Italianos y alemanes intercambian espejos: sobre las relaciones literarias de dos naciones inseparablemente disjuntas

Arnaldo di Benedetto, ‘Fra Germania e Italia. Studi e flashes letterari’, Firenze: Olschki, 2008, 181 p.

Ángel Repáraz

UCM


Abundan ya los estudios imagológicos, un caposaldo de la metodología comparatística según Di Benedetto. Él la frecuenta y maneja muy bien, aquí deteniéndose en algunas estaciones de la historia de la historia de la interrelación de las literaturas alemana e italiana. Winckelmann acuñó para su visión del arte en Italia la más que conocida fórmula de “la noble simplicidad y la tranquila grandeza”, en tanto que la vida del país real a su alrededor le resultaba más bien molesta, y quien lea el Italienische Reise de Goethe averigua muchísimo sobre el legado hstórico y artístico italiano, pero los naturales le parecerán una nota pintoresca. Desde que estos dos autores inauguraron un cierto canon de recepción no ha dejado de ocupar el país mediterráneo una plaza de privilegio en las ensoñaciones de los alemanes cultos; pero nada menos que Lessing se había ocupado antes con Goldoni y Maffei. Tras el vendaval de los románticos, los ‘nazarenos’ y el llamado Vormärz, los heteroestereotipos en funcionamiento son por lo menos más diferenciados. Heyse es el adelantado de la literatura italiana en la Alemania de la segunda mitad del XIX, como escritor, traductor y editor/difusor. Mucho de todo esto ha quedado subsumido en el Gustav von Aschenbach manniano, sin que aquí se interrumpieran los intercambios, claro; así, la conferencia de Heidegger sobre Hölderlin en la Roma de 1936. En el lado italiano, la emergencia de Prusia como potencia no sólo política suscitó reacciones muy vivas entre algunos ilustrados italianos; al descubrimiento literario en ambas direcciones habían contribuido en paralelo revistas como la ‘Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und freyen Künste’ (1765-1783), o, del lado italiano, la ‘Europa Letteraria’ (1768-1789) y sus sucesoras. A la constitución de los estados nacionales en 1871 y 1861 siguieron fases de aproximación y de hostilidad, sucesivamente con la I Guerra Mundial, la creación del Eje, los horrores de la ocupación del Norte italiano y la actividad reconciliadora de De Gasperi y Adenauer.


En la Premessa del libro alude Di Benedetto al cuadro de Overbeck en que dos mujeres jóvenes, una morena y otra rubia, se encuentran “in intimo, affettuoso colloquio”. El pintor eligió un título híbrido para su obra, Italia und Germania, que serviría muy bien como motto de esta colección. Di Benedetto, italianista y responsable del ‘Giornale storico della letteratura italiana’, recoge y reelabora en ellos ensayos y estudios transversales publicados entre 1986 y 2007 (con dos inéditos) y que se extienden desde la ilustración hasta el XX; en la sensibilización del autor para ‘lo’ alemán no puede ser casual su origen, la provincia de Bolzano. Los autores y las constelaciones histórico-literarias revistados van desde la acogida del teatro de Gozzi en el clasicismo alemán, la funcionalización política de Schiller por el Risorgimento o el destino de la obra de Alfieri, Schiller y Heine en la otra área cultural, hasta la expresión plástica o narrativa de las tensiones en el Alto Adige.


El “italianista alla corte de Weimar” del capítulo II es Ch. J. Jagemann, exmonje y académico de la Crusca, asesor literario de Goethe - su hija Karoline, actriz, es la Jagemann de todas las biografías del olímpico -, traductor y estudioso de Petrarca, Maquiavelo y Galileo. Y hasta por un breve período (1787-89) editor de un periódico en italiano, la “Gazzetta di Weimar”. Pero Di Benedetto se inclina por Alfieri (“Alfieri fuori di casa”), aquí viajero por Europa y siempre firme en su convicción de la necesaria independencia del literato; está su Vita, tan anotada por Schopenhauer en el original, o su hiperbólico teatro, al que se han aproximado con interés Goethe, Beethoven, Platen y Dilthey (no así A. W. Schlegel). En las páginas de estos studi no falta algún juicio severo sobre el escritor de Asti, y aquí es de citar el de Madame de Staël, curiosamente concordante en lo sustancial con el de Nietzsche.

Se sigue con curiosidad el relato de los comienzos de la atención sistemática en Italia a la literatura germana (“Schiller nei giudizi dei primi romantici italiani”); avanzado el XVIII se generalizan las traduciones, de Ch. E. von Kleist, de Klopstock, a menudo del francés. También en Italia arrebatará el Werther, traducido en 1782. Novalis comenzó a ser tomado en serio sólo a partir de los años 30 del XIX, al dedicarle C. Cantù algunas páginas en uno de sus artículos Sulla letteratura tedesca. El mismo Schiller no era un nombre desconocido ya en vida; y en 1805 los periódicos italianos dieron la noticia de su fallecimiento. A G. Berchet se le atribuye la traducción del Visionario (Der Geisterseher), publicada anónimamente en Milán en 1809.

Claro que el poeta alemán por el que suspiraban los italianos del XIX fue Heine (“Traduttori italiani di Heine nell’Ottocento”); también el más traducido por Carducci, que lo recreó métricamente en el stil popolare vecchio italiano. A atender es igualmente “Interesse di Croce per Thomas Mann”, en el caso del napolitano desde su recensión (1920) de las mannianas Betrachtungen eines Unpolitischen (1918). Croce, que por Alemania experimentaba “un vecchio affetto di napolitano”, con sus notas a las por lo demás discutibles ‘consideraciones’ se situaba entre los heraldos de la obra del narrador de Lübeck en Italia. En general, Croce prestó una intensa atención a los debates de tierras alemanas en los 20 y 30, a Spengler, W. Rathenau o los desvaríos político-universitarios de Heidegger. Más tarde estableció contacto personal con el mismo Mann, a quien vio en Múnich en 1931; Mann era para él, con Vossler o E. Auerbach, parte de la desvaneciente “Germania che aveva amata”. Luego, al publicar el alemán en 1945 la carta Warum ich nicht nach Deutschland zurückgehe, Croce quedó decepcionado.

El ensayo “‘Crucchi’ e ‘Walschen’ in Tirolo” toca aspectos de la creación literaria en Tirol del Sur, como se sabe parte del estado italiano y sin duda un buen punto de observación para la tan actual problemática de la(s) cultura(s) de confines y los intercorsi. Pues bien, la que Di Benedetto estima la mejor novela publicada por un italiano en 1985 procede de allí y fue escrita en alemán por el meranés Joseph Zoderer, Die Walsche (L’”italiana”, el original de 1982). Aún con las excusables repeticiones en un volumen así, Di Benedetto exhibe una clara voluntad de estilo con su escritura densa, de erudito avezado en contextos históricos de unas cuantas literaturas europeas y templado en los hábitos filológicos de la Quellenforschung. Y en una libertad que puede sorprender a alguno, aplicada por ejemplo en su tratamiento desacralizador de un icono político-cultural como A. Gramsci, cuya asimilación de las concepciones de Benda y de Croce impugna. El presente repertorio misceláneo es un saludable aporte a nuestro conocimiento del incesante transfer literario que ha constituido la simbiosis de dos destacadas naciones europeas.