Ángel Repáraz
Constatemos de entrada una perplejidad: en el mundo digital
se siguen publicando todavía novelas con el formato y la estructura formal y
de contenido de épocas (muy) anteriores. ¿Qué dicen a esto los gurús de narratología?
Una respuesta parcial y un tanto irónica puede estar en libros como
la presente novela, con un plot de estructura aparentemente convencional pero donde
convergen formas de decir y de sentir no siempre tradicionales, toda vez que los
contenidos discursivos ahora vehiculados son parte ya de una modernidad
inimaginable todavía hace unos decenios. Señaladamente Víctor, que
nos acompaña toda la novela, es la víctima por excelencia de esos
agujeros negros tan bien conocidos del tejido ideal de nuestra convivencia actual.
(El ser metódico que es, voluntarista y con un natural muy ad hoc para
la expiación, le abrirá las puertas del perdón durante el largo final). Aquí no hay nada del diseño
simbólico-alegórico de la Celama de Luis Mateo Díez, por poner un ejemplo
bien conocido, y estamos aún más lejos de Macondo y sucursales locales.
Más bien se nos sitúa, en mi opinión, bajo las alas de otro Víctor,
el Viktor Frankl de la psicología comunicativa que conoció y
a su modo pudo superar la vivencia horrenda de los campos de exterminio.
Así las cosas, a Ibarretxe parecen interesarle más ciertas figuras de la mitología heredada
como el hijo que se recupera (aunque propiamente hablando aquí
es el padre el que regresa), o la exploración de la vieja
‘curación por la palabra’, en nuestra novela singularizada en la citada
relación amorosa (y salvífica) de Víctor con Raquel, su psiquiatra.
No carece de complejidades esta novela sutilmente poliédrica
y como constantemente autorreferente en el tiempo. Pero también
es de una linealidad bien observable, la del lenguaje del corazón cuando
éste se eleva porque ha encontrado su objeto. Un desacierto pretérito
le llevó a Víctor al matrimonio con Dhyana, una persona dañada, tal
y como se acaba descubriendo, y que utilizará al hijo común
como objeto de chantaje. La situación explota y
Víctor acaba asesinando a Dhyana. Buena parte del vaivén
cronolǵico de la novela se invierte ahora en la peripecia vital
de Víctor, que cumple una larga cadena, se reincorpora al ámbito laboral y
hasta encuentra ocasión y tiempo para enamorarse a conciencia
de la antecitada psiquiatra que, para redondear la trama, había
tratado los desarreglos de Dhyana (y de quien se había enamorado).
Una caída accidental en la calle pone en prolongado peligro
la vida de Raquel; la novela se cierra con su deseada y lenta
recuperación. Si, por decirlo con un lenguaje antiguo,
puede extraerse una ‘moral aquí, quizá sea, como en algunas
de las recias novelas de antaño de que de algún modo ésta
puede reclamarse, la del perpetuo embate entre las pulsiones
en juego que el lector puede ir identificando.
Porque hay flotando en Los maltratados una necesidad amorosa inusual y
maneras de afirmarla que suponen un cierto riesgo. Y bien, Víctor,
por reiterado y central ejemplo, sobrevive a los años de cárcel sin romperse -
y vemos que sale al mundo exterior de la libertad para
recuperar íntegramente la suya por la vía del
perdón que solicita y obtiene de los hermanos de su víctima.
Las enormes trifulcas con Dhyana habían tenido un desenlace
incomprensible para el propio Víctor, pura ‘necesidad’ que hundirá o casi su vida
durante unos cuantos años. Hay acaso algo de proyección de la autora
en este personaje, podemos arriesgarnos a pensar. En cualquier caso,
nuestro moderno profesa un apego muy sano a las viejas
fidelidades emocionales. Todo desde una cuarentena “bien llevada”,
y desde el magnetismo personal que irradia.
Un logro de la novela ha sido el vaivén de fechas; uno piensa
en el condicional contrafáctico de los lógicos: si el estado de cosas
de determinada fecha hubiera basculado en una u otra dirección, contaríamos
con una u otra novela (y con una u otra realidad exterior). La novela
como imagen proyectada por un todo histórico-social: así, más o menos,
rezaba hace ya mucho tiempo el catecismo lukácsiano. A negativo, esta
novela es ambiciosa con las diversas tragedias que cataliza y
evidencia un enorme trabajo para escudriñar lo irrepetible que es cada uno de nosotros.
Así vista, estamos ante una novela psicológica de las buenas tradiciones
del XIX, incluido el crimen (en realidad dos).
Alguna vez es audible en Los maltratados el gran retrasado del siglo XIX
en la novela española, Baroja. Hay paralelos sin embargo más cercanos;
tenemos el Diario de un hombre humillado, de Azúa.Y hay dramatismo màs que suficiente,
un poco ingenuamente envasado alguna vez quizá. También hay sana gratitud
entre sus actantes y amores paralelos, o ambidiestros. Hay asimismo pertinentes indagaciones
de estados carenciales que nosotros asociamos al hundimiento personal: el dolor
como subtono de la novela. En fin, asimismo se nos presenta un Madrid en difumino,
un Madrid al fondo al que solo parece interesar la peripecia de los inquilinos en
su superficie. Una novela de carencias y nostalgias y realizaciones;
al final y tras una larga etapa de coma, Raquel recupera la conciencia
gradualmente. Virgilio: Et omnia vincit amor.
Madrid 29 de noviembre de 2025