De derrota en derrota hasta la victoria final: el caso M. Walser


Ángel Repáraz

Margit Raders, Martin Walser (1927-), Madrid: Ediciones del Orto, 2006, 95 p.


El trabajo es parte de la serie de monografías de autor de Ediciones del Orto, construidas, da la impresión, sobre el modelo más o menos próximo de las habitualmente imponentes de la Rowohlt alemana, cuya norma incluye, junto con buenos análisis, testimonios ad hoc tanto del autor presentado como de sus críticos. Aquí se incorpora, además de un nutrido aparato bibliográfico -también de traducciones-, una breve selección de textos. Muy activo desde finales de los 50 en la vida literaria de su país, Martin Walser (Wasserburg, lago de Constanza, 1929) es, después de Konsalik, el escritor alemán más leído actualmente. También ha sido objeto de controversia desde el principio; su obra, copiosa, va de la novela al ensayo y el teatro. Su acogida en España, señala ya la autora, ha sido favorable en general; pero todavía no hay traducciones de, pongamos, sus dos tomos sobre Meßmer. Y precisamente los altibajos en la calidad en su producción pueden tener efectos perniciosos en su recepción.

A mi juicio, en la narrativa sólo Koeppen y, a su modo, Nossack y Böll podrían ponerse a la altura de sus microanálisis del funcionamiento de la sociedad germano-occidental. No parece muy grave que en su debut, Un avión por encima de la casa y otras historias, de 1955, se note la impronta de Kafka, después de todo su tesis doctoral versaba sobre él; en 1957 publica su primera novela, Matrimonios en Philippsburg, de una ácida dimensión crítica ya. Un avance importante se da con Caballo en fuga (1978), donde la precaria figuración social de dos parejas se descabala en el encuentro; con Dorle y Wolf (1987) entraba en un campo minado, el tema de la reunificación del país. Hay que mencionar también siquiera novelas como Los unos sin los otros (1993), un drama de la carcoma social armado con observaciones muy certeras y, algo anterior, La niñez defendida (1991), que, “de una forma muy típica de Walser, también es la biografía de un artista frustrado, que se acoge a sus personales mundos sustitutivos ante los requerimientos de lo cotidiano” (p. 46). En efecto, es muy de nuestro autor el interés por esas existencias que implosionan sin realización visible y sin dejar siquiera una estela de rabia o rebeldía. Más estimulante en el sentido de presentar una “individuación lograda” es Un surtidor (1992); en Muerte de un crítico (2002) contraataca a las arbitrariedades del ‘papa’ de la crítica alemana, M. Reich-Ranicki. En términos generales, no es difícil descubrir la invariante de muchas novelas de Walser que aquí se caracteriza como la “inversión irónica del curso de la acción del Bildungsroman clásico” (p. 25); quizá porque las realidades sociales de aquel allá y aquel entonces no daban para mucho más.

También es dramaturgo, y temprano. En El cisne negro (1964) el silencio blindado de la sociedad del ‘milagro’ económico ya no satisface a la generación de los hijos, y menos aún la mucha porquería que adivinan éstos bajo las alfombras. La pieza es también de algún modo precursora del teatro de denuncia que no tardará en surgir, el de Kipphardt, P. Weiss o Hochhuth. Pero también en el teatro walseriano suele depositarse al final un resto que es la dependencia entre las personas, a veces con un desplazamiento histórico (En manos de Goethe). Aunque para Raders (p. 59) “en general, puede diagnosticarse como fracasada la tentativa de Walser de ‘extraer’ de la intimidad de la prosa a sus figuras, tan a menudo difusas en su identidad; sólo con diálogos ingeniosos y con elocuencia no se arma teatro.”

En el discurso que pronuncia en octubre de 1998, al recibir el Premio de la Paz de los libreros alemanes, enfiló, entre otros asuntos, el “recuerdo ritualizado” (se entiende, del horror del nazismo), es decir, algo hipócrita. Nada para rasgarse las vestiduras en principio, pero el presidente a la sazón de la comunidad judía alemana, I. Bubis, dos días después le llamaba “incendiario intelectual”; por otra alocución algo posterior de nuestro izquierdista de antaño -en un tiempo próximo a los comunistas-, sobre la nación dividida esta vez, una amplia crítica puso ya el grito en el cielo. La realidad, en cualquier caso, es que Walser ha demostrado más confianza en sus paisanos, o, si se quiere, los ha visto con más realismo que St. Heym, Grass o Christa Wolf; él no se ha arrogado en ningún momento el derecho a indicar lo que debieran querer los casi 20 millones de alemanes del Este.

Me parece probable que lo más destacado del ensayo de introspección de este “Proust del lago de Constanza” (Enzensberger) esté representado por La enfermedad de Gallistl (1972), los Pensamientos de Meßmer y los Viajes de Meßmer (2003). Este tercer título, un “centón de textos cortos [que] se queda en algo entre el diario ficticio y las notas de trabajo del escritor, combinado todo con pequeños fragmentos narrativos” (p. 50), es filiado por la autora en la tradición de Montaigne; yo prolongaría el parentesco con dos maestros alemanes del aforismo y la prosa corta, Lichtenberg y Heine. En una entrevista de 1993 dijo Walser que no creía en la existencia de un ‘texto claro’ o realidad primera -Klartext- anterior a la novela; no se puede afirmar con más claridad la autonomía del arte literario. El suyo ilumina con una luz algo irónica a unos personajes que son los grandes nominados para los premios de la épica actual: los que no llegan, los que se enmarañan sin salida en sus deficiencias y sus neurosis cotidianas.

Este escritor se las ha arreglado para crecer artísticamente sobre sus tentativas desacertadas, no escasas. Utilizando el vocabulario que casi impone alguna modernidad, puede decirse que hasta en el vencedor le interesa a Walser el fracaso, desde la intuición de que es en el lado de la irrealización donde se libera la productividad interesante. Las inseguridades primordiales del hijo de los mesoneros de Wasserburg sirvieron de ejes de cristalización de un pugnaz programa de escritura. En este pequeño volumen, de una escritura enérgica y sobria, entra una cantidad sorprendente de cosas. Pero sabe a poco, aún así, y pienso que hubiera merecido una extensión doble, cuando menos.