La verdad verdadera del poder de unos versos. Sobre ‘Poemas de verdad’, de Juan Luis Sánchez Granda.


Ángel Repáraz    


El poemario al que estas líneas hacen de pórtico es astur de nación y de constitución y parece determinado a ser desde el título mismo veraz. ¿Contra quién, quién es el inveraz o falsario a batir en estos poemas de circunstancias? Porque lo son, por qué no, al final de una cadena en cuyo remoto origen figura el icono principal de la literatura en alemán, Goethe, que además teorizó sobre ello en las caminatas que daba con el fidelísimo y muy mal pagado Eckermann (cuando le pagaba). El problema es el primer formante del compuesto Gelegenheitsgedichte, ‘poesías de ocasión’ porque Gelegenheit vale por ‘oportunidad’, ‘ocasión’, ‘coyuntura’, ‘situación’, etc., y la elección de uno u otro de los términos como correlato del étimo originario nos da variantes de reducido o grande desplazamiento semántico, según. Los estructuralistas nos enseñaron además que el valor de un término depende del de los vecinos, y en esa  misma lengua alemana no está clara la divisoria con Alltagslyrik o Gebrauchslyrik, ‘lírica de lo cotidiano’ o ‘lírica de uso’ o ‘convencional’. De modo que saldremos de la confusión tirando por la calle de en medio; una acuñación más de casa, ‘poesía de la experiencia’, se aproxima ya suficientemente a una caracterización de lo que aquí tenemos. Por cierto que los que hemos habitado la gran mansión orteguiana sabemos bien que todo, absolutamente todo cuanto da contenido y realidad a nuestras vidas tiene un necesario anclaje en lo que se llama la circunstancia. 

El propio poemario se divide elocuentemente en una primera parte, que da título a la colección entera (el ‘núcleo duro’), y 18 poemas adicionales, las ‘Coplas y cantares de ciego’, que el autor a ratos bautiza como ripios. Yo me instalaría en la primera parte, y una vez en ella en varios de los poemas que van en vanguardia, con frecuencia (in)felizmente prisioneros del lenguaje del amor pudoroso y críptico, de esos amores que, se dice, nos persiguen de por vida. Un lugar central, me parece, ocupa aquí ‘Refutación del pasado’ (así que el pasado resulta refutable: esto es puro Borges), que abre solemnemente la galería con notables volutas barrocas. ‘La barca del amor’ es una triste reedición de la nota que dejó Vladimir Maiakovski cuando había decidido ya pasar a la otra orilla, la definitiva, con el ferry de un disparo al corazón. Consecuencia probable, nos señala JLSG, de una cierta imposibilidad muy extendida: ‘Quién puede permanecer/ seis meses apuntado al éxtasis’. Hay asimismo alguna erotización leve, educada (‘El beso’), que acaba precisamente con un beso… a un crisantemo – no habrá que recordar que es la flor del día de difuntos. O algún que otro poema heracliteano (‘Así es el río’) con protagonismo de ese río que se nos acabará llevando, pero que todavía nos permite bromas (‘no puedo/ controlar mis feromonas’). Y también ironía a espuertas en el latín macarrónico de otro poema y en el italiano de los castellanohablantes, hasta en algún que otro poema minimalista. 

La cosa da hasta para haikus, muy sensitivos, o casi haikus (‘Amor, enemigo mío’) que no osan darse el nombre de tal (‘Diccionario’). Más informales ya y alguna vez un tanto gamberras son las ‘Coplas y cantares de ciego’, que, dejándonos más de un hallazgo, transitan por algún que otro ‘escenario caduco’. Son calas en una imaginable poesia perennis que seguramente acompaña desde siempre y por debajo al registro culto de nuestra literatura y que JLSG, todo un catedrático de literatura, conoce muy bien. Y que incluyen aquí una letanía de lo que los no asturianos tenemos que suponer nombres de toponimia menor. Una sorpresa que nos hace pensar en cierto Unamuno, y hasta en el Jovellanos de alguna de sus cartas. Eso por dejar (injustamente) para el final la vilipendiada intertextualidad y el tributo de admiración de JLSG por Ausiàs March, por Francisco Ayala y señaladísimamente por Luis Cernuda (yo para varios poemas añadiría una presencia silenciada: la de Blas de Otero). 

Joan Margarit ha propuesto un criterio para el reconocimiento de un poema como habitado (o no) por el caprichoso numen de la poesía: que se dé (o no) en una segunda y demorada lectura el clic que delata la epifanía de ese algo para el que carecemos de palabras. Pero el hecho es que esa entidad etérea se reconoce ya en el temblor de las líneas truncas de Safo de Lesbos, y, quizá no tan mínimamente, en algún chisporroteo que encontramos aquí. ‘No nos fuimos a destiempo’, un verso que aúna el balance y la premonición (hacia atrás, dan ganas de añadir), puede presentar su candidatura al grupo.  

Se diría que buena parte de los Versos de verdad deben escandirse en voz baja, con una altura tonal barojiana, para entendernos. Poseen también algo de las salmodias del Libro de horas de Rilke, unas horas aquí ritmadas por un corazón que vagamente teme, o barrunta, que pueda acabar en la ‘acera desolada/ de un día cualquiera’, las aceras desoladas que pueden sobrevenirle a nuestro flâneur hasta en los muy madrileños Cuatro Caminos (‘Vagas cotidianeidades’). Ah, y el poeta al final se nos mete en un bar, lo que no sé si es del todo baudelairiano. Sabe, en cualquier caso, que ‘la vida – esa sí – con sangre entra’. La voz templada de JLSG ha encontrado concreción triunfal en un soneto, único de la colección, métricamente impecable y un punto escéptico y hasta rabioso. 

 

Madrid, 18 de marzo de 2023