Poèmes en prose (I)

Ángel Repáraz

HCH 10 / Mayo 2016


Al término de las deliberaciones del Consejo en la Sala Verde (‘de los lagartos’), el representante de los huérfanos leyó con voz aguardentosa y tropezando suficientemente con las palabras el siguiente comunicado, bien oiréis lo que decía: “Imposible la pignoración del dolor que pretenden manifestar vuestras lágrimas, tan resecas cuanto forzadas, impensable cualquier transacción sobre la base de documentos desventrados por el viento, simplemente intolerable vuestra mera existencia, una desviación ontológica que la Serenísima sabrá corregir en cuanto se agiten al viento en nuestros muelles las grímpolas de la flota de Chipre, de vuelta ya de su campaña otoñal de exacciones”.

***

Pero aquel día tenía ella cuerpo de taberna: contra lo cual no prevalecerán las puertas broncíneas del deber.

***

Ni antropofagia atenuada ni operadores de Hamilton ni hostias, emitió con esa ira inoperante que tan bien conocen los arcángeles caídos en desgracia cuando se les impone manu militari la actuación con sus tubas ante un público impregnado de polvo de oro.

***

La cita había sido en Marburg, y Heidrun no habría sido Heidrun si no nos hubiera preparado subterráneamente para la decepción.

***

“Componendas con las víctimas pocas”, es cuanto acertó a añadir el pontífice de orejas violáceas en la ocasión. Exceso de ropones dorados sobre sí, solemnidad como disecada, manos pequeñas, unas histerias como laminadas por el tiempo, discretas tiranías con los camarlengos –y por el fondo de las memorias y de la historia discurriendo la sangre vieja, una sangre que ya apenas nadie se atrevía a cohonestar con la escritura apócrifa de las cartas de Pablo: muy comprensible en consecuencia que la solemnidad del encuentro se degradara como el agua en la arena. No tardó en retirarse tácticamente el titular de las llaves, dejando a su paso la sonata cerrada de un incancelable tufo de mierda y refritos. Y es fama que con su muy comentada sonrisa de lémur iba escanciando una de sus extrañas aleluyas: “Por algo me he calado hoy la careta del monosabio. Y el que quiera interpretar que pase por las instalaciones del Santo Oficio en horas de oficina.” El resto, por lo demás, lo de siempre: penas de amor mal pasadas por la batidora del desacierto, la incuria y la sordera, esperanzas de vencimiento no acordado, la búsqueda febril, en fin, por toda la ciudad levítica de una capucha de realengo (y aterciopelada) para el pontífice. De todos modos, y toda vez que tú te habías ausentado antes porque, como dijiste, el granizado de limón no esperaba, te perdiste lo mejor: el lavatorio de pies a los libertos que quedaban en palacio y las insólitas danzas de clausura de la sobrina exclaustrada.

Madrid, 18 de febrero de 2016