Hartzenbusch: un dramaturgo y traductor en nuestra casa
Ángel Repáraz
Profesor de Alemán en el IES ‘Lope de Vega’
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Juan Eugenio Hartzenbusch (Madrid, 1806-1880), dramaturgo y crítico teatral, poeta, fabulista y responsable de la edición de clásicos españoles -Calderón, Tirso de Molina y Lope de Vega; también agregó al Quijote abundantes notas textuales-, es conocido de muchos por el drama romántico Los amantes de Teruel (1837). Y bien, a los interesados en la lengua alemana y a los germanistas en general nos interesan singularmente sus traducciones, de que hablaremos. Hartzenbusch debe sernos asimismo familiar porque en 1854 fue nombrado director de la Escuela Normal, sita entonces en el edificio que ocupamos, y aquí tuvo su vivienda, con jardín, durante unos años. Todavía se hablaba entonces de la “Calle Ancha de San Bernardo” (Galdós, el primer Baroja incluso).
Hijo de española y alemán, Hartzenbusch pierde a la madre con dos años; el padre, un ebanista arruinado en aquellos tiempos convulsos, se instala en Madrid en 1815 con un nuevo taller. El muchacho cursa sólidos estudios con los jesuitas; son los años del llamado trienio liberal o progresista (1820-1823), cuyas realizaciones eliminará de un plumazo la restauración absolutista de Fernando VII en 1823. La violencia que se ejerce entonces desde el poder es terrible; en 1824 y en un solo mes unas 1.200 personas son ejecutadas de distinto modo, todos atroces. El joven Hartzenbusch debe trabajar en talleres de ebanistería -el padre ha enfermado-; se casa muy joven, enviuda, vuelve a contraer matrimonio. Como estenógrafo se incorpora a la plantilla de la Gaceta de Madrid en 1834, más tarde es taquígrafo del Diario de Sesiones del Congreso. En 1847 ingresó en la Real Academia Española, de la que sería director (1862-1875). De Hartzenbusch, un liberal alejado del ejercicio político -no siempre, puesto que de joven fue miliciano nacional-, los que lo conocieron destacan ek carácter disciplinado y ordenado y la sencillez. No fue, desde luego, un arrebatado romántico a la manera de Espronceda, su amor fueron más bien los clásicos. Hartzenbusch, correcto en sus modos y elegante siempre, muere en 1880.
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Tras dos intentos dramáticos poco exitosos de primera juventud -refundiciones de piezas ajenas-, en enero de 1837 estrenó con un éxito fulminante en el Teatro del Príncipe su drama Los amantes de Teruel (luego retocaría repetidamente el texto). Larra que, aunque tres años más joven que Hartzenbusch, moriría -voluntariamente- semanas después, tuvo un juicio crítico muy favorable para la pieza del colega (Larra también escribió teatro, como sabemos). Probablemente sea cierto lo que suele leerse en el sentido de que aquí Hartzenbusch ha querido componer “la gran obra española sobre el amor” ensayando, en un contexto medieval muy fácilmente ‘transportable’ al XIX, la imposibilidad del encuentro amoroso, que sólo puede tener lugr en la muerte de los amantes. De 1839 es La redoma encantada, una ‘comedia de magia’, a la que siguieron otros dramas, no siempre a la altura de su acierto inicial -Doña Mencía (1839), Alfonso el Casto (1841) o La jura de Santa Gadea (1845), que él sin embargo reputaba su mejor obra. En los cincuenta y los sesenta, cuando los fulgores del incendio romántico eran ya sólo recuerdo, publica y estrena todavía dramas de alguna entidad, El mal apóstol y el buen ladrón entre ellos.
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Hartzenbusch es autor también de artículos costumbristas. También Larra los ha escrito, aunque luego se ha apartado de ese camino; su pasión literaria y periodística (y política) le reclamaban otras formas expresivas. El liberal Hartzenbusch no da el salto del radicalismo, por más que su percepción del lado risible de aquel Madrid nos resulte hoy evidente. Aquí nos importa señalar la concomitancia entre la fábula y el costumbrismo: ambos géneros comparten el detalle precisamente observado y una cierta voluntad ejemplarizante, o moralizante. No es tan extraño que el XIX español nos ofrezca multitud de fabulistas que, a su modo, educaban ‘en valores’ a una sociedad tradicional.
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Tenaz y voluntarioso, Hartzenbusch simultaneó el trabajo de ebanista con el aprendizaje de lenguas, y comenzó pronto a traducir y adaptar obras por cuenta propia. Desde 1823 hace traducciones de teatro del francés, y más tarde vierte piezas de Alfieri, Voltaire, Molière, A. Dumas, etc. De Friedrich Schiller tradujo asimismo algunos poemas, ‘Las campanas’ (Das Lied von der Glocke, de presencia frecuente todavía hoy en los textos escolares alemanes) y ‘La infanticida’ (Die Kindsmörderin) entre ellos. No tardaría en publicar fábulas en revistas como el Semanario Pintoresco Español, que luego recogió en forma de libro con otros artículos, también de costumbres, en 1843. Lo relevante es que ya había descubierto a Lessing; otras colecciones de fábulas son de 1848 (dos), de 1861, 1862, etc. Su versión completa de las fábulas de Lessing apareció agregada a las Fábulas de Esopo (Barcelona, 1871), que había traducido E. Mier. Lo que parece fuera de duda es que el estímulo de sus lecturas alemanas inyectó nueva sangre -en ocasiones con un visible mordiente de crítica social- en la fábula en nuestro país, de antiquísimas raíces clásicas y orientales. Sabemos que, además de Lessing, el madrileño conoció y en parte tradujo poemas y fábulas de Gellert, von Hagedorn, Gleim, etc., autores todos de la Ilustración o el prerromanticismo (el llamado Sturm und Drang). Hay que decir también que ya en sus Fábulas de 1843 hay, además de las de procedencia alemana, otras de ingleses o extraídas de colecciones francesas; tampoco desdeñó como material fabulístico el folklore español o los clásicos del XVII. Sus traducciones alemanas son, en cualquier caso, las de un escritor con clara conciencia de su objetivo, y aquí tenemos seguramente la explicación de lo a primera vista arbitrario de ciertas elecciones sintácticas o léxicas. Hartzenbusch es escritor, pero también adaptador, sin perjuicio de algún que otro error de lectura.
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El género fabulístico es aleccionador y popular, también en sociedades no letradas. Esto es recogido luego, y potenciado, por la Ilustración europea, de que Gotthold Ephraim Lessing (1729- 1781) es muy insigne representante en Alemania (Lessing es, además, desde muy pronto un periodista que confiere a la crítica literaria de su país un rango de que hasta entonces carecía). En 1753 y 1755 da a la luz seis tomos en octavo de sus Escritos, el primero de los cuales tituló Canciones, odas, fábulas, epigramas. Sus colecciones de fábulas en prosa y verso -también las posteriores-, son en parte procedentes de fuentes antiguas, y también suyas. La fábula esópica es una ficción, pero una ficción con intencionalidad, nos dice Lessing. Seguramente es aquí donde Hartzenbusch, que ya había escrito fábulas, ha percibido resonancias con el escritor alemán. Porque para Hartzenbusch, como para su modelo, la brevedad y la precisión del relato se funcionalizan educativamente, para insistir en el derecho que asiste a todos al proceder independiente y autónomo, eligiendo libremente las condiciones del desarrollo personal. No hay por qué obedecer siempre y en todas partes, y menos pensar y sentir como se nos exige: he aquí el credo de Lessing, que Hartzenbusch traduce y adopta en una forma literaria ‘menor’ cuyos contenidos son intuitivamente asimilables por un público con un nivel de instrucción que entonces no podía ser elevado.
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La obra primera de nuestro autor respira el romanticismo literario de un Madrid que historió Galdós. Al poco de morir Fernando VII (1833), Hartzenbusch está todavía bastante lejos de los treinta años, ya hay conspiraciones carlistas; las provincias del Norte están a punto de la insurrección a cuyo frente no tardará en ponerse Zumalacárregui, un militar profesional. Entre tanto, en Madrid, Larra asume la defensa apasionada de los valores ilustrados; así, sus ataques a Mendizábal de 1836 denuncian la adopción de los ideales liberales por las nuevas clases del dinero de la desamortización. Ahora bien, los historiadores de la literatura nos señalan que Hatzenbusch, con Larra y los demás, ve el romanticismo principalmente en clave francesa. Sorprende que España, el país ‘redescubierto’ en su literatura clásica por el potente romanticismo alemán, no preste alguna atención a Schlegel, a Novalis o a Eichendorff, Hartzenbusch tampoco.
¿A qué responden las fábulas de Hartzenbusch en el XIX literario español? Precisamente la novedad de las de Lessing fue señalada por el propio Hartzenbusch en un prólogo de 1843; el ilustrado alemán, nos dice, deja adivinar al lector el sentido de la fábula -carecen de moraleja-, que es así sujeto activo de su educación. Lleva razón Alborg cuando observa que las fábulas de Hartzenbusch, las propias y las traducidas, son prosaicas, pero de un prosaísmo buscado, que eleva estéticamente los temas vulgares. Esto tiene que ver con su público, ya decimos, que conoce bien la literatura costumbrista, un público premoderno, si se quiere, por cuanto el costumbrismo pretende ofrecer una protección (crítica) contra un mundo sometido a cambio. Estas fábulas sin moraleja explícita con zorros, osos y cigüeñas locuaces propiamente hablando la tienen, la que encomia la aplicación, el trabajo perseverante, la astucia o la previsión ante la malicia ajena: las virtudes de una burguesía urbana que empezaba a modernizarse. Dejando de lado las traducciones aisladas de Goethe, Heine o Schiller que ya circulaban entre nosotros, las de Hartzenbusch son la primera recepción algo sistemática de literatura alemana en nuestro país. La puesta de largo del pensamiento alemán entre nosotros, que comienza con la traducción de la obra de Krause, vendrá después.
Material utilizado para esta nota
Hartzenbusch, J. E., Los amantes de Teruel. La jura de Santa Gadea, introducción y notas de Álvaro Gil, Madrid: Espasa-Calpe, 1935
Mariño, F. M., Las fábulas en prosa de Lessing y la traducción de Hartzenbusch, Valladolid: Servicio de Publicaciones de la Universidad, 2007
Marx, K., La España revolucionaria, edición de Jorge del Palacio, Madrid: Alianza, 2009
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Mesonero Romanos, R., Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa, Valladolid: Maxtor, 2009
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Zavala, I. M. et alii, Romanticismo y realismo, tomo 5 de Francisco Rico, Historia y crítica de la literatura española, Barcelona: Crítica, 1982