Algunas notas sobre Antonio Machado y el pensamiento alemán


Ángel Repáraz


La construcción wagneriana de una “obra de arte total”, el componente mórbido de simbolistas y parnasianos franceses, Schopenhauer, el amoralismo un punto fanfarrón de Nietzsche: tales formas estéticas, se ha repetido mucho, ocupaban a artistas y literatos españoles de comienzos del XX. Este ambiente modernista ha impregnado a Machado, y, valga la ingenuidad, a sus muy interesantes apócrifos filosofantes, Juan de Mairena y Abel Martín. Pero aun más intensa que la impronta del modernismo ha sido en Machado el llamado krausismo, que constituía el armazón intelectual de aquella Institución Libre de Enseñanza en que se formó y a cuyo exigente credo “evangélico” le caracterizaba una clara distancia de la institución católica.

A lo largo de toda su vida adulta ha reflexionado Machado sobre la lírica, su especificidad y su posible función social; en clave filosófica muy a menudo, con abundantes y felices cruces del análisis poético con el fermento filosófico. De Kant ha tenido Machado un conocimiento importante, que funcionalizó para su propia poética: “Se dice -y yo lo creo- que Kant dio una gran lanzada a la metafísica de escuela, a la metafísica dogmática, con su Crítica de la razón pura, demostrando, o pretendiendo demostrar, que no hay conocimiento sin intuición, ni intuición que sea puramente intelectiva”. Intuición e intelecto: aquí nos situamos en la antinomia básica de su poética.

Machado ha tenido un trato asiduo con la filosofía alemana, desde Kant, Fichte y Hegel a Schelling, pasando por Nietzsche, Husserl y Scheler y hasta Heidegger, cuya concepción de la angustia le era familiar ya por Kierkegaard y Unamuno (a quien consideraba más valioso que al propio Heidegger). A Martin Heidegger, en cualquier caso, lo sitúa en más de una ocasión en la tan machadiana tierra de nadie entre el empeño filosófico y la creación poética, asociándolo además interesantemente con Sócrates (y Nietzsche): “Yo no sé bien qué trascendencia puede alcanzar en el futuro del mundo filosófico -si existe ese futuro- la filosofía de Heidegger; pero no puedo menos de pensar en Sócrates, y en la sentencia délfica, a que aludía el hijo inmortal de la comadrona, ante esta nueva -¿nueva?- filosofía, que a la pregunta esencial de la metafísica: ¿qué es el ser?, responde: investigadlo en la existencia humana; que ella sea vuestro punto de partida (Das Dasein ist das Sein des Menschen). Y para penetrar en el ser, no hay otro portillo que la existencia del hombre, el ser en el mundo y en el tiempo... Tal es la nota profundamente lírica, que llevará a los poetas a la filosofía de Heidegger, como las mariposas a la luz”. Es poco probable que nuestro poeta haya conocido la alocución rectoral (1934) de Heidegger en Friburgo...

Ha citado a Heine en el discurso de admisión en la Real Academia (que nunca leyó), y en los 20 a E. R. Curtius; de Spengler hay reiterada mención (disintiendo humanísticamente de él). Conocía también probablemente con alguna extensión a Goethe, de quien habla con entusiasmo, pero también con distancia crítica. A la figura, para el 98 muy relevante, de Schopenhauer, se enfrenta ya desde la perspectiva del optimismo humanista o progresista, como se quiera, en todo caso de sorprendente lucidez. Más consecuente aún es su crítica de Nietzsche, porque la concepción machadiana del mensaje cristiano como la exigencia de la aceptación fraterna de la alteridad tenía que chocar con el germano, pero también con Marx, si bien su crítica del marxismo experimenta un profundo cambio en el curso de la guerra española. Sea de ello lo que quiera, Vogelsang ha podido asociar el estilo de pensamiento machadiano con el “pensar sin barandillas” de Hannah Arendt.

Al comienzo de la Gran Guerra todavía habla Machado del “francés avaro” enfrentado al “César” alemán. Pero ya en diciembre del 14 escribe a Unamuno desde Baeza que la posición española “no es muy digna”, y se muestra partidario de participar del lado de los aliados, “olvidando el poco amor que éstos nos profesan”; la neutralidad española le parece inconsciente, mezquina y cominera. Nunca de desprendará de la “otra” Francia, la de, casi con sus palabras, el laicismo, la libertad y la separación de Roma; la derecha española de entonces, por su parte, era masivamente germanófila, puesto que abominaba de la “inmoralidad” francesa desde la quiebra del antiguo régimen en 1789. Uno tiene la impresión de que lo que decide la toma de postura de ambos bandos ante Alemania es la actitud previa frente a Francia. Claro que la Alemania guillermina era un jardín de infancia si la comparamos con la perversión nacionalsocialista, y el kaiser se apoyaba en una democracia parlamentaria que más o menos funcionaba. Luego, ya durante la guerra civil española, son múltiples las alusiones a la agresión alemana; Machado ha visito muy bien la raíz sangrienta de cierta técnica alemana del XX, y en 1937 publica un durísimo alegato contra sus tradiciones belicistas. Todo ello, hay que añadir, en paralelo con una ceguera ante la realidad de la Unión Soviética de Stalin que impone.

El presente trabajo tiene límites evidentes: es apenas un expurgo selectivo (y devoto) de la obra de don Antonio, claustral de nuestro instituto en tiempos, como sabemos. Están también las limitaciones reales en la formación intelectual del poeta, de clara determinación biográfica; Machado, lo ha recordado Gibson, no ha conocido la España industrial. Es una cuestión académica o, por decirlo mejor, escolar en el peor sentido del vocablo, intentar discernir el nivel de conocimiento de la lengua alemana por parte de Machado. De francés tenía conocimientos óptimos, y de la literatura en esa lengua (y de la española, no hay que decirlo); hay citas de italiano, inglés y portugués en sus escritos; el latín escolar lo sometió a una intensa ampliación ya de adulto, y también al griego. Nos queda el Machado filósofo y sus concomitancias con el pensamiento alemán; que su poesía -y su correspondencia- acentúa “la angustia” es bien conocido, y la otredad y la nada, dos ámbitos muy frecuentados por el existencialismo europeo, son machadianos casi desde sus comienzos líricos. Es también claro que la inquietadora fascinación que sobre Machado ha ejercido el transcurso del tiempo lo emparenta con Sein und Zeit, productos ambos de una época. Por el otro lado, en años recientes se detecta asimismo una fina sensibilidad entre los alemanes para su estilo poético; todo un Durs Grünbein ha hablado muy certeramente de los “poemas monolíticos” de Machado.


El material utilizado

Además de la obra publicada del poeta, me han sido de utilidad las extensas monografías Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado (Madrid: Punto de lectura, 2007), de Ian Gibson, y Antonio Machado (1875-1939). El hombre. El poeta. El pensador, de Bernard Sesé (Madrid: Gredos, 1980), que amablemente ha puesto a mi disposición el profesor José Carlos Menéndez. De Howard T. Young he podido leer el excelente “Antonio Machado: A Few True Words”, recogido en The Victorious Expression, Madison: The University of Wisconsin Press, 1964. Las selecciones de escritos machadianos que realizó Aurora de Albornoz (A la altura de las circunstancias, 4 vols., Madrid: Cuadernos para el Diálogo, 1972) me han resultado también muy valiosas, así como un amplio material de Internet.