Unamuno y el Obermann de Senancour: una prolongada proyección.

Ángel Repáraz

Unamuno, “el primer intelectual español moderno” (St. G. H. Roberts), de acuerdo con Juaristi crea el ensayo actual en nuestra lengua con los trabajos que recogió bajo el título En torno al casticismo (1901). Digno de nota es que en la larga obra periodística, filosófica y ensayística del escritor vasco haya muy pocos autores que tan permanente y un sí es no es obsesiva atención le hayan merecido como Senancour, en particular su Obermann. Entre diciembre de 1911 y diciembre de 1912 publica en 12 entregas en ‘La España moderna’ lo que será el ensayo Del sentimiento trágico de la vida, su opus magnum con poca duda, y él lo sabía bien; la obra, “radicalmente antimetódica y antisistemática”[1] está bien basamentada con citas de las grandes figuras de la logia imaginaria del autor: clásicos greco-latinos, Spinoza, los grandes del idealismo filosófico alemán, Nietzsche, Pascal, Kierkegaard, Schopenhauer, Amiel, Leopardi, etc., y con ocho ocurrencias del Obermann[2]. Ya lo cita en 1897, en un contexto de severa crisis personal (tres años antes, en octubre de 1894 y ya catedrático en Salamanca, se ha afiliado a la Agrupación Socialista de Bilbao y colabora pronto en ‘La lucha de clases’, un seminario socialista recién fundado allá; Unamuno cree por entonces en “la aurora de una civilización nueva”). Hay un factor a añadir aquí, no directamente atinente a nuestro propósito: ese año de 1897 es decisivo para él porque en enero es encarcelado Valentín Hernández, director del semanario citado, por motivo de un artículo de Unamuno sin firma. Él en Salamanca no duerme y vive serios episodios de angustia, de etiología también religiosa; su Diario íntimo es un buen espejo de aquel penoso paso. Al parecer, le pasó por la cabeza la idea del suicidio con morfina.

El escritor, que había recorrido con frecuencia en su juventud los montes en torno a Bilbao, comprensiblemente empatiza con el fondo alpino de los padecimientos de Obermann. Émile Martel ha computado 17 ‘paisajes del alma’ en las notas al margen del ejemplar que poseía Unamuno, sobre un total de unas ciento cincuenta (hay asimismo unas pocas decenas de notas en su ejemplar de Aldomen, de 1795[3]). Y se pregunta cuántas veces lo habrá leído; lo seguro es que tienen que haber sido muchas desde el año de la primera mención hasta la postrera en el artículo ‘Excursión’ del 19 de julio de 1936, con el país ya en guerra civil, por tanto.

La conciencia política de Senancour, y la política ha sido más que convulsa durante la dilatada primera mitad de su vida, no parece haber estado muy desarrollada si la contrastamos con escritores de su tiempo como B. Constant o Chateaubriand. Siente desprecio abstracto por el tirano, algo muy de época, desde luego. Ha huido a Suiza (1789) con el apoyo materno, contrariado por el deseo de su padre, Claude-Laurent Pivert, ‘Contrôleur des Rentes’, que deseaba verlo en el seminario de Saint-Sulpice para hacer de él un sacerdote, algo por lo que no sentía la más mínima inclinación. Suiza, cabe suponer, representaba las costumbres sencillas, una irrealidad pastoril, y Obermann nacerá con el descubrimiento de los Alpes. Étienne Jean-Baptiste Pivert Senancour, tal su nombre completo, errará de 1789 a 1803 del país de Vaud al Valais, de Ginebra a Friburgo y a la Suiza alemánica. En septiembre de 1790 se había casado con una muchacha de Friburgo y tenido una hija; poco después se le había muerto un hijo que había vivido siete días. El tercer hijo fue adulterino. Parece creíble cuando escribe que el día de su matrimonio fue uno de los más tristes de su vida. Obermann ha sido escrito entre 1799 y 1801 bajo el hechizo, al parecer en modo alguno recíproco, de la Mme Del del libro, esposa de un escritor. En su formidable ‘Préface’ a la edición de 1833 del libro Georges Sand alude a las ‘monodías misteriosas y severas’ de esos libros ‘desconocidos’, que han pasado sin ser percibidos. Un libro psicológico el Obermann, añade, y a fe que el Anton Reiser no le queda demasiado lejano (que no pudo conocer).

Obermann apareció en París en junio de 1804, en dos volúmenes en octavo. Las otras dos versiones (1833 y 1840) contienen modificaciones del autor que, si seguimos a Sainte-Beuve, más que enriquecerla hicieron perder sabor a la obra. Cinco o seis años antes había aparecido la citada Aldomen, un esbozo o anticipación del Obermann. No hay que pasar por alto el subtítulo, ou le bonheur dans l’obscurité: un propósito para la construcción de una vida. Ofrece con muy poco realismo sus servicios a François de Neufchâteau, uno de los cinco miembros del Directorio, de quien no recibe respuesta (esto se ha sabido en el siglo XX). Y su actividad de escritor es interrumpida en el París de la Restauración por un cargo de difamación de la religión en su Resumé de l’histoire des traditions morales et religieuses (1827), donde parece que describe a Jesús como ‘un sabio juvenil’. Es declarado culpable y condenado a prisión y una multa, pero las condenas son anuladas en recurso. También ha trabajado de preceptor y frecuentado la sociedad elegante del hôtel Beauvau. Thiers, y después Villemain, obtienen de Louis Philippe para él pensiones que le permiten pasar confortablemente su madurez. La vejez transcurre en Saint-Cloud al cuidado de su hija, escritora también. Muere en 1846. Cuidó de su propio epitafio: ‘Eternité, sois mon asile’.

Su ausencia de Francia en la primera fase de la revolución había sido interpretada como malquerencia por parte de alguno de los gobiernos revolucionarios; su nombre figuraba en la lista de emigrés. Pero visitó de vez en cuando furtivamente el país y pudo salvar lo que quedaba de un no insignificante patrimonio familiar: Senancour era algo menos inhábil que su criatura literaria. En 1799 había publicado en París las Rêveries sur la nature primitive de l’homme, un libro irremediablemente roussoniano que lo señala como precursor del movimiento romántico; en el mismo Obermann no es del todo infrecuente el empleo de términos como romantique, romanesque. Así las cosas, casi no hay que decir que Obermann se aburre mucho, como Rousseau, avanzado de su tiempo también en esto y en otros malestares (“¿… y vivir así en un estado violento, en una repugnancia perpetuas?[4]”) Y como tal romántico y moderno es asimismo un continuo estudioso de sí, cultor de una voluntad que sabe que fallará y de una sensibilidad dispuesta siempre a la efusión romántica; la aurora, pongamos por caso, es de “una belleza sublime”. Los valles, los picos nevados, sus pequeños éxtasis, el Mont Blanc a la vista, estamos en el primer romanticismo: pero la vida entre tanto se escapa y él no emprende nada porque ese quietismo suyo de carácter invalida, o corrompe, la voluntad empírica. Su proyecto general, ideal, de una vida queda invenciblemente en pura posibilidad contrafáctica. ¿Dónde está aquí Unamuno, el sanguíneo don Miguel, necesitado de acción como del aire?

“Me atrevo a creer que no me parezco a ninguna otra criatura existente.” Lo dejó escrito Rousseau en el pórtico de las Confesiones, con razón probablemente. También Senancour cuenta con alguna prerrogativa para la misma dignidad; los puntos de contacto de ambos outsiders son en verdad múltiples. Señaladamente si nos detenemos en el Rousseau de las Rêveries du promeneur solitaire; el ‘topos’ de la persecución de que es presa el no conformista, la mística del corazón puro también se encuentran casi en cada página de Senancour. Y si, para volver al tedio, Rousseau es el primer escritor que escribe con aburrimiento (Sloterdijk), Senancour no sale fácilmente del “profond ennui”, insoportable en alguna coyuntura. Un tedio, observemos también, que puede sobrellevarse hasta con alguna distinción, algo genéricamente diferente de la destructiva noia de Leopardi.

Obermann es acaso, más que un ‘tipo’ humano, una forma o categoría de interpretación (dolorosa) de la vida, interpretación que se bloquea in nuce por el simultáneo deseo del olvido, la irresolución y la pereza: muy poco unamuniano todo ello. ¿Puede reducirse esto a cambios en una historia de las mentalidades, asociable aquí al cor inquietum de Agustín de Hipona? “La obra inmensa – no por la extensión material – de Senancour ha llegado a ser breviario de algunos espíritus escogidos, y tendrá siempre sus fieles lectores, mientras se hunden en el olvido otras obras con que sus autores trataron de engañarse engañándonos.”[5] Y Georges Sand eleva la condición de Obermann, que si en tanto que filósofo no ha llegado a la santidad ha sido por mera carencia de fuerzas. Después de esto no extraña la amplia nómina de quienes se reclamaron del errante insatisfecho: V. Hugo, Balzac, Stendhal, Baudelaire, Stevenson, Proust (“Senancour soy yo)”, invasivamente nuestro Unamuno.

Unamuno, es sabido, en su meditación es algo estridentemente afecto a temas como ‘el hombre de carne y hueso’, la inmortalidad personal (su deseo ardiente, mejor), etc. A primera vista todo esto nos aleja de la constelación mental de Senancour, con su reflexividad paralizante, etc. En su vida pública Unamuno ha reaccionado siempre de inmediato, casi espasmódicamente a los estímulos de la política del momento. Pero también aquí nos guarda una sorpresa el en tiempos racionalista don Miguel, que también tiene una vena de fijaciones biográficas cohonestables sin forzar las cosas con Senancour: “El caso es buscar consuelo en el desconsuelo.” Además, una persistencia emocional tan duradera tiene que suponer la dramática aquiescencia con alguna conclusión del francés que contradice al Unamuno más ‘conocido’; en dos palabras: la increencia de Senancour, es decir, de Unamuno. Hay otro paso de los celebrados por don Miguel, ya más explícitamente ‘romántico’ en su dolor y a mi entender más transparente de la personalísima lectura que don Miguel ha hecho del libro:

Que quelquefois encore, sous le ciel d’automne, dans ces derniers beaux jours que les brumes remplissent d’incertitude, assis près de l’eau qui emporte la feuille jaunie, j’entende les accents simples et profonds d’une melodie primitive. […] le sons romantiques bien connus des vaches d’Unterwalden et d’Hasly; et que là, une fois avant la mort, je puisse dire à un homme qui m’entende: Si nous avions vecu![6]

“Cuando la muerte nos separa de todo, todo queda, sin embargo; todo subsiste sin nosotros.[7]” No es el único paso del romántico de este tenor ¿resignado, simplemente desapegado del mundo? Heredero de la gran cultura literaria y filosófica francesa, la de los philosophes, etc., Senancour es un maestro en la filiación de estados psicológicos y difícil de batir en la variedad que conoce de significantes para la derelicción y la desdicha, al punto de que un lector desprevenido puede rebelarse ante esa negatividad en el autoanálisis. Tiene mucho de Rousseau en su masa sanguínea, sin duda, pero también mucho de Cicerón, ahí está si no esa aceptación animal del orden de las cosas, ese escepticismo suave e inteligente, civil, nada ajeno de Montaigne además y tan lejano de don Miguel. Senancour procede de un clima y de un momento intelectuales de cultivo y ‘publicitación’ artística de los sentimientos, de su cuidado, su discusión.

Por todo ello queda no tan rara la no mención de la Revolución en los cientos de páginas del Obermann, de sus violentos quiebros o de los trastornos que ha tenido que originar en su medio social de origen y en la persona del autor. A fin de 1789 Senancour es un francés de 19 años, y su país ha cambiado vertiginosamente desde el asalto a la Bastilla, solo meses antes. En 1792 la Asamblea declara la guerra a Austria y Francia empieza a anegarse en un interminable rosario de conflictos y movilizaciones; es el primer país en introducir la levée en masse. En 1793 se producen les massacres de septembre, de las que emerge una faz nueva de la Revolución, que hasta entonces contaba incluso con un ‘rey demócrata’. Las clases medias se están afianzando y la demagogia se enseñorea de la Convención; en 1795 el exitoso golpe de Estado de un parvenu genial, Napoleón Bonaparte, se diría que tiene un programa de altos vuelos: gloria nacional y gobierno autoritario. ¿Juzga, analiza, condena, menciona Senancour algo de todo ello? En absoluto. Sloterdijk ha visto en Rousseau la emergencia de la subjetividad moderna, e incluso pone fecha a su eclosión, 1776/1777, con las Rêveries. El patrón ya estaba con ello en circulación, y Senancour participa fervoroso de esa idea de existencia. Pero no seamos ingenuos de pensar que con su pretendida ‘afinidad’ con relación al ahistórico Obermann hemos avanzado en una posible ‘ontología menor’ de ese su admirador rendido y hombre de carne y hueso que fue Unamuno. Aunque quizá a través de Obermann acertemos a descubrir visos de un Unamuno menos paradójico y furioso y más íntimo, insólito, debilitado (recordemos su silencio de 1897 cuando el dirigente socialista Perezagua le pide que se responsabilice de su artículo), interesante. Se diría que Unamuno se esforzó por convencerse de que avanzaba en la prolepsis de su vida de la mano del ‘gigantesco’ Obermann hacia… sí, ¿hacia dónde?

Material utilizado

Bainville, Jacques, Histoire de France. París: Tallandier, 2007.

Borgeaud, Georges, “L’espace desenchanté de Senancour”. Prólogo a Senancour, Obermann. París: Union Générale d’Éditions, 1965.

Juaristi, Jon, Miguel de Unamuno. Madrid: Taurus / Santillana / Fundación March, 2012.

Martel, Émile, “Lecturas francesas de Unamuno: Senancour”. En: The Romanic Review, vol. LIV, 1, febrero de 1963.

Rabaté, Colette y Jean-Claude, Miguel de Unamuno. Biografía. Taurus / Santillana, Madrid 2009.

Sand, George, “Préface” a Obermann (1833). En la Red.

Senancour, Étienne Pivert de, Obermann. París: Union Générale d’Éditions, 1965.

Unamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Prólogo de Pedro Cerezo. Barcelona: Espasa / Planeta 2010 (1913).

Nota

He seguido el uso actual francés y escribo siempre Senancour y no Sénancour como Unamuno y, con alguna inconsecuencia, Martel. También escribo siempre Obermann, título del libro (cursiva) y ficticio yo-narrador del mismo (redonda), después de todo un antropónimo alemán (en su origen una probable designación de oficio). En general, las condiciones anómalas en que compongo estas notas, con una pandemia que no remite, han obstaculizado el ineludible trabajo de documentación. No he podido hacerme con el único artículo que Unamuno ha dedicado en su integridad a Senancour, ‘Una base de acción’, que se encuentra en De esto y aquello (Buenos Aires: Suramericana, 1953). Por si fuera poco, de las Ensoñaciones de Rousseau tampoco me ha sido posible la consulta. En fin, Lucía Svetlana Kegler en los 40 del siglo pasado defendió en la Universidad de Duke (Estados Unidos) una tesis doctoral bajo el título ‘Obermann’ in the works of Unamuno. Hay que lamentar que no haya rastro de ella en la Red.

Madrid, 28 de mayo de 2021


[1] Cerezo (2013: 15).

[2] Ibidem.

[3] Marcel (1963: 85).

[4] Senancour (1965: 30, carta I).

[5] Unamuno citado en Martel (1963: 86).

[6] Senancour (1965: 87, Carta XII).

[7] Senancour (196.: 111, Carta XXIV).