HCH 4 / Mayo 2015
Tres destinos en una instantánea: hasta que el odio nos separe, por Ángel Repáraz
Fotografía perteneciente a Selección de Poemas de Juan Ramón Jiménez, que editó en Castalia (Madrid, 1987) Gilbert Azam. Reproducción con permiso de la Editorial Castalia
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La fotografía con los tres caballeros ha capturado un momento de la historia de nuestro país y de su literatura, un poco como el insecto queda perennemente atrapado en la magia multimilenaria del ámbar. Es Madrid, es el número 8 de la calle Lista -hoy Ortega y Gasset-, y estamos en la terraza del domicilio del caballero del centro, Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Es más que probable que corra el año de 1924 – en cualquier caso contamos con un terminus ad quem, puesto que JRJ ocupó aquella vivienda hasta 1927, en que se trasladó a Velázquez 96. El anfitrión esperaba la visita y ha calzado para la ocasión unos botines de dandy de dos colores, en aquellas fechas un poco pasados de moda ya; con algo de malicia podríamos imaginar que Zenobia ha estado caminando de puntillas por la vivienda hasta la llegada de los visitantes. La foto además es casi un indeliberado acting out del papel que a cada uno ha acabado asignando una convencional historia literaria. A la derecha, Pedro Salinas (1891-1951) parece incómodo en el interior de su chaqueta, que compensa con una corbata saltarina -prefería las verdes-; para posar ha echado los brazos atrás un poco desvalidamente – el encuentro tiene que haber sido muy formal. Sabemos que era hombre de una talla considerable, y algún amigo lo ha descrito como ”siempre un poco perdido en sus ropas” (Guillermo de Torre), con cuellos holgados y un punto de propensión al sobrepeso. Era un hombre también algo urgente, activo, y abierto y cordial, pero también conocedor de las distancias, esa combinación de distinción y campechanía que, se lee, distinguía otrora a los madrileños. Un señorito no lo ha sido nunca, tampoco intelectualmente; en la España radicalizada, podemos pensar que también muy mal educada, de los 20 y los 30 era usual motejar así a profesionales como él, o su amigo de la izquierda, justo cuando por vez primera el país había desarrollado unas clases medias cultas. Cierto que Salinas y sus amigos experimentan por entonces una casi pública repugnancia por los usos del ejercicio político en aquel Madrid; los todavía jóvenes son orteguianos, además, y el propio Salinas registra en 1930 la “baja calidad moral del español”.
Más convincentemente ‘profesoral’ es el hombre de la izquierda, Jorge Guillén (1893-1984). El catedrático universitario -como Salinas-, atildado y bien consciente de su relieve social, ha compuesto aquí un habitus facial y gestual muy procedente: “Veamos, jovencito, qué ha preparado Vd. para el examen..?” En el centro, algo retrasado y haciendo visera sobre los ojos con la mano izquierda, un JRJ muy bien trajeado parece el más dinámico de los tres (está en su casa). “Soy como un dolor enlutado y solitario que vaga mucho, al borde de una fosa”, ha escrito en el destierro[1]; la frase, de un decadentismo bastante cursi, delata deformadamente una antigua visión de sí mismo.
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Desde comienzos del siglo XX y por vez primera vez desde, quizá, el XVIII, España recupera su voz propia en Europa. Entre 1900 y 1930 unas cuantas ciudades importantes del país doblan su población, mientras que en el mismo arco de tiempo disminuyen muy sensiblemente tanto el analfabetismo adulto como el porcentaje de población activa ocupada en la agricultura. Las clases medias y burguesas experimentan un intenso auge con la Gran Guerra; en dos décadas 2000 españoles reciben pensiones para ampliar estudios en Francia, Alemania, Inglaterra. Y algo culturalmente decisivo: “la influencia de la Iglesia en el sector de la clase media que protagoniza esta revolución cultural es prácticamente nulo” (Santos Juliá). El fraude electoral y la corrupción como normalidad van cediendo la escena a formas culturales urbanas y crecientemente secularizadas. Hacia mitad de los veinte se detecta, por otra parte, una nueva sensibilidad artística, marcada en parte por las ideas de Ortega; varios de estos jóvenes colaboran desde pronto en su Revista de Occidente. La ciudad como motivo y contexto se instala en la literatura y el cine, el arte de la nueva realidad ciudadana. En junio de 1927 celebran el centenario de Góngora, y La Gaceta Ilustrada y Revista de Occidente dedican números extraordinarios al poeta cordobés.
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Entre los tres representan una porción considerable de la poesía española del siglo pasado, y los tres han sido notables en el proceso de modernización de nuestro país. Salinas es en 1913 secretario de la Sección de Literatura del Ateneo, que preside Azaña. Hacia 1914 ha conocido a JRJ y escribe a la novia del “hombre admirable, tan lleno de nobleza, de sencillez, y de pensamientos puros”; desde 1918 ejerce en Sevilla, donde también traduce dos tomos de la Recherche de Proust. Es un buen organizador: en 1933 inaugura la Universidad de Verano de Santander, de que es propiamente el creador. Su Correspondencia con Guillén es una extensa novela de época – también un a modo de electrocardiograma de la peripecia que fue la relación de ambos con el vate consagrado.
Durante algún tiempo, y algo hiperbólicamente, ha sido visto JRJ como el decano de la literatura española moderna. No sin intensas similitudes con el papel de Stefan George en Alemania, por las fechas de la fotografía impulsa y cataliza el talento de los jóvenes -acoge a García Loca en Madrid y crea la colección que publica el primer libro de Salinas, Presagios-, ante quienes oficia de ‘maestro’: precisamente del grupo de poetas que han quedado como la generación del 27. Que por su parte han estado muy prestos en su autopromoción como grupo; centralmente Salinas, desde pronto muy consciente de formar parte de lo que acostumbra a llamar “la joven literatura”. El respeto literario de y a JRJ dura unos años; Salinas comunica a Guillén en 1928 que JRJ le ha hablado con muy expresiva admiración de la primera edición de Cántico.
De Guillén, un fino artífice del verso, se ha dicho que es el cantor, y con voz única, de la no presencia de la muerte, del gozo de ser, de la dicha. ¿Un poeta validable para nuestro presente? Cántico incorpora el poema ‘Beato sillón’, que contiene los versos seguramente más conocidos del autor: “El mundo está bien / hecho”. Dado que la poesía de Guillén está sorprendentemente bien hecha, no faltó crítico que le reprochara un optimismo utópico en una época dramática como pocas. De los tres de la fotografía será él el único que vuelva a España, de viaje y de forma discreta al principio, luego para establecerse una vez restablecidas las libertades políticas.
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Acabada la guerra, “la aparente paz encubría una represión furiosa y despiadada”[2]; pero también el exilio supuso para los tres en los inicios una seria crisis de reacomodación. Con ella, no obstante, cobrarán los tres una inesperada claridad de juicio, muy particularmente sobre los vencedores. Salinas incluye en 1950 a Antonio Tovar en “esa gentuza” y es feroz contra Torrente Ballester: una perspectiva complementaria sobre los santones que conocimos aquí quienes llegamos mucho después. Porque Salinas es el más lúcido en sus pronunciamientos sobre las consecuencias de la guerra: en cartas suyas de 1941 el franquismo es “una sangrienta farsa” a la que profesa un “odio absoluto”, un odio “creciente y yo creo que inagotable”. Tampoco Guillén es equívoco como observador político de la España que ve en su visita de 1949: “¡Franco, Caudillo del Estraperlo! […]. El Estado es el propio corruptor de la nación, que vive forzosamente fuera de la ley.” Innecesario recordar que, complementariamente, en el exilio arrecian las pullas a JRJ, “el Divino de Moguer”, “tan melindroso”. Así, todavía en abril de 1951, el año de su propia muerte, escribe Salinas a Guillén: “Mi querido Jorge: De vuelta de mi expedición por Massachusetts me encuentro tu carta, con el inevitable texto de J. ¡NAUSEABUNDO! y perdona que acuda a la letra gorda. No tiene otro calificativo. Si en su poesía no logra esa grandeza que otros logran con los años, en insidia, bajeza y grosería, se supera por momentos. […]. Pero este miserable anda siempre pavoneándose con las plumas de la ética estética, a ver si caen algunos incautos.”[3] La angustiosa herida de los trasterrados incorpora también estas cosas.
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Han pasado unos 90 años desde la instantánea, suficientes para que se haya incrementado mayúsculamente la distancia entre el significado ‘virtual’ y el ‘actual’ de la(s) obra(s) de estos poetas. Precisamente por su historicidad nos cuesta conjeturar las preguntas a que esa poesía daba respuesta. Guillén alude en más de un paso de su correspondencia con el amigo al “nuevo Plutarco” que habría de historiar en el futuro sus vidas paralelas (tampoco tanto). Con o sin paralelismo, los tres destinos están ligados desde que Salinas, en carta a Guillén de enero de 1925 -todavía se dicen de usted- habla de “la larga sombra de Juan Ramón” (en la copiosa correspondencia que cruzan ambos durante largos decenios, sobre todo en América, es JRJ la persona más citada, después de los familiares). Inicialmente están los tres alejados de la política, y con desdén; Salinas a Guillén a finales de 1930: “Pero es que la política que España impone es de tan baja y zafia condición que arrastra detrás de su ejercicio todas las virtudes espirituales. Cuestión de salvación, apartarse. Instinto de conservación.”[4] Todo esto tiene que haber pesado en su recepción ulterior por parte de una izquierda cegata, que los vincularía así a la ‘tercera España’. Pero lo que aquí encontramos es dignidad y claridad política.
En 1932 Salinas define la poesía como “una aventura hacia lo absoluto”: el compromiso con el embeleso -un término muy de los amigos- del lenguaje poético ya se ha instalado firmemente, y en 1940 escribe a Guillén: “Toda la poesía parece un triunfo del ser, marchando, avanzando, contra el no ser.” Mejor no se puede explicar la pasión de una vida; por cierto que Juan Ramón tiene formulaciones parejas. Fue una aventura la de Salinas, efectivamente, y, desde la mitología privada de La voz a ti debida, el ensayo de un decir asintótico de la realización más elevada, la poética (su gran aventura vital, más fáctica, fue Katherine Whitmore desde el Madrid de los 30). JRJ no ha claudicado del algo oneroso sacerdocio de la Obra, tampoco de su ganga esteticista o sentimental. Félix de Azúa ha denunciado lo que en él “había de pelendrín, de mezquino y malicioso señorito de casino de pueblo de Huelva.”[5] En el destierro menudearon sus bandazos neuróticos; a veces se proyectaba fantásticamente en el Goethe más ‘ordenancista’ y contable de sus días, con aforismos que recuerdan mucho a los románticos.
Volvamos a la fotografía, que adivinamos dorada por el sol de la tarde de un Madrid que a ratos vivía aún en la fábula de ser una “ciudad alegre y confiada”. Los tres escritores consumaron su obra literaria en América; JRJ, cuando tal era posible, como poeta y anhelante mentor generacional, ocasionalmente dictando cursos, Guillén y Salinas integrados en el mundo universitario y de la crítica de Estados Unidos. Hacia 1945 Guillén hace balance y lamenta la prolongada adhesión del grupo a las ”lilas” de JRJ: “me remuerde la conciencia nuestro apartamiento -personal, no literario- de Antonio [Machado]. Dejamos a la mujer honrada y perdimos quince años con la hetaira.”[6] Un tardío, pero desalentador reconocimiento.
Ángel Repáraz, Madrid, abril de 2015
Bibliografía
Anónimo, Pedro Salinas 1891-1951, Madrid: Dirección General del Libro y Bibliotecas, 1992.
Buckley, Ramón y John Crispin (eds.), Las vanguardias españolas 1915-1935, Madrid: Alianza, 1973.
de Azúa, Félix, Autobiografía de papel, Barcelona: Mondadori, 2013.
Gracia, Jordi, A la intemperie. Exilio y cultura en España, Barcelona: Anagrama, 2010.
Guillén, Jorge y José María Cossío, Correspondencia, Valencia: PreTextos, 2002.
Guillén, Jorge, Lenguaje y poesía, Madrid: Alianza, 1969 (1962).
Jiménez, Juan Ramón, Ideolojía (1897-1957), Barcelona: Anthropos, 1990.
Jiménez, Juan Ramón, Cartas. Antología, Madrid: Espasa Calpe, 1992.
Juliá, Santos, et alii, Historia de España, Madrid: Espasa Calpe, 2003.
Pilling, John, An Introduction to 50 Modern European Poets, Londres: Pan Books, 1982.
Salinas, Pedro y Jorge Guillén, Correspondencia (1923-1951), Barcelona: Tusquets, 1992.
Salinas, Pedro, Cartas a Katherine Whitmore, Barcelona: Tusquets, 2002.
Soria, Andrés, Hacia ‘Todo más claro‘, Ayuntamiento de Madrid, 2001.
Trapiello, Andrés, “Juan Ramón Jiménez inédito”, en ‘El País’ del 15 de marzo de 2014.
[1] Jiménez (1990: 38).
[2] Gracia (2010: 21).
[3] Pedro Salinas y Jorge Guillén (1992: 570).
[4] Pedro Salinas y Jorge Guillen (1992: 114).
[5] de Azúa (2013: 53).
[6] Salinas y Guillén (1992: 238).