De nuevo sobre la extinta RDA. Consideraciones ex post sobre las 'instancias de control' de la actividad literaria bajo una forma tiránica de poder.


Ángel Repáraz



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Ocasión próxima de estas notas ha sido la lectura

combinada de un delgado volumen de Ingo Schuze, Unsere schönen neuen Kleider1, y, de entre el aluvión de publicaciones sobre la desaparecida RDA, de un trabajo colectivo con siete aportaciones coordinadas por Martin Sabrow2 y que contiene análisis extensos, sobrios, sobresalientemente documentados y veraces de los cuarenta años de existencia de lo que suele llamarse die ehemalige DDR3. Es bien sabido que las tiranías del siglo XX alcanzaron su consumación en las dictaduras de partido único, a menudo totalitarias en el sentido canónico de Hannah Arendt. Y que Platón -más en Las Leyes que en la República- posee buenos títulos para arrogarse la magistratura de pionero en el diseño de un orden político ideal y despótico. En el caso en estudio es aún bien visible en algunos segmentos de la sociedad de los nuevos Länder la pervivencia en las mentalidades y en ciertos mecanismos sociales de adherencias al orden político que cayó en 1990. La continuidad política que, por detrás de las declaraciones modernizadoras de sus líderes, ostenta un partido como el PDS puede resultar algo exótica, pero la impronta de la historia reciente en la obra de Durs Grünbein, G. Neumann, Ch. Hein o el mismo I. Schulze es un hecho. Es pues seguramente oportuno revisar con alguna concreción un fenómeno por lo demás tampoco tan novedoso: las distorsiones y los bloqueos en la autorregulación social introducidas por los controles estatales sobre la vida pública (y privada) en sus manifestaciones artísticas, aquí literarias.


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También el voluntarismo del proyecto utopista se ha dicho de muchas maneras. En nuestra cultura detrás de todas está Platón, ya se ha sugerido; más tarde, y con el progreso en la secularización del mundo histórico, ese proyecto adquirirá en los utopistas cristianos carácter de preparación para la salvación final, hasta Engels, que pretende dignificarlo como ciencia. Aquí analizamos la RDA como Estado platónico realmente existente; en su planta fundacional, efectivamente, ya reproducía la tripartición antigua de actantes: el Arbeiter- und Bauernstaat tenía en su base una amplia población ilota (campesinos y trabajadores), más arriba los guardianes especializados ('la espada y el escudo' de la seguridad estatal, el Partido y sus órganos) y arriba los reyes-filósofos, vale decir la cúpula del Partido, legataria y administradora de un mensaje ideológico incuestionable. Un principio cardinal de la utopía platónica fue asimismo adoptado: la enemiga desde la ficción oficial a toda autonomía del arte y, en consecuencia, el trabajo por instrumentalizarlo políticamente.

La confianza en la realizabilidad del pensamiento utópico ha madurado en el tiempo, en especial cuando la fantasía de la ciudad ideal antigua, renacentista e ilustrada es rehabilitada en la historia al producirse su convergencia con las aguas del gran río que es el invento ilustrado: la idea -desde Condorcet como tarde- de progreso. El pensamiento resultante contiene ya gérmenes de política revolucionaria; un siglo después todo cobra un ritmo febril, y ningún sacrificio en vidas humanas será entonces bastante. Con Marx y, después, con la III Internacional, disponemos además del conocimiento de las 'leyes objetivas' de la historia (y, de paso, se crean los 'enemigos objetivos'). Pero ya antes hemos conocido a Owen, Fourier, Saint-Simon, W. Morris, Th. Herzl, etc.. F. Engels, con Marx, introduce poderosas correcciones en el modelo al machihembrar los viejos anhelos igualitaristas con amplios aportes de la ciencia del XIX. También se acaban desarrollando, por cierto, visiones más negras sobre la posibilidad futura con las llamadas distopías; son las conocidas visiones de Zamiatin, A. Huxley, G. Orwell, R. Bradbury, etc. Es de mucho interés que tras su visita (1920) a la Rusia Soviética -se entrevistó con Lenin-, Bertrand Russell observara que aquel experimento revolucionario empezaba a parecerse al modelo de Platón.

La nómina anterior admite alguna ampliación, también preplatónica; la mítica 'edad de oro' de Hesíodo conocerá una larga fortuna. El mismo Platón, que viene de ella, es sin embargo mas realista, y sabemos de sus tentativas -y sus riesgos personales- para introducir su ciudad ideal en el dominio de Dion, en Siracusa. Más realista es todavía Th. Moore, que conoce bien a Platón -hay una referencia al Platón de la República en su Utopía-; ahora bien, su traducción cristiana del mensaje platónico no se hace ilusiones sobre la perversidad del poder humano: “Se han de […] suscribir decretos pestilentísimos”4. Desde luego que también él postula la comunidad de bienes -el funcionamiento de Utopía tiene algo de la familia ampliada de los antropólogos-, pero acepta limitaciones precisamente cristianas, como el ateísmo. No muy distintos son los proyectos de Campanella o Francis Bacon, y en el XVIII también Voltaire echará su cuarto a espadas. El campeón del realismo, con todo, había sido un historiador florentino, que también coloca en el punto de partida de su pensamiento la realidad de la maldad humana: Niccolò Macchiavelli. En El príncipe la realización del principio se singulariza en una persona, la que ejerce la virtù sin instancia alguna ante la que responder, y por lo mismo desvinculada de cualquier constricción moral cuando se trata de alcanzar, o mantener, el poder. Adivinamos ya a Robespierre.


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El 1 de mayo de 1945, ocho días antes de la capitulación, el grupo de Ulbricht está en Berlín. Y en ese mes de mayo funciona ya en el mismo Berlín un Amt für Volksbildung, que dirige Otto Winzer, también de la emigración política de Moscú. Los nuevos dirigentes conocen demasiado bien el anticomunismo de la mayoría de la población, herencia de Weimar y, mucho más, del nazismo, pero también la muy profunda desconfianza de los soviéticos hacia los alemanes, así que imponen una fase inicial “antifascista-democrática”. Todo con una situación económica catastrófica; los llamados Umsiedler son casi un cuarto de la población de la zona soviética, y los índices de delincuencia en la misma son elevadísimos. Las condiciones de partida no pudieron ser, pues, más desfavorables; hacia finales de 1946 se habían desmontado -y transportado a la Unión Soviética- por exigencia de los ocupantes más de 1.000 empresas, las mayores entre ellas, y la segunda vía fue suprimida en casi todos los tramos de ferrocarril. Se implantaba ya la dependencia económica, que sería pronto casi total, en materias primas (petróleo, gas y minerales de la Unión Soviética) y carbón (Polonia). A las reparaciones no se puso fin hasta 1953, cuando el gobierno soviético las dio por liquidadas (y con restitución de una treintena de empresas al nuevo Estado); además, se concedió a este un importante crédito.

En julio de 1947 se funda bajo la dirección de Johannes R. Becher el Kulturbund zur demokratischen Erneuerung Deutschlands; aparece la editorial Aufbau y la revista de igual nombre. La orientación de una política cultural está perfilada, y los primeros libros publicados en la zona son de Goethe, Heine, Schiller, Fontane y Büchner; el Deutsches Theater se había reabierto en septiembre de 1945 con una representación del Nathan de Lessing. En 1948 se encona el enfrentamiento larvado Oeste/Este con el bloqueo de Berlín; es el momento de la muy política promoción en el Oeste del Animal Farm de Orwell y de los ajustes de cuentas de Koestler con el stalinismo. De 1949 es asimismo el 200 aniversario del nacimiento de Goethe, que el Este celebra con comprensible aparato. Th. Mann, muy recelosamente recibido en la también neonata República Federal, pronuncia un discurso solemne, Ansprache im Goethejahr, en la Paulskirche de Frankfurt, y lo repite en Weimar. En el Estado oriental se afianza la planificación y el control de la actividad artística e intelectual; como 'correa de transmisión' funcionaba la Schriftstellerverband. Expresión de mucho de esto es una novela publicada algunos años después (1958), Nackt unter Wölfen, de Bruno Apitz, un texto de alto valor simbólico por cuanto insiste en el vínculo de las fuerzas humanistas con la enérgica dirección política de los comunistas. La novela, casi un mito fundacional, fue lectura escolar de carácter obligatorio.

Operación de gran calado fue la campaña para la imposición del realismo socialista en literatura y arte, prácticamente coincidente con el establecimiento de la nueva república (1949). La abertura de primera hora cedió paso a partir de entonces a un principio que tenía la evidencia de un axioma: las publicaciones habían de reclamarse ya del socialismo. La Unión Soviética era ya el único modelo político (y de política artística, por tanto); la gestión de los detalles de la aplicación era cosa de la administración militar soviética (SMAD). La fórmula se conocía, toda vez que en la Unión Soviética hacía ya casi dos décadas que la literatura, el cine y el arte stalinistas eran casi únicamente estimados por su valor de agitación, con poca preocupación por los contenidos estéticos. Propiamente hablando aquel realismo socialista no fue sino un método para producir socialismo, la promoción de ciertas formas artísticas -tradicionales- al objeto de levantar una realidad peculiarmente sublimada, sin muchas contaminaciones empíricas. También en la RDA se daban las precondiciones para tal intento, y en adelante el arte en tanto que “componente esencial de la cultura” tendría por misión apoyar, estimular y celebrar la política del Partido, es decir, representar su línea. El escritor Louis Fürnberg lo dijo irrepetiblemente en 1949 con la canción Die Partei: “Die Partei, die Partei, die hat immer recht, Genossen, es bleibt dabei”. También Becher aportó su granito de arena al II Congreso del SED con su Kantate 1950.

La dictadura del politburó [el Comité Ejecutivo del SED], escribe Bahro, se ejerce por medio de un Partido que “es a un tiempo jerarquía eclesiástica y superestado”5. Una estructura (casi) teocrática necesita emplear la violencia simbólica, léase órganos inquisitoriales; también violencias más materiales, así que “el propio partido no está muy lejos de convertirse en una policía política”6. El poder real acaba pronto en manos de una clique limitada de miembros, que para Havemann puso en marcha un sistema de monopolio estatal altamente perfeccionado7; en un país, recordémoslo, cercenado arbitrariamente y en consecuencia tanto más obsesionado con su soberanía. De acuerdo con documentos hace años accesibles, en 1988, la víspera por tanto del final, el Ministerio de Seguridad del Estado contaba con 170.000 “colaboradores no oficiales”, informadores y denunciadores, por tanto8, lo que, más o menos, quiere decir que de cada cincuenta ciudadanos adultos uno tenía vinculación directa con la policía política. Nada de esto perturbó la ceguera de la dirección del Partido para con el mundo circundante, absurda a menudo. La represión abierta era el durísimo penal de Bautzen, pero también había atención de los poderes para las desviaciones mínimas, el diario de B. Reimann9 registra cosas muy dramáticas sobre ello. Reich-Ranicki ha proporcionado una síntesis algo efectista10: “Die Deutsche Demokratische Republik, die war sehr deutsch, doch nie demokratisch und nie eine Republik, gibt es nicht mehr.”


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Es indiscutible que el SED logró en ciertos períodos hacerse con la aceptación, resignada con frecuencia -el “desprecio pasivo” de Neumann-, en sectores nada exiguos de la población, para Gauck las capas “die viele Jahre ganz gut in einer unüberzeugten Minimalloyalität überwintern konnten”11. Un instrumento para sostener esas lealtades mínimas era, claro está, la restricción informativa con la censura, si bien el término mismo desapareció de leyes, de los medios y de la Constitución de 1949. Siguió existiendo hasta el fin un sistema de instancias para el control y la orientación de las publicaciones, si bien se evitaban en lo posible las prohibiciones o supresiones; la fórmula habitual fue que la actividad de control pareciera un estímulo, en paralelo desarrollando tácticas de dilación y pretendidas razones de fuerza mayor (escasez de papel) y/o concediendo ventajas o gratificaciones a los esfuerzos adaptativos de los que eran llamados creadores culturales. Nada de esto supuso desde luego un descuido del enorme trabajo oficial por crear una literatura de loa de estado y Partido; Ulbricht y miembros señalados del Comité Ejecutivo dijeron muchas cosas sobre cuestiones literarias, y las editoriales tenían el encargo de difundir una literatura que representara la vida en la RDA como debía ser a juicio del Partido: volkstümlich, parteilich, typisch y vorwärtsweisend. El acuerdo y las declaraciones de fidelidad fueron comprados con buenas viviendas, posibilidades de viajar y de informarse, coches, etc. En 1974 podía escribir Havemann: “Dem Bürger der DDR steht immer noch nur 'behördlich genehmigte' Literatur zur Verfügung. Er lebt unter einer ideologischen Käseglocke”12 (unos veinte años antes, hacia 1952, describe todo un Wolfgang Harich la desoladora situación de pintores, escultores, arquitectos e historiadores del arte13). En fin, hay un factor que también da cuenta de este estado de cosas, y que está muy en relación con la atmósfera del París de Zola y el 'caso Dreyfus', porque el Estado socialista y sus funcionarios culturales asignaban a la letra impresa una desproporcionada importancia en la formación y modificación de las mentalidades ('las masas'). A observar que la RDA se desvanece cuando el libro está perdiendo su monopolio mediático.



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La disparidad entre ambas sociedades en los 60 -que se estaba reduciendo, con todo- era inocultable con cualquier estándar de comparación: frente al pluralismo de formas culturales o la movilidad y la libertad ciudadanas del vecino occidental, la dirección de la RDA ofrecía seguridad en el empleo. Pronto la ya inicialmente chirriante desigualdad entre ambos Estados -recursos, grado de industrialización, actitud de las potencias ocupantes- había conocido un agravamiento cuando la administración americana ('doctrina Truman') inicia con el Plan Marshall un gigantesco plan de ayuda para la reconstrucción europea. El área bajo la sombra soviética poco puede oponer; se constituye en septiembre de 1947 la Kominform y Shdanow formula su teoría de los dos campos (el imperialista y el antiimperialista). El Este alemán quedó definitivamente fuera de la ayuda americana, no así de la exigencia soviética de reparaciones, ya dichas. El estallido sistémico acabó por llegar; el 17 de junio de 1953 abandonan su actividad los trabajadores de la Stalinallee de Berlín Oriental y, formando una gruesa columna de protesta, se dirigen al centro de la ciudad; un importante flujo humano de otras empresas se les une. Los manifestantes rompen el cordón policial, así que no tardan mucho en intervenir los blindados soviéticos, con las consecuencias previsibles. Ningún otro acontecimiento en la historia de la RDA ha desarmado más paladinamente la ilusión del estado de trabajadores y campesinos como aquella rebelión; los tumultos durarían semanas. Como mínimo cincuenta personas habían perdido la vida; por lo menos otras veinte más fueron después ejecutadas oficialmente. Brecht, que vivió todo aquello en la calle, envió más tarde cartas a Ulbricht, Grotewohl y a Semjonow, desde luego subrayando su compromiso con el gobierno, pero sin que se le escapara que los trabajadores no habían remontado su derrota por el fascismo. Es el clima depresivo de las Buckower Elegien.

Un estado así nacido tendrá que mantener múltiples combates, y siempre por su supervivencia. También contra el desprecio y la altanería de los dirigentes de la República Federal y los muchos años de sarcasmo con las comillas en su prensa -die “DDR”, die “Volkskammer”-, que cuestionaban machaconamente la legitimidad del sistema. Tampoco es que sus élites cuidaban mucho el autorrespeto, ciertamente: “Die Absurditäten der Becherschen Nationalhymne verrieten insgeheim den Unglauben”14. Una falta de fe acompañada inexorablemente de recelo hacia los ciudadanos por parte del poder: realísimas herencias stalinianas, contra las que nada podían los cínicos piropos de H. Kant a sus conciudadanos. El muro lo puso todo peor; casi tres millones de personas habían abandonado el país, y un porcentaje grande de titulados entre ellos. Era de esperar que el sistema reaccionara de algún modo para detener la sangría, así que el muro produjo una cierta estabilización. Pero ese hecho y la histeria de seguridad concomitante tuvieron otra consecuencia: la Stasi amplió sus áreas de actividad, cada día más perfeccionada, en la literatura. Para decirlo todo, en el otro lado del país los gobiernos conservadores entre 1949 y 1965 hicieron posible que criminales de Oradour o de Auschwitz anduvieran por la calle sin causa judicial, o la celebración de amplias reuniones de ex-SS. Estas cosas no era propaganda de la RDA.

El hundimiento se produce cuando, avanzado el otoño de 1989, una comunidad entera se quita de encima las tutelas. Y bien, con el muro -9 de noviembre- se esfuma también una posibilidad socialista no probada, cuya reivindicación en el estado que se derrumbaba estaba penada con la cárcel. Sabemos que Hager ha confesado en privado15 que el fracaso de Gorbachov traería consigo por necesidad la desaparición de la forma estatal germanooriental. Aquel estado de cosas, continúa Müller, solo podía ser modificado mediante el derrumbe de todo el sistema, que en el fondo estaba condenado a muerte desde 1918, económicamente. Polonia, siempre Müller, podía soñar con un país distinto; pero para la RDA no había otra alternativa que la RFA. Hay que agregar que la población de la República Federal en un porcentaje muy alto -la sociedad del 'milagro' y sucesoras- se había desentendido del destino de sus compatriotas. Entre tanto la gente se había lanzado a la calle; en octubre son del orden de 70.000 en Leipzig, el 4 de noviembre casi un millón de personas en la Alexanderplatz.


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Muy en conexión con la teoría de la herencia, la RDA se presentaba como una Kulturnation. Lo que era difícil de cohonestar con unos cuantos hechos; así, en el el XX Congreso del PCUS (1956) Jruschow desveló a puerta cerrada los crímenes de Stalin. El discurso estuvo rigurosamente prohibido en la RDA, pero su contenido se divulgó mucho más que cualquier documento del Partido: para los intelectuales una herida que no curaría. Entre tanto los libros de Lukács, muy leídos desde 1945, se retiraban de la venta. No es de extrañar que, todavía mucho después de su vuelta del exilio, Brecht encontrara que a los alemanes se les había regalado una revolución, pero no sabían qué hacer con ella16. En esa situación el Partido en el poder trabajaba con auténtico ahínco en la sustitución del ausente sujeto revolucionario por formas múltiples de propaganda, y, en la estela soviética, aplicando por todas partes sus escalas morales de medición (casi todas las desviaciones eran 'pequeñoburguesas'). También es cierto que desde 1971 Honecker se entrometía bastante menos que Ulbricht en cuestiones de arte; ya no se hacían advertencias a propósito del decadentismo de la modernidad literaria del XX -Joyce, Proust-, que selectivamente se iba publicando. A comienzo de los 70, consumado ya el desplazamiento del poder entre la vieja guardia stalinista en torno a Ulbricht, el grupo de Honecker se ocupó de actualizar la discusión en torno a de herencia, que ya no era entendida tanto como obligatoriedad de un 'canon' cuanto como 'recepción' y 'apropiación crítica'. En el VIII Congreso del Partido (1971) Erich Honecker anuncia a los escritores que en el futuro ya no habría tabús - claro que se atendió poco a la oración subordinada que seguía: “… wenn von der richtigen sozialistischen Position ausgegangen wäre.” Y Kurt Hager habla en su intervención de una nueva relación del Partido con los artistas. Pero el control policial omnipresente, las destrucciones ecológicas o las fortunas de unos cuantos dirigentes seguirán sin ser temas en los autores publicados en la RDA. Así que el matrimonio forzado de socialismo y Kulturerbe de modelo soviético se quedó en una revolución desde arriba de carácter extrañamente conservador.

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Una función determinante del canon está ligada al control de los discursos, y un sistema como el de la RDA, institucionalizado en alto grado, organizó con detalle la administración de lo que se definía como herencia canónica, estableciendo por tanto el marco y los límites del debate público. Lenin había insistido en que el grupo en el poder que presidía tomarían de cualquier cultura nacional “solo sus elementos democráticos”, lo que ya es un principio de control estatal por cuanto que la selección queda reservado a ese estado. ¿Y cómo actúa un estado como la RDA, que se pretendía categorialmente distinto, con el pasado cultural? Mehring ha sentado algo que repetirá mucho Lukács: las clases burguesas han hecho dejación de su legado histórico, renunciando a su misión histórica de crear una Alemania democrática -las fechas ominosas de la omisión son 1848 y 1918- y con ello a la tradición humanista y pretendidamente progresista de la literatura clásica alemana -¡Goethe, nada menos!-, heredera de la Ilustración. Inevitablemente tendrá que ser entonces el proletariado el ejecutor testamentario del legado humanista. St. Hermlin17 lleva a cabo incluso una ampliación: “Die Sozialisten sind die Erben der gesamten Menschheitskultur; sie fügen ihr ihren eigenen Beitrag hinzu.”

La concepción lukácsiana de herencia (normativa) es inseparable de su idea del realismo clásico, que privilegia aquellas obras del pasado que articulen destinos humanos sumidos en relaciones sociales valoradas desde la perspectiva del progreso histórico. Su teoría literaria marxista -del marxismo centroeuropeo- presupone además la Klassik como norma de la literatura socialista, con unos supuestos estéticos anclados en Hegel y en Goethe, fundamentalmente; ahora bien, sabemos que el clasicismo de Hegel ve el arte griego a través de Winckelmann. La consecuencia es que cuando Lukács aplica a la literatura del XX la escala clásica tiene que perder pie en la comprensión de una estética que ha pasado por unas cuantas rupturas. También como resultado de absolutizar y mimar a la 'burguesía progresista', suprimiendo o ignorando las requisitorias que se han aplicado a Goethe ya desde Novalis y Börne, o a Th. Mann por parte de Brecht. Una y otra vez se canoniza el Faust como la epopeya nacional, y su obra colonizadora del final es reinterpretada como anticipación de las reformas socialistas (con una algo llamativa continuación en Sacristán18). Pero una tal teoría es tautológica19 por cuanto que define la representación artística realista como aquella que reproduce 'correctamente' la realidad. Así, las grandísimas diferencias en la constitución de la realidad artística en las obras de Shakespeare, Sófocles, Hobbes, Diderot, Heine, Goethe, Balzac, Büchner, Tolstoi o Th. Mann, que Lukács adscribe al realismo, de algún modo se desvanecen, en tanto que los textos que no corresponden al método son excluidos del canon (los románticos, Mayakowski, Brecht).

Mucho antes, en un artículo en Das Wort de 1938, Lukács ya se despachaba a gusto con el vanguardismo, que “se comporta con la historia de su pueblo como con un mercado de baratijas”20. En 1954 es más claramente indicativo: “Nadie puede ni debe escribir hoy como han escrito Shakespeare o Balzac. Lo que importa es descubrir el secreto de su método creador básico. Y ese secreto es precisamente […] la objetividad de la forma como reflejo sumamente concentrado de las conexiones más generales de la realidad objetiva”21. Siguen sin verse los criterios definitorios de esa objetividad. Una respuesta muy pragmática la dio la RDA, cuyas autoridades culturales aplicaban seis categorías de literatura a los trabajos a publicar, en cuya virtud decidían si y cómo los autores en cuestión debieran ser dados a conocer. El primer escalón estaba dedicado a los autores comunistas bienquistos del poder -no así Trotski-, entre los que también se encontraban autores políticamente correctos aunque no del todo convincentes en lo estético (Friedrich Wolf). La sexta y última categoría se reservaba a los irremediablemente caídos en desgracia (A. Solschenizyn); la divulgación de las obras de estos últimos era penalmente perseguible. Los románticos figuraban en la cuarta categoría -los tolerados- y publicados en ediciones especiales, excelentes a menudo.

De relevancia en la implantación de la teoría de la Erbe fue a principios de los 50 el debate en torno a su enemigo mortal, el pecado contra el espíritu, el formalismo. Que podría ser caracterizado como la desatención de esa Kulturerbe, acaso en la -errónea, claro- idea de ensayar direcciones nuevas en la creación artística; es decir, la no aceptación de los filtros. Esto, no habrá que decirlo, abriría puertas y portones a la pérdida de conciencia nacional y fomentaría el cosmopolitismo, es decir, prestaría un apoyo objetivo a la política agresora del imperialismo americano; como se ve, la RDA ha vivido a mediados del XX con el argumentario de la Santa Inquisición. Era, por lo demás, la posición de Semionow22 en su artículo admonitor “Wege und Irrwege moderner Kunst” de enero de 1951 en la Tägliche Rundschau. “Fue una política cultural [la stalinista], por un lado, restrictiva, es decir, muy coactiva, con mucha censura, pero también vale la pena ver los contenidos. … muy tradicionales. […]. … en materias humanísticas y filosóficas se enseña con criterios sorbidos de la tradición aristotélica”23. Lo inesperado es que, algunos años después y justo a causa de las condiciones que creaba la censura, se diera, sobre todo con Heiner Müller, otro recurso a la herencia clásica con su adaptación del Filoktetes de Sófocles (1965), el Ödipus Tyrann (estreno 1967) o su intensa ocupación con Shakespeare en los 70.


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La ideología impuesta -circulaba el calembur de que sus responsables eran Therroretiker- tiene desde los sesenta el rostro de Kurt Hager, comisionado para implantar en todas las áreas de la vida social el marxismo bárbaramente simplificado en que consistía aquella. Porque Hager (1912-1998), miembro del Ejecutivo y secretario del CC del SED, ejercía asimismo el control del Departamento de Cultura de ese CC, y por tanto desde 1963 estaba al frente de la política cultural del país, en plena sintonía con Ulbricht, luego con Honecker; también ha estado detrás del llamado debate sobre el formalismo, o en la confrontación, y posterior exclusión social, de Havemann y Bloch. Sus memorias (1996) son un premioso y extenso editorial del Neues Deutschland: el pensamiento arcaico de un especialista en nadar entre dos aguas. Casi cómica nos resulta ahora su intervención en el VIII Congreso del SED, en que aprecia que la sociedad socialista ha cobrado un cierto ritmo de madurez en su desarrollo, y que en consecuencia tarea de la dirección política había de ser entonces elevar aún más las condiciones de vida materiales y culturales de los trabajadores, a punto ya de convertirse en protagonistas idóneos, instruidos y convencidos de la construcción del socialismo.

Una realidad observable en ese improbable ritmo de madurez fue la consolidación de una clase de privilegiados, funcionarios altos y medios de la economía, el estado y el Partido, científicos y artistas, pensadores, actores y hasta pintores, estos últimos según Havemann “sofern sie nicht malen, was sie sehen und hören, sondern, was sie hören”24. Su integración en el sistema era plena y por tanto estaban carentes de sensores para percibir su artificialidad. Lo cierto es que desde el comienzo mismo había sido empeño del poder poner de su lado a los intelectuales, y en la situación dificilísima de la inmediata posguerra -los alimentos, y hasta la ropa, estaban racionados- para los ocupantes soviéticos fue prioritario ganarse a la inteligencia para sí, proporcionando a artistas y escritores cartillas de alimentos como los trabajadores en empleos duros. Pero existía también otra raíz social del conformismo de lo que fue cristalizando como una élite: buena parte de los elementos más críticos o políticamente activos había pasado a Occidente, debilitando así la oposición interna. Tiene mucho que ver por tanto con la partición alemana el hecho de que la RDA apenas conociera una oposición no marxista, y que por lo mismo durante decenios fuera vista como el aliado más fiel de la Unión Soviética. Además, ha sido observado que en la RDA no existían espacios públicos de contraste y confrontación intelectuales y políticos reales -una Öffentlichkeit-; H. Müller expresó la situación con una hipérbole muy suya: “Wir haben hier in der DDR zwei Parteien: die SED und die Schriftsteller”25.


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Al poco de constituirse -y antes-, la RDA podía ser considerada26 “un Estado de escritores”, algo que la distinguía del otro Estado alemán. Sin olvidar tampoco que, junto a los (re)emigrantes reales, hubo también otros que no pusieron pie en el país pero que fueron publicados y gozaron de considerable prestigio: H. Mann, L. Feuchtwanger, Oskar M. Graf, etc. Una marca importante en la literatura que despegaba fue puesta por un emigrante de Moscú, Th. Plivier, con Stalingrad (1945, publicada meses antes en Méjico). La novela y, por parte de la Seghers, Die Toten bleiben jung (1949) -un texto que no busca excusas para el aniquilamiento del movimiento obrero alemán- seguramente no son muy destacadas, pero se ocupan de algo que descuidó la República Federal de la época: el tratamiento artístico del catastrófico pasado reciente. Era de esperar, por lo demás, la hostilidad cada vez mayor hacia la Seghers en el Oeste; Die Entscheidung (1959), un cuadro en detalle -y stalinista- del trabajo en una acerería nacionalizada, merece un juicio aniquilador a Reich-Ranicki, para el crítico una penosa capitulación, además de una novela caótica. De cualquier forma, debemos guardarnos de ver en esos escritores personas demasiado obsecuentes con el régimen; Brecht era cualquier cosa menos un conformista y en la polémica de Anna Seghers con Lukács a propósito del realismo la escritora mantuvo una posición poco ortodoxa para la fecha (y bastante más sensata que la del húngaro). O los más jóvenes, que, por más que se declararan afectos al sistema, criticaban cuando podían, a veces acerbamente, aspectos de su realidad social: a comienzos de los sesenta Heiner Müller, Christa Wolf, Erwin Strittmatter -el mayor del grupo, n. en 1912- o Peter Hacks. Más tarde Plenzdorf con Die neuen Leiden des jungen W. (1972), con todo y los retoques de la versión final, llega en su crítica de un muy extendido conformismo social hasta el límite de lo admisible por el sistema. Lo vio claro Honecker, que reprochó al autor “eigene Leiden der Gesellschaft aufzuoktroyieren”27.

Pues bien, ha habido un momento de relativo equilibrio entre las dos mitades del país en la producción intelectual, con una lírica de altura en la RDA, por cierto; seguramente la muerte de Brecht (1956) prepara el declive. Hasta tanto, si Merkur es una institución muy respetada de la RFA, en el otro lado está Sinn und Form, muy eficientemente dirigida por Peter Huchel -y denostada como elitista por los 'duros'-; y si en Leipzig estaban Hans Mayer, Ernst Bloch y Werner Krauss, en este lado Adorno, Jaspers y Heidegger28. El equilibrio duró lo que se tardó en expulsar más o menos directamente a Bloch y a Mayer; Huchel, un hombre gradualmente sin apoyos e insultado públicamente, acaba en la completa marginación29. El siguiente pico es la privación de nacionalidad a Biermann por su concierto de Colonia (1976), cuando quienes durante decenios habían sido testigos pasivos de la difamación o el encarcelamiento de colegas dan por primera vez el paso de una acción colectiva. Para una protesta que, mirada desde ahora, tenía poco de tal: a la cabeza, una docena de escritores conocidos -St. Hermlin fue el primer firmante- apelaba al gobierno para que reflexionara sobre la medida adoptada. Pocos días después se adhirieron cerca de cien escritores, artistas, pintores, músicos: algo que los gobernantes no se esperaban. Siguieron medidas de amedrentamiento, chantajes, arrestos domiciliarios, detenciones; el Partido, como el estado que dirigía, nunca se recuperó de ello. Para ponerlo peor, a la frustración generalizada se añadía cada noche un plebiscito de rechazo silencioso puesto que en casi toda la república se podían sintonizar los canales de la televisión occidental. Contra esto se ofrecían cosas como la Ankunftsliteratur (1961-1971), singulares novelas socialistas de formación cuyo héroe, tras el consabido proceso formativo -y de dudas-, vuelve a la fe socialista, 'llega' (Christa Wolf, Brigitte Reimann, Karlheinz Jacobs).


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La novela Jungen, die übrig bleiben (1950) dio a conocer como escritor a Erich Loest; miembro del SED, su crítica creciente a la dirección del Partido le valió la expulsión. No tardaría en ser condenado a siete años de prisión, que cumplió en Bautzen; en 1981 pasó a la RFA. De ese año es su autobiografía Durch die Erde ein Riß, y de 1985 Zwiebelmuster, con una exacta reproducción de la cotidianidad enmohecida de una cierta RDA: textos como estos constituyen ahora una fuente informativa de primer orden sobre aquel país. Suyo es también Die Stasi war mein Eckermann. Oder: mein Leben mit der Wanze (1991), que evidencia su íntimo conocimiento del modus operandi de la policía política y los retratos de cuyos funcionarios en los 5030 son todo un sociograma de una cara del estado: “Zu Kunst und Literatur hatten sie [los interrogadores] keine Beziehung, was sie aber nicht unsicher machte: sie kannten die Bücher nicht, über die sie urteilten, aber Urteile darüber: Fortschrittlich oder dekadent”31. Loest presenta luego en Nikolaikirche (1995) una gran novela social de su fase final, muy por encima de algún intento de Grass en esa dirección.

Con un raro poder sugestivo se ha detenido Hilbig en la grisura y la desesperanza de aquel sistema. Sus protagonistas son individuos que deambulan por escombreras y laberintos subterráneos en novelas que constituyen algo más que un canto fúnebre al sistema político ido: son viajes a la enajenación que generaba. De 1993 es Ich, por excelencia la novela del alcantarillado de un estado policial, algo así como la surreal pintura de un mundo nihilista de sótanos y subterráneos, de tuberías y excrementos. El protagonista real de la novela es el miedo, dominante siempre en aquel mundo de profunda inseguridad; ahí está el alcoholismo del propio Hilbig, tan cercano al protagonista de Das Provisorium (2000), otra de sus novelas; se diría que él tampoco pudo sustraerse a su 'no existencia' germanooriental32. Pero nada impide leer Ich como una novela de artista en clave de sátira, no tan lejana de Bulgakov; y hasta quizá contenga también una respuesta a la cuestión, tan del periodismo crítico de la RFA de entonces, sobre si la literatura de la RDA tenía alguna probabilidad de conservar un resto de libertad frente a todos los llamados Systemzwänge: “Wir haben in einem Land gelebt, abgeschnitten, zugemauert, in dem wir auf die Idee kommen mußten, daß die Zeit für uns keine relevante Größe war. Die Zeit war draußen, die Zukunft war draußen”33. Neumann no ha dicho cosas tan diferentes; en 1985 también Hilbig pasó a vivir en la RFA.

Brigitte Reimann ya había recibido con 28 años un premio literario y con 30 fue elegida miembro de la presidencia del Schriftstellersverband. Sus primeras narraciones y novelas -la mencionada Ankunft im Alltag o Die Geschwister (1963)-, exhiben, antes que Der geteilte Himmel de la Wolf, los desgarros que en demasiada gente produjo la partición del país. Die Geschwister no ha perdido nada de su vena trágica porque la novela falsea y embellece la realidad del destino del propio hermano de la autora, establecido en la RFA en 1960. En 1962 tiene la Reimann un encuentro con Ulbricht, el hombre de “widerwärtige Eunuchenstimme”; no hay esperanza, anota, de una mejora de la situación de la literatura “solange dieser amusische Mann mit seinen Kleinbürgergeschmack sich Urteile anmaßt”. Dos años después confiesa a su diario algo abrumador sobre la mendacidad del sistema: “Ich griff mir an den Kopf: Stalin war gar nicht so arg, die Liquidierten haben sich selbst erschossen, bei uns war immer alles in Ordnung, wir wissen von nichts, und die Partei, die Partei, die hat immer recht. Das ist 1984, das ist ein Gespenstertanz”34. Son palabras, hay que añadir, de alguien que, en líneas generales, coincidía en sus ideas con los objetivos declarados del régimen del SED. Por descontado que ha vivido también ella en el temor; especialmente tras el repetido intento de la Stasi de reclutarla. En los últimos diez años de su corta vida escribe con urgencia su última novela, Franziska Linkerhand, publicada póstumamente. Más valiosos son sus diarios, una pieza inexcusable para conocer el funcionamiento de aquella parte de Alemania. La observadora exacta que fue Brigitte Reiman deja precisa y muy airada constancia en sus cientos y cientos de páginas de las muchas maneras del acomodo oportunista de los Fahnenschwenker, los Mittelmäßigen, los feige Idioten.


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La tradición de que procedía la RDA implicaba un poder estatal muy ligado a las personas, de donde a su vez se derivabas el aire absolutista que aquel adquiría (además, en las condiciones reales del antifascismo programático era inimaginable una auténtica catarsis política, como la habían pretendido Lukács, Harich o Becher, para el pasado colectivo nacionalsocialista, la guerra y la llamada solución final). En la creación literaria, ya se ha dicho, el nuevo orden social pretendió imponer la reelaboración epigonal de una cierta literatura anterior; hay que leer para esto el vínculo que mucho antes establece Engels35 entre las tradiciones filosóficas alemanas y el 'socialismo científico': toda una sociedad rehén de una mitología del XIX (relacionado con esto, y puesto que de acuerdo con la forma oficial de la doxa marxista ya se poseía la piedra filosofal, la germanística de la RDA fue siempre bastante poco cosa). Se suele leer que la casa se construyó con el material que había, que las estructuras mentales -una cierta ética laboral, los hábitos de sumisión al poder estatal, etc.- sortearon casi intactas las varias formas del poder desde 1871; al final, ya en los años 80, los episodios eran ya demasiado grotescos, y la prohibición de la revista soviética Sputnik no fue el menor (nadie se responsabilizó de la medida). Y de nuevo la paradoja, porque el poder de atracción de aquella literatura sobre los lectores de más allá de las fronteras de la RDA se conservaba como en las décadas anteriores; Ch. Wolf, Ch. Hein, H. Müller, V. Braun publicaban trabajos de indiscutible rango literario.

Es también un hecho indisputable que el sistema del 'segundo estado alemán' no ejerció ni por asomo la brutalidad del nacionalsocialismo. Había limitaciones: restos de una cierta tradición humanitaria, la opinión pública mundial, la imposibilidad misma de aplicar el terror sistemático por parte de un régimen necesitado de alguna aquiescencia en la población. Sobre todo la existencia del estado vecino; su nacimiento mismo como estado parcial ha determinado el destino de la RDA hasta el último día, y en razón precisamente de esa no homología entre estado y nación al SED nunca le hubiera sido posible llevar a término su programático proyecto utópico. Da un poco de risa que desde 1990 los que desde siempre han predicho todo empezaran a recitar la salmodia de la prevista inexorabilidad del declive. Pero todavía en septiembre de 1987 Erich Honecker era recibido por Kohl en Bonn como jefe de Estado con todos los honores del protocolo. Y el SED era disciplinado y fiel a 'la línea' como ningún otro partido del bloque oriental, y su policía y su ejército cumplieron estrictamente órdenes, también su disolución final. De nuevo H. Mayer: “Die Deutsche Demokratische Republik ist im Grunde nicht nur an der Mißwirtschaft erstickt, auch an der Lüge”36; la mentira radical sobre la situación económica en primer término (los diarios de B. Reimann todavía hacia 1970 ofrecen muchas confirmaciones), que también definía la enajenación entre estado y ciudadanos.

Una nota casi final en la melodía del ciclo de vida de la RDA fue la pieza teatral de Christof Hein Die Ritter der Tafelrunde, estrenada en Dresde meses antes de la implosión de 1989. El caballero Keier hace balance: “Wir haben unser Leben für eine Zukunft geopfert, die keiner haben will”. Solo que el futuro era avistado desde un pasado en descomposición, cuando cualquier proyecto imaginable había sido yugulado por una herencia real y atroz. Se ha visto que los escritores ejercieron en ello un importante influjo político, formativo e informativo, en particular quienes supieron guardar alguna distancia, aunque siguieran vinculados al Partido; es el caso de St. Hermlin. En sus Frankfurter Vorlesungen se ha preguntado Böll por las razones de la escasa literatura burguesa o moderna de Berlín desde Fontane; y bien, en los 60 del siglo pasado Loest, Hilbig, Reimann y Neumann han puesto rostro demoníaco a esa carencia. En su importantísima novela Elf Uhr (1981) Neumann ha sentado un principio que quizá sorprenda por lo dostoyewskiano: “[...] der Sog der Poesie ist das einzige, moderne, Argument gegen die, tödliche, Gegenwartsgrammatik der Diktatur”37. Después de todo quizá pasen por ahí las líneas de ruptura, quizá el arte pueda sugerir caminos de regeneración cuando son inexistentes o impensables esas libertades públicas tan enaltecidas por, digamos, un Rawls. Los textos de Neumann se sitúan en la dignidad poética, una dignidad contra la Gegenwartsgrammatik del poder, que solo desapareció con su colapso del mismo.



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1Schulze (2012).

2Sabrow (2010).

3Una fórmula que precisamente Schulze encuentra extraña. No se habla nunca de, por ejemplo, “das ehemalige Dritte Reich”.

4Moro (1997: 41).

5Bahro (1980: 252).

6Ibid.

7Havemann (1979: 93).

8Ash (1999: 97).

9Por ejemplo Reimann (2008: 241).

10Reich-Ranicki (1991: 14).

11Gauck (2012: 9).

12Havemann (1958: 57).

13Harich (212 y s.).

14Mayer (1991: 13).

15Müller (1972: 359).

16Mittenzwei (2001: 167).

17Hermlin (1974: 197).

18Sacristán (1967).

19Horn (2003: 36 y ss.).

20Lukács (1977: 40).

21Lukács (1977: 235).

22Mittenzwei (1951: 93).

23Sacristán, en “Sobre el estalinismo”.

24Havemann (1978: 130).

25Citado en Mittenzwei (2001: 297).

26Mayer (1999: 188).

27Citado en Eisenbeis (1997: 109).

28Jens (1966: 28).

29Jens (1966: 29).

30Loest (1991: 317).

31Loest (1991: 317).

32Hilbig (2000: 126).

33Hilbig (1994: 41).

34Reimann (2008: 47).

35Engels, “Vorbemerkung zur französischen Ausgabe”, en “Die Entwicklung des Sozialismus...”.

36Mayer (1995: 161).

37Neumann (1999: 156).