estimación de estos apuntes brevísimos (rara vez superan en extensión una media página en octavo y el texto del propio Wittgenstein es de 165 páginas en la edición que cito abajo), que serían algo así como la summa de su obra.

Hay una afirmación al comienzo del libro que intriga por el fundamento que aduce: “Mein Leben zeigt, dass ich weiss oder sicher bin, dass dort ein Sessel steht, eine Tür ist usw.[4]” [Mi vida muestra que sé o estoy seguro de que ahí hay un sillón, que está la puerta, etc.] De pronto sentimos como si Wittgenstein se nos hubiera hecho vitalista de lo trivial. El hecho es que intuimos que una persona está segura de una proposición cuando no siente duda ninguna de su verdad: un concepto estrictamente psicológico. Pero hay otro tipo de certeza, que Russell define así: “Una proposición es cierta cuando tiene el más alto grado de probabilidad, sea intrínsecamente o como resultado de un razonamiento. Quizá ninguna proposición sea cierta en este sentido, [...] un conocimiento ulterior puede aumentar su grado de credibilidad.[5]” Él la llama certeza epistemológica (la certeza subjetiva para él es un concepto psicológico, mientras que la credibilidad es, al menos en parte, lógica.) Pero los ámbitos de predicación de los términos se interpenetran y no es sencillo situar a nuestro autor. Quizá con preferencia por la primera, que, en el límite, es la fe (otra traducción posible del término belief, como es sabido). Lo documentan pasos como este: “Ein Zweifel, der an allem zweifelte, wäre kein Zweifel.[6]” [Una duda que dudara de todo no sería una duda.] ¿Qué sería entonces?, se pregunta uno.

La sospecha de que el conocimiento matemático debe su certeza a su carácter analítico (tautologías que no nos informan sobre el mundo) no escapó al escepticismo antiguo. Como quiera, para Russell la filosofía “[...] tan solo disminuye la posibilidad de error y que, en algunos casos, reduce este riesgo hasta tal punto que lo hace prácticamente insignificante.[7]” Pero en el mundo en que vivimos no puede hacer más, e ir más lejos para el mismo Russell atentaría contra la prudencia. Para un hombre racional hay una escala de dudosidad, desde las proposiciones simplemente lógicas y aritméticas y juicios de percepción, a un extremo, hasta cuestiones tales como qué lengua hablaban los micénicos […].”[8]

Más que de filósofos en sentido restringido, Wittgenstein recibió una formación indeleble de escritores ubicados en la intersección de la reflexión religiosa, la poesía y la filosofía en sentido usual, muy principalmente de San Agustín, Tolstoi, Kierkegaard, Dostoievski o Tolstoi. Y Goethe, Lessing o Schiller, es decir, las grandes figuras del clasicismo alemán, estuvieron siempre en su interés. Consideraba a Platón como un alma gemela a la suya - Platón, es sabido, tiene una fuerte querencia por lo místico, o meramente poético -; y en su última etapa atribuía un lugar en cualquier filosofía ‘válida’ a los enunciados de la religión y de la ética, precisamente porque se sustraen a las mallas del lenguaje (por supuesto que, además de literatura, el joven Wittgenstein leyó a físicos como Boltzmann o Hertz). Pero su desdén ‘aristocrático’ por la bibliografía filosófica[9] secundaria (o primaria: de acuerdo con Ayer ‘no hay evidencia’ de que Wittgenstein hiciera nunca un intento serio con las obras de Kant[10]) acabó por vengarse. Las palabras de Russell años después de su muerte suenan terribles: “Admiré el Tractatus de Wittgenstein, pero no sus trabajos posteriores […] pues me parecen una absurda negación de un gran talento. Las tesis positivas de tales trabajos me parecen triviales y las negativas insuficientemente fundadas. En las Investigaciones filosóficas no he encontrado absolutamente nada que me interesara; sencillamente soy incapaz de entender cómo haya una entera escuela que ve en ese libro una fuente de sabidurías profundas.[11]

Ayer afirma que todo este libro basa sus argumentos en la celebrada defensa del sentido común de G. E. Moore.[12] Carezco de competencia para pronunciarme sobre ello; pero también es sencillo presentar fragmentos del mismo que aluden a lo mistérico, lo indecible o lo inefable. Acaso mediante alguna alteración de la interpunción en la forma como ha sido recibida la obra wittgensteiniana emerja, claramente en la que comentamos, un alma religiosa, una, otra, fe. Sea lo que sea que en nuestro actual mundo entendamos por ello.

Sobre la certeza es una extensa cadena de fragmentos de ductus machacón subtendidos por una conocida nostalgia: la posibilidad de un absoluto. Son notas en que el autor, muy en su estilo, parece dejarse ir sin temor a resultar escasamente académico; humildes a primera vista - ’filosofía del lenguaje diario’ -, en ellas sin embargo está Wittgenstein al completo en la conciencia de la radical pertinencia de su reflexión, no siempre respetuosa con las tradiciones: “Es ist, als ob das ‘Ich weiss’ keine metaphysische Betonung vertrüge.[13]” [Es como si el ‘yo sé’ no soportara la insistencia metafísica]. Es un lugar común que, en un sentido lato, su obra carece de doctrina o sistema. No parece tampoco que los buscara, ser ‘higiénico’ con la lengua (con su uso, más precisamente) le resultaba prioritario. En sus Retratos de memoria refiere Russell una historia sobre el Wittgenstein joven tan chusca como elocuente: “Solía venir a mis habitaciones a medianoche, y durante horas caminaba de un lado a otro como un tigre enjaulado. Al llegar, anunciaba que cuando abandonara mis habitaciones cometería suicidio. De modo que, aunque me estaba entrando el sueño, prefería no dejarlo marchar. En una de aquellas noches y tras una hora o dos de silencio mortal le dije: ‘Wittgenstein, ¿está usted pensando en lógica o en sus pecados?’ ‘En ambas cosas’, dijo, y volvió al silencio.”[14] La obsesividad temperamental, el compromiso inabdicable con lo que entendía por filosofía y, de hecho, con cuanto emprendía, han dirigido esta vida. Nos preguntamos si estaba intelectualmente equipado para los combates intelectuales en que la empeñó.

Material utilizado

Ayer, Alfred J., Luwig Wittgenstein. Londres: Penguin, 1986 (1985).

Baum, Wilhelm, Ludwig Wittgenstein. Madrid: Alianza 1988 (1985 el orig.)

Descartes, René, Discurso del método y […]. Madrid: Espasa Calpe, 2001.

Kolakowski, Leszek, Die Suche nach der verlorenen Gewissheit. Denkwege con Edmund Husserl. Múnich: Piper 1996 (1957).

Mosterín, Jesús, Ciencia, filosofía y racionalidad. Barcelona: gedisa, 2013.

Reed, Baron, “Certainty”. En: Stanford Encyclopedia of Philosohy. 2008. En la Red.

Russell, Bertrand, El conocimiento humano. Madrid: Taurus, 1968 (1948).

Russell, Bertrand, Fundamentos de filosofía. Barcelona: Plaza & Janés, 1972 (1927).

Sádaba, Javier, Conocer a Wittgenstein y su obra. Barcelona: DOPESA, 1980.

Wittgenstein, Ludwig, Über Gewissheit. Frankfurt: Suhrkamp, 1982 (1969).


[1] Sádaba (1980: 127 y ss.).

[2] Ayer (1987: 15).

[3] Ayer (1986: 5).

[4] Wittgenstein (1986: 10).

[5] Russell (1968: 502).

[6] Idem (1986: 117).

[7] Russell (1972: 626 y s.).

[8] Russell (1968: 500 y s.).

[9] Que tiene un llamativo paralelo con el afecto antilibresco, si así puede decirse, de Descartes (en la tercera parte de su Discurso).

[10] Y el Nuevo Testamento lo conoció en su integridad solo en el cautiverio, con 30 años, o casi.

[11] Citado en Baum (1988: 180).

[12] Ayer (1986: 110).

[13] Wittgenstein (1982: 175).

[14] Citado en Ayer (1986: 16). La traducción es mía.