Las consecuencias visibles de una crisis sin precedentes


Ángel Repáraz


Vivimos la crisis económica más profunda y prolongada de los últimos 80 años. Desde 2007 un susto sigue a otro, y en nuestro país la preocupación, o el temor, se han generalizado; el desempleo se ha disparado, y se han decretado congelaciones de pensiones y recortes en los ingresos de los funcionarios -y parece que estamos solo en el comienzo- al objeto de paliar el déficit público y la dimensión de la deuda exterior. En su origen, este auténtico maremoto se debe, al parecer, a las 'burbujas' de la especulación financiera, bursátil e inmobiliaria de los Estados Unidos, que al estallar provocaron otros estallidos en varios países europeos, y en el nuestro de paso el derrumbe del sector inmobiliario. Una terminología nueva inunda nuestra vida cotidiana: 'desregulación', crisis de la deuda soberana, 'tsunami' financiero, ataques especulativos, etc.

Todo esto significa en las personas concretas inseguridad, temor a que se contraigan, o hasta desaparezcan, las prestaciones del Estado del bienestar, miedo al paro, a que el control de nuestras vidas se nos vaya de las manos. Se extiende la impresión de que las decisiones ya no las toman los órganos políticos (ejecutivo, parlamento): ha emergido un poder inaudito, una entidad ubicua y sin contornos definidos llamada los mercados. La estación final por ahora, la recesión, es una sociedad cuyos recursos van menguando y, por lo que oímos y leemos, más desigual.

¿Qué puede pensar un/una joven estudiante de una situación así? Seguramente que algo funciona mal o muy mal para que el orden económico global sufra estos vaivenes. Al/a la joven le afecta en especial el paro juvenil, mucho más elevado aún para ellos, la (paradójica) sobrecualificación, las dificultades para emanciparse (“irse de casa”), etc. El modelo productivo en que vivimos absorbe sólo a una parte de los titulados, que a menudos deben subemplearse.

Además, la hipertrofia del poder de los mercados inevitablemente tiene por consecuencia un bajón en la credibilidad en los gobiernos, también en los que se suceden en nuestro país. Y bien, las amenazan son sin duda reales -aquí incluida la que pende sobre el proyecto común europeo-, pero también es claro que una población amedrentada acabará aceptando cualquier cosa. Todo esto es mucho más que una crisis, si tomamos la palabra en su valor real, porque tras la recesión económica se perfilan otras, más relacionadas con la sustancia de las personas. Pues justo por ello es ahora imperativo hacer un llamamiento a los movimientos cívicos y políticos para la puesta en pie de algún acuerdo transversal y lo bastante amplio que afronte la crisis con medidas que cuenten con la anuencia de los representados.

Donde está el peligro está también la salvación, reza un muy conocido verso de Hölderlin. Sin negar un adarme de gravedad a la situación, acaso dramatizamos tanto porque estamos mal de memoria colectiva. España ha conocido, solo en el XX, situaciones de desorden grave, de desigualdad extrema, de hambre. Yo vería todo esto como una posibilidad para esas políticas de austeridad consensuada (para los escépticos: los 'Pactos de la Moncloa' no están tan lejanos). ¿Y si esta enorme crisis general es ocasión para una modificación en las conciencias y en los hábitos, para esa metanoia cívica que reclamaba el Unamuno joven?


Material utilizado:

Prensa española y alemana (El Mundo, El País, DIE ZEIT)

Keynes, John Maynard, Ensayos de persuasión, Madrid: Losada, 2010

Estefanía, Joaquín, La economía del miedo, Barcelona: Círculo de Lectores, 2011