(Almost) 2 weeks in another city. Del diario turístico y (algo) poético de una visita a San Francisco.
Ángel Repáraz
I/ 15 de marzo
Decido como primera providencia que mi punto de observación inicial de la ciudad sean las ventanas de la habitación del hotel -de cara al oeste, la bahía muy al fondo-, muy apto como tal cuando la llovizna se afana sobre San Francisco. Tengo delante edificaciones que, en general, son arquitectónicamente vanguardistas, o victorianas, o modernistas; la Pirámide Transamérica está al fondo. Hasta tengo un misterioso edificio ya algo vetusto a media distancia, con ventanales altos y delgados -e iluminados hasta tarde, compruebo en los días que siguen-, y decido que allí se está filmando la adaptación de una Gothic novel americana. La skyline amenazante de la ciudad nocturna parecía echársenos encima cuando nos aproximábamos en un coche de Uber (muy solicitado en las ciudades norteamericanas, me dicen). Y bien, para acometer el programa viajero que me he propuesto los reflejos mentales piden principio, es decir, poner literatura (americana) en las sensaciones -el todavía enigmático B. Traven pretendía haber nacido en San Francisco, Ambrose Bierce escribiendo aquí su descacharrante Diccionario del diablo-; es así como se empieza.
II/ 16 de marzo
Es la ciudad decimotercera del país y la cuarta de California -pero la Ópera de San Francisco es la segunda mayor compañía operística del país-, con unos 850.000 habitantes que, en su expansión por la bahía, se convierten en una conurbación de unos cuantos millones. Hoy desde temprano prueba uno de los más vistosos rostros del catálogo: el de la ciudad como caldea, o levítica, de silenciosa dureza estatuaria bajo la llovizna y con edificios como levantados sobre los cálculos de unos druidas occidentalizados. Ha cambiado la lengua vehicular -pero la de los monjes franciscanos españoles que fundaron en 1776 su misión en lo que es el barrio de, precisamente, Mission, continúa subterránea en medida nada insignificante- y el origen étnico de los augures, pero las funciones y los réditos del dominio no cambian: una ciudad de cómitres desmemoriados y muy sensibilizados al olor del dinero. Más pedestremente va sucediendo la significación mínima de las cosas, que en un café pueden ser los pulgares marfileños y curvos de las manos de algunos negros, tan sorprendentes. Llueve entre tanto y vuelve el sol; es sabido que la ciudad cuadriculada tiene buen tiempo varias veces al día. “San Francisco is 49 square miles surrounded by reality”, estableció Paul Kantner, un músico. El Galbraith anciano le daría la razón: “Lo que predomina en la vida real no es la realidad, sino la moda del momento y el interés pecuniario.” También se lee mucho que, con Nueva York, es una ciudad de excepción, no muy representativa del estilo de vida del americano; aunque es probable que también esto esté cambiando con la nivelación inducida por las revoluciones digitales. Lo que sí se ve en ciertas calles es multitud de dropouts, que, se diría, 'lo llevan' sin mucho drama, arracimados en cualquier espacio abierto. “Los pobres deben sentirse avergonzados de su dependencia”, escribe con furor veterotestamentario Robert Malthus en su Ensayo sobre la población de 1798; o sea que se las arreglen solitos. Filmore Street arriba (o abajo, según) la ciudad juega a las casitas henryjamesianas de vez en cuando. No es ciudad para pedestrians (peds en la inevitable reducción americana), lo que es lástima para ellos porque para una persona visual -un Augenmensch- la sorpresa de esas construcciones es casi continua, pecios trasladados del naufragio de un Nueva York antiguo, pero con colores que pueden fascinar (el terremoto de 1906 y los horrendos incendios que siguieron dejaron solo un descomunal montón de ruinas). Tampoco debe uno perderse la epifanía luminosa de algunas calles en pendiente que exhiben frondosos y afirmativos robles, a veces clavados casi en medio de la calzada.
III/ 17 de marzo
El trabajo de adaptación del que llega del extranjero europeo incluye los frecuentes tropezones con la cultura material local y sus gadgets, un poco divergentes en casi todo: la puerta del baño en el hotel no tiene pestillo, uno necesitará un adaptador para el ordenador, tendrá que acostumbrarse a la numeración de los pisos de los inmuebles, que empiezan por la planta baja como piso primero, etc. En un segundo grado habrá que prepararse para la irrealidad declarada por el citado Kantner, y aquí el reajuste ocular es más duro, por mucha americanización cinematográfica que llevemos encima los europeos (tampoco estaría mal que uno se pregunta qué es Europa, y dónde está, y si es algo homogéneo, y si, pongamos por caso, la región murciana y Schleswig-Holstein tienen algo en común). Advierto también que una cultura tan intensamente marcada como la japonesa tiene una fuerte presencia en varias manzanas del barrio del hotel (qué diferencia con el Chinatown). En cuyo lobby, a todo esto, cuelgan dos cuadros singulares. En uno de ellos la linda cabecita de 'La joven de la perla' de Vermeer contextualizada en el cuerpo de la camarera de un bar que atiende los pedidos; el otro reproduce el intimismo urbanita de Hopper, solo que el anuncio luminoso exterior del bar anuncia que el local está dotado de wi-fi. Dos casos de la reescritura cultural que parece necesitar un pueblo de historia corta y memoria más corta todavía. En el Museo Minero de Ficherman's Wharf, un barrio costero, los pioneros de mitad del XIX -mineros, buscadores de oro- son descritos como figuras de una lejanía cultural venerable.
IV / 18 de marzo
Hacia las 8:00 y poco esta gran ciudad de servicios ya casi ha salido de sus sueños algodonosos; el anonimato algo reservado de las grandes construcciones de acero acristalado tarda más en despertar. El 'New York Times', edición nacional, nos servirá como brújula de orientación. ¿Puede servir? En sus páginas se publicitaba ayer un best-seller sobre la inmensa tolvanera de redistribución del dinero conocida como crisis económica de 2006 -y de los años que siguieron- y cuyo título es The first-class crisis, de una tal Diana B. Henriques. Máxima calidad siempre, prestaciones óptimas, no hay que decirlo. Hoy quiero testar durante la mañana si la ciudad humedecida, un poco brumosa todavía, preserva algo de las capas geológicas de un pasado desvanecido. Supérstite es muy en primer término la librería City Lights, en la Columbus Street, fundada entre otros por Ferlinghetti (que, nonagenario ya, no se acerca mucho por allí). 'Howl' -escrito ya en San Francisco (1956) con el empujón del peyote y publicado con una introducción de W. Carlos Williams-, inventario de algunos desastres biográficos de Allan Ginsberg, trajo aquí sus armónicos beat; En la carretera de Kerouac es del año siguiente. Todo esto era la repulsa de unos jóvenes, ¿y qué impugnaban? Me lo pregunto porque según Krugman en un libro relativamente reciente “el verdadero período de 'crecimiento extraordinario' fue el de la generación posterior a la segunda guerra mundial, cuando el nivel de vida vino a duplicarse.” Hay otras capas, que uno adivina más profundas: el San Francisco de Jack London, el del soberbio poema 'The Golden Gate' de Frost. Las iglesias budistas de múltiple observancia están diseminadas por un barrio y otro, las numerosas católicas también, o las de la Christian Science o la Presbyterian Church in Christ. Pero en cualquier caso in principio el verbo de nuestra ciudad fue vehiculado por las películas y la literatura -D. Hammett, J. Houston- y el bereshit se consumó por tanto en el celuloide y en la página impresa, y esos fueron nuestros nutrientes. Las calles están moduladas hasta la lejanía por una orografía gibosa; y viendo a la gente pasar, que suele sonreír y que tiene casi siempre el Thanks a lot o equivalentes en los labios, a uno le viene la terrible sospecha de que los malos modos de Madrid no tienen nada que ver con las urgencias económicas, o con las crisis, que la cosa viene de muy antiguo. San Francisco hasta tiene su Little New York, dan ganas de llamarlo así, en el downtown (ah Petula Clark, años 60). Por todas partes se oye español, como se ha dicho, con la excepción, sospecho, de los consejos de administración de las corporaciones representadas en ese downtown, donde probablemente la única lengua de trámite sea el correoso jackal English. Una sociedad narcisista al máximo: en la televisión proyectan una serie sobre 'Los Kennedy', que recupera una época muy reconocible todavía; el patriarca del clan -embajador de los Estados Unidos en Londres en los años anteriores a la conflagración de 1939 y en su moral personal en absoluto una religiosa adoratriz- se nos hace una sufriente paloma cuando desespera de no poder impedir la guerra mundial inminente. Una época crónicamente pop traduce de continuo todo al gusto de su resultado, el average man.
V / 19 de marzo
¿Una comunidad nacional en estado de rapto enajenado y 'estructural', unos sujetos alienados en sus mentes por la universal oferta consumista, es decir, por la definitiva y gozosa invasión por todas partes de “los cánones plebeyos del gusto” que desdeñaba Veblen? Las cenizas del bueno de Herbert Marcuse están hace bastantes años en su Alemania natal, y uno diría que con él terminó el entero recorrido de validez de una filosofía que cuestionaba toda una cultura. Pero sigamos intentando detectar algunos estilemas para nuestra poética posible de la vida urbana que observamos; así, los matices cambiantes del ocre en las fachadas expuestas al sol marino, costero, o los edificios cúbicos, amazacotadamente cúbicos, de las primeras décadas del XX, o los troles de los autobuses que se afanan por calles de pendiente alguna vez inusitada, o los nombres de los locales que van girando en diagrama ante nuestros ojos: Piece of Heaven, The Fat Angel. Las grandes ilusiones del American dream, de los padres fundadores, de la nueva frontera y del destino manifiesto, etc., etc., ¿no estarán en una cierta homología con otro gran sueño profético del siglo XX, mucho más corto y mucho más presto en convertirse en una pesadilla, el del tramo primero de la revolución soviética? (Como tarde a comienzos de los 30 ya había cristalizado la insoslayable nomenklatura). Una inesperada confirmación de esto la encuentro en Verdú: “La idílica Revolución americana se encuentra a estas alturas tan humanamente fracasada como la de la URSS. El aura de las utopías inaugurales se ha apagado en América con las desigualdades sociales, los controles policiales de la intimidad, […], los más que tolerados abusos de las corporaciones, las discriminaciones sociales y raciales...”.
VI / 20 de marzo
La happiness es religión nacional secularizada desde la Declaración de Independencia -”Todos los hombres han sido creados iguales; han sido dotados por el Creador del derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad”-; yo supongo que ahí acecha ya mucho del individualismo de la cultura americana. La gran industria que sostiene ese tinglado es omnipresente. Ahora, por lo menos tres mujeres distintas incriminan al presidente -¿un putero de alta gama?-, al que recuerdan los encuentros habidos con él, con alguna de ellas, además, with unprotected sex. Durante toda la mañana el canal de la CNN lo ocupan en exclusividad presentadores/as y las declaraciones de tertulianos/as expertos/as en el asunto, que exhuman otras trapacerías del presidente. Uno se pone entonces un poco barojiano: a mí dadme, sí, días de cielo cubierto, a ser posible con algo de lluvia; sobre todo no me deis un presidente que, por ejemplo, propone solucionar los tiroteos indiscriminados que protagonizan algunos lobos esteparios enloquecidos de las high schools… armando a los profesores. Mis queridos alumnos y alumnas, hoy os quiero explicar las ecuaciones apofánticas con el kalashnikov que tanto amo sobre la mesa, no me lo toquéis mucho. ¿Y si obscenamente el National Anthem -el rito, todos con la mano en el pecho- estuviera siendo desplazado por el el tableteo de esos fusiles que los diecisiereañeros pueden adquirir sin dificultad en una tienda de armas?
VII / 21 de marzo
Orillando, si tal es posible, la sociología y la tentación de las consideraciones generales y otros expedientes holísticos para no decir lo que de veras suele interesar, voy a saludar por un rato -omnes in omnibus, el universo en la brizna de hierba pascaliana- a esta bendita lluvia que es un importante oboe en la orquesta de la “changing light” de la ciudad, a la que ha sido tan sensible Ferlinghetti -que la opuso a la luz pearly de París. En el comedor del hotel ya durante el desayuno a la lluvia del fondo se superponen las voces de 'autoridad', esa authority de los patanes del éxito empresarial que sueltan sin desmayo memeces muy bien articuladas (repiten mucho technological).
VIII / 22 de marzo
Por Embarcadero pasea gente mayor blanca, un poco prisioneros de una corrección y una politeness aprendidas y que se les pueden convertir en un corsé, muy al contrario de la libertad de movimientos observable en otros grupos étnicos. Es otro de los días/cebra de San Francisco, con un sol tímidamente tropical al que no mucho después toma el relevo la grisalla de la lluvia. La clave para todo es technology, sigo oyendo, también para un presidente infantilizado y su equipo. A very important moment for our country - y los dólares son mencionados en billions como el agua que fluye. El 'New York Times' -que lo azacanea sin cesar en editoriales y artículos firmados- sin embargo ve muy pocas ventajas en esa pretendida protección arancelaria frente a China que ahora ensaya Trump (se menciona mucho a China en los medios). Y otra cosa que no se tarda en percibir: el abismo cultural (también en la educación tradicional) que separa a los Estados Unidos de Gran Bretaña, por mucho que acaparen los americanos los primeros puestos del ranking unversitario de Shangai. En los vestíbulos del City Hall, abierta al público, está expuesta fotocopia del certificado de matrimonio de Marilyn Monroe con Joe diMaggio, JAN 15 1954. Los vinos californianos, por lo demás, detestables – y no pondré aquí las marcas francesas que parecen haber colonizado esta terra incognita. De vuelta al hotel y de nuevo toda la programación de CNN para Trump: a quién echa y a quién no, sus putitas, su Rusia, su negativa cerrada a admitir lo más mínimo: no ha habido collusion, de eso nada. Trump, tamborilea M. Wolff sin descanso, es un hombre de negocios incapaz de leer un estado de cuentas, un outsider perfectamente ajeno a la lógica de las élites. John Brennan, director de la CIA con Obama, hace otra severa descarga contra el presidente: “Cuando sean conocidos la auténtica dimensión de la venalidad de usted, su infamia (turpitude) moral y su corrupción política, ocupará, deshonroso demagogo, el lugar que merece en el cubo de basura de la historia.”
IX / 23 de marzo
De modo que pisoteando todos mis propósitos iniciales me lanzo al intento de una Teoría General Unificada de los resultados de mi aparición fugaz en San Francisco. El primer encuentro con el país ha sido una agente de policía en la aduana del aeropuerto de Oakland: hierática, irritada, distante. Ha visto mi pasaporte y continúa con su inglés deliberadamente impositivo, parco, confusionario. Solo que en la pechera lleva una galleta de identificación: Gallardo. Los hispanos: te pueden devolver la propina si les dejas calderilla en la mesa donde has tomado algo, e imponértela en la mano. Eso es también parte de la ciudad, entrada a un micromundo que se cierra con cremallera por el vértigo del Golden Gate. Está también la dentición costera del interior: Sausalito -ostentación de un yacht-club, ostentación también en las viviendas que retrepan la colina-, Oakland, Palo Alto. (En Sausalito y con un café delante vuelvo al 'New York Times' del 20 pasado que he traído conmigo, uno de cuyos editoriales remata así su alegato contra el presidente: “Entre tanto, Mr. Comey, Mr. MacCabe y otros que se enfrentan a los insultos y provocaciones de Mr. Trump debieran recordar la vieja advertencia sobre el riesgo de pelear a brazo partido (wrestling) con un cerdo. Solo saldrás cubierto de barro […].”) Aunque asentada en la irrealidad, San Francisco sigue siendo América; uno se sienta en cualquiera de los restaurantes de la ciudad e intenta entender lo que se dice: si la reunión no es familiar estarán hablando de dinero. Y eso que nos han vendido San Francisco como si fuera el París de Henry Miller, estación final para todos los outcasts. Claro que -otra cara del dinero desigual- en algunas calles del downtown y ya a mediodía te pueden abordar unos tipos nada recomendables.
X / 24 de marzo
Sábado en una ciudad que en ciertos barrios es muy turística. (Audacibus) annuit coeptis es Virgilio -Eneida, X, 625- y está en los billetes de dólar: 'Favorece (mis) empresas (audaces)'. Es lenguaje de otro tiempo, el de los independentistas cultivados. Entre las voces poéticas de la ciudad actual yo me quedo con la de Ferlinghetti; sin la urgencia un poco compulsiva de Ginnsberg o Kerouac, su muy fina sensibilidad descriptiva se adhiere al paso de los días. Otro buen poeta ha sido Gregory Corso:
No, can't imagine myself married to that
pleasant prison dream
En la actualidad al ejercicio de un sueño sin prisiones le están poniendo dificultades, las dimanantes de la banda en torno al presidente, nada cultivada. Veblen otra vez: “Los rasgos que caracterizan al estadio cultural depredador […] y que indican los tipos de hombre más aptos para sobrevivir bajo el régimen de status, son (en su expresión primaria) la ferocidad, el egoísmo, el espíritu de clan y la falta de sinceridad, el abuso de la fuerza y el fraude.” ¿Se puede añadir algo al retrato de D. Trump? Ahora resulta que Nixon sale mejor parado en la comparación con Trump, que va a caer también, lo predicen muchos (¿va a caer?, son ya 16 meses que está cayendo...). En las librerías -muy pocas- de la ciudad baja ocupa lugar preferente Fire and Fury, el sangriento ajuste de cuentas de M. Wolff con el presidente: un desvergonzado vendedor, un playboy multimillonario, un hombre asombrosamente primitivo para el autor; añado que el 19 de septiembre pasado y en la sede de la ONU ha prometido “totally destroy North Korea” si es forzado a ello. Y sin embargo, por el lado de la realidad la América joven palpita y se defiende. Veo en televisión que por todo el país serpentea una 'Marcha por la Vida' por el control y regulación legales de las armas de fuego. Enough is enough, oigo, ya está bien de los baños de sangre en los colegios públicos.
XI / 25 de marzo
Sale un sol alborotado para la parade de la despedida. En el aeropuerto largas colas para el check-in de la multitud de compañías aéreas de bajo precio que compiten y se zurran bien la badana. Y que pueden imponerte un delay en la salida, como es el caso, esta vez de 24 horas, luego de dos más, y luego... Te alojan en un hotel, cierto, y el trato que recibes es excelente. The story's end. M. Wolff lleva ya no sé cuántas ediciones de su Fire and Fury, apoteósica denuncia del búfalo que ha entrado en enero de 2017 en la Casa Blanca (de vuelta he visto el libro, también en inglés, en el aeropuerto de Barcelona). En el control de salida del aeropuerto de Oakland no falta al final un hombrecito oriental e iracundo que le palpa bien a uno el área genitourinaria en el cacheo. Un mundo. Pero en San Francisco's City Lights Bookshop se lee: “Abandon despair all ye who enter”.
Material utilizado
Ferlinghetti, Lawrence, Ferlinghetti's Greatest Poems. Nueva York: New Directions Publishing, 2017.
Galbraith, J. Kenneth, La sociedad opulenta. Barcelona: Planeta/Austral, 2012 (1958).
Galbraith, J. Kenneth, La economía del pudor inocente. Barcelona: Crítica, 2007 (2004).
Krugman, Paul, ¡Acabad ya con esta crisis! Barcelona: Crítica, 2012 (2012).
Veblen, Thorstein, Teoría de la clase ociosa. Barcelona: Orbis 1987 (1899).
Verdú, Vicente, El planeta americano. Barcelona: Anagrama, 1996.
Wolff, Michael, Fuego y furia. Península: Barcelona 2018 (2018).
Madrid, 12 de mayo de 2018