UNAS NOTAS SOBRE CARLOMAGNO

Se acusará de intruso, y con razón, a un germanista que penetra furtivamente en el corral de los historiadores. Pero también es cierto que hablo de un emperador alemán, que al mismo tiempo es, en un sentido bastante controlable, el primer emperador europeo desde la Antigüedad romana. Y que es también actualidad significativa: hay un Premio Carlomagno comunitario de cierto lustre, que se concede anualmente en Aquisgrán. Curiosamente, del personaje histórico Carlos (742 aprox.-814) sabemos muy poco. El casi único documento contemporáneo es una breve Vita Karoli compuesta por un monje, Eginhardo, que lo conoció porque fue acogido en la corte, y si es informativa también es plúmbeamente encomiástica. En los relatos históricos escritos desde el lado del poder siempre hay una zona de sombra: la voz inaudible de las víctimas.

En los textos escolares católicos se nos ha presentado a Carlos como un emperador modélico, el gigante de mítica barba florida, el luchador infatigable por la fe, amigo (y cómplice) de los papas Adriano I y León II, etc. La realidad es que dedicó mucho más tiempo a la caza –su pasión-, a perseguir muchachas y a la guerra que a la creación de escuelas. La tabla de castigos a los bandidos que promulga en 779 estremece por su vesania (las mutilaciones, por ejemplo). La evangelización de Sajonia, hasta que fue acometida con algo de sistema e inteligencia por Alcuino, fue una crudelísima imposición, y establecía la conversión bajo pena de muerte. En 781 son decapitados miles de rehenes sajones en Verden, parece que por orden de Carlos, y en la campaña de 783 se saquea, deporta y degüella de nuevo a miles de sajones. Tales campañas, por cierto, eran aconsejadas y bendecidas en Worms por obispos y prelados, y hay que echarse a temblar cuando las cosas empiezan así. De los 45 años que reinó sólo en dos no hubo actividad militar; he aquí el curriculum de un guerrero. Sus francos han batido a italianos, hunos, visigodos, sajones y sarracenos (una bastante graciosa excepción en esa marcha triunfal la constituye la derrota de sus ejércitos en 778 a manos de los vascones en Roncesvalles). Creó de este modo un importante imperio multinacional; fundado en la estructura del vasallaje, claro está.

Autoritario y despótico, su figura ofrece rasgos simpáticos, con todo; así, prohibe los préstamos a interés (necesitaba hombres libres). De él nos quedamos sobre todo con su curiosidad innata, con su interés por Suetonio, Tito Livio y San Agustín. Era perseverante en su ocupación con el latín clásico, que leía –y hablaba aproximativamente-, aunque no escribía. A través de Alcuino impulsa la escuela palatina de Aquisgrán –el llamado renacimiento carolingio-; todo parece apuntar a una persona de una inteligencia sobresaliente para aquel medio, nada carente de sensibilidad artística y cultural. Mandó componer una gramática de su dialecto alemán nativo (el ripuario), que no ha llegado hasta nosotros, como tampoco los “poemas bárbaros” -la épica germánica antigua– que ordenó poner por escrito. En el concilio de Francfort interviene activamente con tesis teológicas (contra el adopcionismo), y con Alcuino impone un programa mínimo para la formación de sacerdotes. Restaura basílicas, parroquias y conventos, y bajo su impulso se empieza la catedral de Colonia. Regeneró a la Iglesia como entonces única instancia integradora y transmisora del conocimiento, y creó las bases de algo parecido a un “aparato” administrativo (los escabinos). Fue un buen organizador, ahí está su proyecto –no consumado- de unir el Danubio y el Rhin mediante un canal.

Carlos nos interesa no sólo por el renacer cultural que impulsa, sino por la Europa no nacionalista, supranacional si se quiere, que ha intentado poner en funcionamiento (sus ejércitos hablan en diez lenguas diferentes). Muere en 814 en Aquisgrán, pero ya en 881 los normandos prenden fuego a su palacio. Esa Europa unida que conciliaba dos mundos culturales entonces ajenos, el románico y el germánico, apenas sobrevive 30 años a su fundador, cuyos hijos son ya muy laboriosos entrematándose. Fue una tarea muy frágil la suya, sobre todo porque careció de un buen sistema financiero y de funcionarios competentes. El mosaico que fue el imperio carolingio sólo estaba cohesionado por la religión; Carlos es un gobernante cristiano de la época, es decir, alguien que cree en una misión divina y que no hace ascos al empleo de métodos bestiales, aunque no sin inquietud intelectual y alguna grandeza de espíritu. Pero la Europa empeñada en la defensa de la dignidad de las personas lo tomará difícilmente como ejemplo.

Ángel Repáraz