Negacionismo aristocrático del mundo social de las obligaciones. Sobre la peripecia de Knulp, de Hermann Hesse.
Ángel Repáraz
Habent sua fata libelli (y el Knulp cumple con el formato de un libellus). Contra el poderoso magnetismo de la gran obra de madurez de Hesse, el Glasperlenspiel (1943), que tiene dignidad para presentarse como una sinfonía bien orquestada, queda el Knulp (1915) como un sencillo concertino de cámara apenas atendido. Cuyas tres partes, por lo demás, episodios de la vida del titular laxamente ligados, si bien conjugados como movimientos de un único plan musical (se publicaron inicialmente por separado: ‘Primavera temprana’, ‘Mi recuerdo de Knulp’ y ‘El final’), no alcanzan a urdir una biografía del personaje.
En la actualidad es un título poco conocido; advierto que no figura en ninguno de los dos manuales alemanes de que dispongo al recoger notas para este escrito. Tampoco la algo desenfocada recuperación de Hesse en la California floral de los 60 / 70 le prestó atención, polarizada como estaba por el Steppenwolf (1927). Ya no se recuerda que este volumen, aparecido en la Primera Guerra Mundial, fue en los años previos a la publicación del Demian el título más popular del autor; en 10 años el librito del vagabundo vendió 100.000 ejemplares. Knulp como tipo viene del romántico Taugenichts (Aus dem Leben eines Taugenichts, ‘De la vida de alguien que no servía para nada’, 1826), de Eichendorff, que Hesse conocía bien, como conocía muy bien a los románticos (preparó en 1925 una breve y excelente edición de Novalis). También ha tenido sucesores, así el Kerouac de En la carretera (1957, otro vagabundo ilustrado, ya de la plena motorización). Entre sus coetáneos, Knulp se acuerda en tono y forma con las mannianas Tonio Kröger (1903) y Der Tod in Venedig (1913). Pero es más tentador colocarlo del lado de Poetenleben (‘Vida de poeta’), un conjunto de narraciones breves del suizo Robert Walser publicado en 1917, también en la guerra -y lo chocante es que ninguno de los dos libros contenga referencias a las masacres que tenían lugar por entonces no lejos de Suiza-, que Hesse valoraba mucho. En efecto, el yo narrador de Walser, como Knulp amigo de los caminos, es un tipo vital que posee abundantes armónicos de semejanza con éste (incluyendo la crónica necesidad de dinero, si bien el Poet se emplea de vez en cuando para ganarse la vida). Aunque Hesse además conservó siempre algo del ‘camino hacia dentro’ de los pietistas.
Alemania de comienzo del pasado siglo. Knulp, como personaje complejo y atractivo, es un caminante sin rumbo con algo de vagante y algo de filósofo; se siente enfermo y envejecido por los años de errancia -aunque ha de andar todavía lejos de los cincuentena, en estimación del médico excompañero de estudios que lo examina- y al término proyecta una última visita al lugar de la infancia. Es siempre escrupuloso con las formas y acepta la compañía de los demás en las dosis por él establecidas; por lo mismo sabe muy bien desaparecer discretamente. Lo hace varias veces.
A Stefan Zweig le parecía el “romántico rezagado” Knulp “una pieza imperecedera de la Kleindeutschland, procedente de [los cuadros de] Spitzweg [...]”. Creo que ésta es una forma de escamotear la tragicidad del personaje. Por otro lado, parte de esa tragedia estaba en el ambiente, es decir, la Alemania nada ‘pequeña’ del desarrollo técnico-industrial guillermino que por aquellos años se sitúa como la primera potencia del mundo (hacia 1914, antes de estallar la guerra, Alemania tenía una producción industrial superior a la de EE UU); una Alemania que a él de algún modo le ha repelido (y a su creador Hesse, que vivía en Suiza desde antes del conflicto y fue ciudadano de aquel país desde 1923).
Knulp pertenece a la ‘aristocracia’ de los sintecho de esa Alemania, cuyos caminos y carreteras empezaban a conocer los vehículos de motor de explosión. Es un digno trotacaminos que había estudiado suficiente latín y conocía el alfabeto de la amabilidad con los demás. Pero el que fue efímeramente joven prometedor se había roto en algún momento. Y esto nos sitúa en el enigma central del librito: ¿para qué desea Knulp utilizar esa libertad del plenamente ocioso? Ha sido, se dice y reitera, un ser libre que prefiere el ensueño a las convenciones sociales; pero esa libertad autoelegida no le lleva a ninguna parte que veamos; tampoco se objetiva con alguna forma de rebelión artística. Es inevitable pensar aquí en la paloma de Kant, que, aunque deba afanarse para mover sus alas en la atmósfera, en el vacío simplemente no podría volar. O quizá es que Knulp es artista de otra manera, la de quien íntimamente ha seguido la estrella de su proyecto, inabdicable aunque modesto, de construirse la propia vida como arte (el Lebenskünstler es muy de época).
Por oposición al lenguaje frecuentemente alambicado y de pesados (e irónicos) períodos de Walser, aquí se narra con sencillez y precisión, como con cuidado de no levantar la voz. Pero el protagonista tiene que haber conocido intensa angustia en los subterráneos de esa vida sin validación por los otros al perseverar en lo que es il gran rifiuto de nuestros días y de nuestras comunidades: la negativa a participar en la producción. Porque ya no existen condiciones de posibilidad para la rebelión romántica, sencillamente, y esta imposibilidad lo ha impulsado a él a la nieve de la muerte satisfecho con la vida que ha tenido, de creer al narrador. Pero podemos albergar dudas: sencillamente Knulp no ha comprendido que esa forma de impugnación del orden existente ya no es posible, que la economía que lo rodea ya estaba largo tiempo atrás íntegra e irreversiblemente monetarizada. Y que por tanto ese rechazo significa lisa y llanamente la limosna. Los demás se lo recuerdan, hasta un picapedrero de su pueblo, por cierto.
Sabemos que Ulrike Meinhof, ideóloga y activista de la RAF (Rote Armee Fraktion, ‘Fracción del ejército rojo’) en la Alemania Federal de fines de los 60 y comienzos de los 70, tenía una debilidad por el personaje. Cosa algo extraña en una marxista; Knulp se ha decidido, no sin un cierto heroísmo ‘invertido’, por una vida sin la constricción social de unos horarios, sin imposición ajena y hostil a los fetiches del ‘progreso’. Fiel hasta el final a su voluntad de autoexclusión, cuando llega la nieve no se presenta en el hospital donde el amigo médico le había reservado una cama. De modo que impone su final; claro está que en la fantasía infantil de su rendición de cuentas última ante el Señor, éste lo exculpa. Podemos chocar ante alguna inverosimilitud de sus confesiones (la decepción amorosa de la adolescencia como herida biográfica irrestañable), y sin embargo con su enmienda a una totalidad social ha sido Knulp sin discusión tenaz. Dilige et quod vis face, ‘ama y haz lo que quieras’: casi es imperativo aplicar la propuesta agustiniana al balance de una vida que en caso contrario podría considerarse desaprovechada. No se ve otra posible ‘salvación’ de Knulp.
Hermann Hesse, Knulp. Drei Geschichten aus dem Leben Knulps. Frankfurt: Suhrkamp, 1978.
Madrid, 5 de marzo de 2021