Un oscuro alemán como etnólogo de un México oculto: sobre la obra de B. Traven (1882-1969)
Ángel Repáraz
Madrid
B. Traven, el “Kaspar Hauser de la literatura” (Guthke), ha dedicado toda una vida a ocultarse, hasta el final y se diría que mucho después, toda vez que hasta hoy son conjeturales todas las hipótesis sobre el origen y la identidad reales del esquivo escritor que cautivó a Brecht, Einstein y K. Tucholsky. Su viuda mexicana afirmó que Traven nunca tuvo una partida de nacimiento, y Guthke1 cita a Raskin, a quien la misma viuda confesó en una conversación: “I don't think he could have told the truth, even if he wanted to. […]. It was so tangled in his mind that even he didn't know the truth any more”.
Algunas de las hipótesis: Traven era un alemán del Norte, Traven era era hijo del último kaiser Guillermo II, era Charles Trefny, de St. Louis/Missouri, estudiante de teología en Friburgo, era Otto Feige, de Silesia, era Jack London, ¡era el nom de plume de Adolfo López Mateos, presidente de Méjico! Varias son disparatadas; conclusiva no es ninguna. Autor de una obra bastante extensa, él se las arregló para que ninguno de sus editores lo conociera personalmente. El experimentum crucis de todo el misterio, se suponía hasta hace poco, era el interrogatorio de la policía de Londres de 1923, en cuyo transcurso Traven declaró como su nombre auténtico Hermann Otto Albert Maximilian Feige, nacido en 1882 en Schwiebus/Silesia, hijo de Adolf Feige. Ahora sabemos que Feige de 1896 a 1900 es aprendiz de cerrajero y que en 1905/6 trabaja en Magdeburg. Aquí le perdemos la pista; y Guthke se pregunta si Otto Feige no habrá sido también una falsa identidad, y presenta buenas razones. Sea lo que fuera, como tarde en 1912 posee Traven en la Alemania guillermina una cédula policial a nombre de Ret Marut, y como nacionalidad figura en ella 'England', luego 'Amerika'; de 1912 a 1915 es actor más o menos fijo en Düsseldorf. En 1917 el tal Ret Marut no ha sido movilizado puesto que puede exhibir la cédula, en realidad una solicitud de ciudadanía americana que, en efecto, cursó. Más, todavía en guerra publica en Múnich 'Der Ziegelbrenner' (El ladrillero), en aquella Alemania una revista inexplicablemente crítica que ha sido comparada con 'Die Fackel' de Karl Kraus.
De la primavera del 1919 es el corto ensayo revolucionario de la República de Consejos muniquesa y a Red Marut lo encontramos como uno de los dirigentes, si bien desempeña funciones secundarias de censor de prensa. Los blancos entran en Múnich el 1 de mayo y Marut escapa por los pelos de la horca. Desde entonces es reclamado por alta traición; coraje no le falta, porque sigue sacando ilegalmente su revista hasta diciembre de 1921. A finales de 1923 se le mantiene en prisión preventiva en Londres; al año siguiente entra en México, y en 1931 se registra allí como el ciudadano norteamericano Traven Torsvan. En su actividad como novelista es concienzudo, y pasa temporadas en la jungla equipado con cámara, máquina de escribir, libros, cuadernos de notas y -curiosamente- con un gramófono, a la busca de material para sus novelas. En 1934 el ingeniero T. Torsvan abre un apartado de correos en el Banco de México de la capital. Cerca de Acapulco un detective da con el 'Cashew Park', una finca declarada como restaurante -no lo es- por una tal María de la Luz Martínez, y algo apartada del edificio principal descubre el detective una cabaña muy sencilla con montañas de libros, donde vive un eremita al que los vecinos llaman 'el gringo'; el gringo era el 'ingeniero' del apartado de correos. Desde 1937 se relaciona con Esperanza López Mateos, en esta época su apoderada ante sus editores, su secretaria y después su traductora al español.
El director John Huston se cita en 1946 con B. Traven en su hotel de México para hablar sobre la filmación de El tesoro de Sierra Madre. Pero en lugar del escritor aparece un desconocido que dice ser Hal Croves y actuar con plenos poderes en nombre de Traven (Huston nunca le creyó). Se sabe que el 3 de septiembre de 1951 ha adquirido la nacionalidad mexicana a nombre de Bendrich Traven Torsvan. Y en ese año todo lo relativo a la identidad de nuestro hombre se complica por la contraofensiva del propio Traven, que entre 1951 y 1960 y con el auxilio de un amigo suizo y la López Mateos (después de la Sra. Luján) edita en Zurich 36 números de las BT-Mitteilungen (Comunicaciones de BT). Esas BT-Mitteilungen se dedican sobre todo a atacar a quienes cuestionan la 'auténtica' biografía de Traven, y lo hacen a menudo con evidentes falsedades.
En 1959 reaparece Traven en Alemania, y en el Hotel Hilton de Berlín se registra a nombre de Croves; después asiste al estreno en Hamburgo de la versión filmada alemana del Totenschiff. El 4 de marzo de 1969 hace testamento en Méjico, y en él declara que su nombre es Traven Torsvan Croves, de Chicago: nunca se ha hallado en Chicago o alrededores un registro de nacimiento con ese nombre. El mismo día de la muerte, 22 días después, su viuda lee en público el testamento. Algún tiempo después da otra conferencia de prensa; su marido, afirma, la había autorizado a hacer público lo que silenciaba el testamento, y ahora manifiesta que Croves había sido en su juventud un revolucionario alemán de nombre Ret Marut. Años después, en 1980, el periodista y escritor inglés Will Wyatt establece sobre la base de un minucioso trabajo de archivo que Traven era civilmente Hermann Albert Otto Max Feige, nacido en 1882 en Schwiebus/Swiebodzin e hijo de un Otto Feige, alfarero. Pero Guthke2 ha argumentado muy eficazmente que en rigor lo único que Wyatt prueba es que Ret Marut dijo ser Otto Feige.
Con la confusión de las identidades tiene mucho que ver la de la(s) lengua(s). Traven es alguien que dejó Alemania con cerca de 40 años (hipótesis Ret Marut). Y algo parece seguro después de Guthke: su origen alemán y el alemán como principal lengua de su juventud; 'Der Ziegelbrenner' está libre de anglicismos, Traven hablaba inglés con acento alemán y nunca lo escribió sin germanismos. A fines de 1962 se rodaba una película en México, La rosa blanca, según la novela de Traven de igual título (Die weiße Rose) y bajo la dirección de Reinhold Olschewsky, un alemán. Y en una extensa conversación que el director mantuvo con Croves, desarrollada alternativamente en inglés y en español, comprobó Olschewsky que Croves tenía desde luego un excelente inglés, pero sin la libertad expresiva de un nativo, y cuando Olschewsky intentó cambiar al alemán su interlocutor hizo uso asimismo de algunas frases alemanas, pero con un acento extranjero claramente impostado. Además, la viuda y la hija de la viuda aseguraron a Guthke que Traven hablaba un inglés británico en vocabulario y dicción. ¿Dónde adquirió esos conocimientos, cuadran, por cierto, al hijo de un alfarero de una remota provincia alemana? ¿Y qué pasa con su formación formación histórica o literaria, con sus modales refinados, con sus conocimientos de piano y violín?
Un carácter manifiestamente obsesivo tiene en él todo lo asociado con la documentación y los pasaportes; su rebeldía ante el poder es la rebeldía ante aquel que pide que declare quién es: Traven ejerce el existencialismo de quien elige en todo momento no sólo lo que es, sino también quién es. Entre mayo y junio de 1927 se ha venido publicando en Vorwärts lo que después será El puente de la jungla. Ya está construyendo la oposición indio versus yanqui, dos estilos de vida opuestos. El americano, un iluso con alguna frecuencia, procede de una cultura monetizada que traduce todo en dinero y por tanto se opone al cuidadoso amor al trabajo del indígena; buen ejemplo de ello es la Canasta de cuentos mexicanos. Pero tampoco estamos en la Comala de Rulfo: en Traven hay un como sobreexceso de realidad. En 1926 había formado parte de una expedición a Chiapas que incorporaba a sociólogos y arqueólogos; México era un país ya estabilizado. Es el contexto histórico de su interés por las raíces culturales de los indígenas -su naturalidad ante muerte, por ejemplo-; no sin límites, como en El puente en la jungla3: “El misterioso ritual del que soy testigo, la fe de esta gente en que se obrará el milagro […], todo esto me deprime y me llena de angustia. […]. Estoy en otro planeta, desde el que nunca podré volver con mis semejantes. […]. Estoy rodeado de criaturas desconocidas, que no hablan mi lengua, y cuyas mentes y espíritus no podré penetrar jamás.” De los sobrecogedores sacrificios humanos de los aztecas no hay mención en sus escritos. Curiosa coincidencia, por cierto, con el Neruda del Canto general.
Sus novelas gozaron ya de gran popularidad en el período de entreguerras, y la mantuvieron después; han conocido traducciones a innumerables lenguas y se han vendido millonariamente. También nos ha dejado un informe de viaje y múltiples narraciones que combinan la temática tradicional de aventuras, un subtono irónico casi continuo y una actitud siempre crítica con el orden capitalista. El país de la primavera (Land des Frühlings, 1928), informa de un viaje a Chiapas que le ofrece la ocasión de exponer su personal visión de la acracia. En general, le interesa la realidad de los indios y de la gente algo marginal, pero, además de reproducir con considerable detalle el medio social de sus personajes, sabe situarse también en la perspectiva de los 'humillados y ofendidos'. Un programa político nunca presenta, pero tampoco retrocede para nombrar la causa del dolor de sus protagonistas. Porque el origen de sus destinos miserables es para él caesar augustus imperator, como es llamado en El barco de los muertos el dictado del capital.
Son novelas muy comentadas -la perspectiva autorial es de mucha interpretación-; en El barco de la muerte (1926) el yo narrador se permite frecuentes excursos valorativos sobre el Estado y sus sirvientes, sobre la policía, sobre los alemanes, etc. Con esta novela estamos además en el nadir de Conrad, porque aquí no hay apenas sentimientos generosos, sino los controles de la esclavitud, ritmos laborales extenuantes y salarios miserables; El barco de la muerte es más próximo al céliniano Viaje al fin de la noche que a cualquier otra novela mexicana de Traven. Y bien, si la novelística que siguió a la revolución confirió presencia y visibilidad pública al indio -recuérdese a Carlos Fuentes, Rulfo o Revueltas-, él se ha querido portavoz exterior de la misma, y en tanto que extranjero ha anunciado al mundo la condición de aquellas gentes. La ya citada narración El puente en la jungla es aquí de importancia porque es la primera vez que se ocupa con alguna extensión el tema de la situación de los indios, y es patente que el yo-narrador los toma en serio. El llamado 'ciclo de la caoba' incorpora cinco novelas, publicadas entre 1931 y 1936; de nuevo vuelve a la vida de los indígenas de Chiapas, obligados a trabajar en las plantaciones de caoba de la jungla (las 'monterías') a principios del siglo XX. Probablemente la mejor sea la cuarta, La rebelión de los colgados, una muy plástica e intensa historia de las luchas de los peones. Aslan Norval (1960) es una rareza en la obra de Traven. Tras una pausa de 20 años (!) vuelve con ella a la civilización urbana, que aborrecía, y ante la que no acaba de situarse.
Los movimientos campesinos de principios del XX no fueron una novedad absoluta; se estima que entre 1700 y 1817 se han producido 137 rebeliones campesinas en todo el territorio de Nueva España. Y sin embargo hacia 1910 los indios apenas conservaban el 5 por ciento de las tierras cultivables; en caso de conflicto el poder utilizaba a la policía rural, los temidos rurales. Porfirio Díaz, que llega al poder en 1877, impulsa muy desigualmente el crecimiento económico modernizador. Según Recknagel4, el 85% del suelo estaba hacia 1910 en posesión de 834 finqueros, en tanto que la masa de indios y peones se encontraba en régimen de dependencia absoluta. En el Prólogo a La raza cósmica (1925) puede enorgullecerse Vasconcelos de “las ruinas arquitectónicas de mayas, quechuas y toltecas legendarios, [que] son testimonio de vida civilizada anterior a las más viejas fundaciones de los pueblos del Oriente y de Europa.”5 Pero esa atlántida “prosperó y decayó”, y se trata de iluminarla en su oscuridad, recuperarla para la vida. Claro que hay un obstáculo serio, ya denunciado antes por Rubén Darío -recuérdese su Oda a Roosevelt-: los Estados Unidos.
De 1925 fue también la muy conocida El tesoro de Sierra Madre, poblada por personajes a la deriva que deciden apostar por la búsqueda de oro. Es una novela con cervantinas 'historias dentro de la historia' y de una perfecta inmediatez en el tratamiento de los conflictos, verosímilmente porque Traven ha conocido bien esa vida aventurera; una novela de la voluntad esforzada también y, asimismo cervantinamente, del fracaso. De 1929, y siempre en Vorwärts, es la novela por entregas Die Baumwollpflücker (Los trabajadores del algodón). En 1956 ve la luz en Méjico la citada Canasta de cuentos mexicanos y de 1969 es Macario, una narración breve, o, si se quiere, un cuento alegórico casi en el sentido normativo de los Grimm.
Traven ha sido en sus novelas, narraciones y cuentos un actuario atento del proceso que era condición de la modernización del país: la liquidación del feudalismo. Lo nuevo es que en sus novelas el sujeto ejecutor no es en general el peón o el proletario clásico, sino el desclasado. En oposición por lo demás a la realidad histórica, esos leñadores y trabajadores semiesclavizados de las monterías se acaban liberando, pero son revolucionarios que no necesitan dirigentes. Aquí triunfa Max Stirner con El único y su propiedad, la lectura de juventud de Traven, que además defendía una doble vida (uno piensa en el Doppelleben de G. Benn). Claro que esa conciencia política traveniana tiene sus lastres; de carácter formativo desde luego, y desde pronto, puesto que desde 'Der Ziegelbrenner' se nos reclama, quién lo diría, de Goethe como “vocación” (o “destino”, Bestimmung) e “hito” de “un desarrollo humanista del pueblo alemán”. Aunque también subraya que en el curso del progreso técnico se han perdido muchas cosas valiosas, que él cree encontrar precisamente en la raza indio-mexicana.
Es obligado asociar a nuestro autor con El hablador, de Vargas Llosa, el Stiller de M. Frisch o el Marbot de Hildesheimer, personajes que impugnan su identidad anterior o pretenden borrar toda huella de su paso por el mundo. La vida como muerte y resurrección; la diferencia con Traven es que disfraz de este fue de por vida. Gándara6 ha puesto acertadamente en relación el mundo de Carlos Castaneda con el de Traven: es en el México profundo de las tradiciones mágicas donde los hombres ensayan formas de participación mística con la naturaleza. Allí Traven se nos afantasma definitivamente, en anticipada ejecución artística de la 'muerte del autor' de R. Barthes, aquí en su literalidad civil. Es llamativo su desapego de los demás -¿qué fue de Irene, su hija nacida en Alemania en 1912?-; no menos es un hecho que Traven no ve del todo la realidad que tiene enfrente, que su blanco y negro da cuenta de peones y hacendados, pero sin atender a la heterogeneidad de la composición real de un país. Hace instantáneas de alta efectividad de la ferocidad y la justeza del estallido insurreccional campesino; pero pasa por alto a los trabajadores urbanos -los revolucionarios villistas y zapatistas les eran perfectamente extraños- y, de paso, la vida urbana moderna. Está además más infectado de prejuicios de lo que creíamos (su profundo antisemitismo ha sido registrado por Michael L. Baumann). Y bien, a despecho de todo ello, y hasta de sus registros algo rígidos de lengua(s), uno tiene la impresión de que B. Traven sintió como su misión precisamente esa iluminación de la secular oscuridad del destino de los indígenas, un cometido que llevó cumplidamente a cabo.
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1Guthke (1987: 106).
2Guthke (1987: 128).
3Traven (1991: 89).
4Recknagel (1983: 220 y s.)
5Vasconcelos, op. cit., sin paginación.
6Traven (1993: VIII).