Poèmes en prose (II)

Ángel Repáraz

HCH 11 / Julio 2016


Lo supe en cuanto vi al presidente recién levantado de una siesta prolongada en su cama de piedra. Yo tenía todavía en los oídos tus palabras: si en algún momento es admisible la capitulación es en la mañana manumitida, de tintes azafranados, que, de acuerdo con los textos vinculantes, precederá al día del homenaje (a todas luces sacrílego, siempre se adelantará a denunciarlo alguien de la subsecta de los maniqueos radicales) al Mono Capón. Pero para rematar la ceremonia, y esto es algo que no ha de obviarse en ningún informe que se pretenda fiel al capricho, bastan y sobran los tonos de sangre que cobra el listón inferior de los cielos finales una vez que los invitados han ocupado los balcones de las mansiones burguesas que ya diseñara Herman van Eyck, conocido en su taller de Groningen -no sin apego- como el Orejas.

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Zoón bobalikón, y de inmediato algo resultó como abrasado en el aire de primera hora de la tarde. Y el auditorio juvenil, ganoso de zarabandas y deseoso del prodigio de una Vorlesung que poblara sus murrias más abyectas, prorrumpió unánime: “Al pisaverde le ha dado un aire”.

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La escritura, preferible glagolítica. A utilizar además cuando los motores del sótano ya sean inaudibles de puro haberse grabado en el oído interno de los sayones del turno de noche.

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Ugarit, y la exhibición mendaz de los mandamientos registrados en cuero de carnero; el alborozo que sobrevino a la desidia en los centuriones; la oración cochambrosa despachada de cualquier forma ante la delegación de los guerreros desharrapados. Todo por orden cronométrico, todo ocurrió, y todo fue afectado con las síncopas tardías de la fatalidad.


Madrid, 18 de febrero de 2016