Una subjetividad ‘nacional’ - miradas alemanas sobre la Italia de la postguerra. Una breve selección.

Ángel Repáraz

Madrid

1. 

El estudio presente podría entenderse en principio unidireccionalmente como la idea que algunos miembros significados del campo literario alemán (o austríaco) se han ido formando de Italia (y de los italianos) en el período indicado; no es, dicho al pasar, un ensayo sobre literatura. Y bien, se verá que no es fácil, metodológicamente acaso tampoco posible, desvincularlo de consideraciones en la dirección inversa: es decir, sin tomar en cuenta la manera como han actuado en el imaginario italiano los vecinos del norte, incluidos sus prejuicios. Así, la imagología se nos aparece en su estructura misma como pasible de bidireccionalidad y por el momento sin mayor nitidez en su determinación conceptual. Por lo demás, estas notas no se pretenden tributarias del rigorismo académico, y desde el título son selectivas. En fin, nos interesa aquí someter a nuestro ámbito de estudio a una especie de, sit venia verbo, ‘cura de contigüidad’ con modos de pensar anteriores tenaces y filiables en general como la Völkerpsychologie, muy al uso en tiempos en que se establecer identidades colectivas. Y nos interesa por la probada irrelevancia de esta última, si bien es cierto que creencias así tienen raíces muy profundas en el devenir europeo. Una importante excepción para su tiempo es Croce, con I doveri e il dovere (1941): “Non ho mai creduto […] al mito dei popoli e delle razze e dei loro caratteri indelebili [...]”.

No puede ignorarse que Goethe representa una genial anticipación de la literatura de viajes con su Italienreise. Pero después y antes también está la figura de viajeros como Winckelmann, o K. Ph. Moritz, o Wagner y un etcétera erudito prolongado. Y todo ello sin perjuicio de las páginas italianas (Palestrina) del manniano Doktor Faustus, o Tod in Venedig y su ulterior contrapunto de postguerra Der Tod in Rom, de Koeppen, o ese delicioso documento que nos ha legado F. C. Delius desde el vientre de su madre (!), embarazada de él por la Roma de los 30 (Bildnis der Mutter als junge Frau, 2007). En suma, nuestra selección es un tanto arbitraria tanto en sus límites temporales como en sus representantes y contenidos (Thomas Mann no tiene una novela tan netamente ‘italiana’ en ambiente y atmósfera como la de su hermano Heinrich con Die Kleinstadt, 1909). 

Es acuerdo común, obvio casi, que cada individuo está vinculado a formas de integración social que acaban generando constituyentes específicos del grupo al que pertenece (“We pick up what our culture has already defined for us”). Y bien, esos mecanismos son numerosísimos y susceptibles de ser continuamente ‘reactualizados’, y no sin riesgos. Mario Pollo ha señalado que el Yo o identidad personal “parece frágil frente a la complejidad de la actual cultura social o de la fantasmática presencia del simulacro de los otros.” Y en otro paso: “Los juicios de los otros y las reglas del mundo influencian en el modo como nos valoramos a nosotros mismos.” El juego de los simulacros, por tanto, y nuestra dependencia del ajeno en la estructuración del propio; todo esto puede ocasionar serias disfunciones comunicativas. Está la vigorosa personalidad de Croce y su formidable monografía sobre Goethe (1919), extemporánea para su época; mucho más tarde (1950) denuncia a “una degenerada Alemania, que no nos había ahorrado su vieja soberbia y su desprecio.” O, citando otro ejemplo, tenemos el caso de Pavese, que en su diario no pierde una palabra política sobre las batallas decisivas de la guerra o la capitulación de Alemania – ¿prudencia, solo prudencia? -, pero que el 9.IX.1946 se permite este inexplicable registro: “Las mujeres son el pueblo enemigo, como el pueblo alemán.” Luego, pasado el vendaval, lee a Schelling, a Lukács y a K. Löwith.   


2.

No hay que decir que el país está saturado de ciudades icónicas; desde Siracusa a Trento la densidad histórico-cultural italiana es sencillamente colosal. De acuerdo con un orden convencional un tanto vetusto ya, si Florencia ‘es’ para los ingleses (Ruskin ha dicho algo al respecto) y Venecia para los franceses (Proust, etc.), Roma, y desde el XVIII, constituye un imán, parece que irresistible, para los alemanes. Ahora bien; con todo y el entusiasmo de cientos de años por la Bella Italia, el conocimiento real del país en Alemania continúa siendo hoy en día meramente superficial. No es raro en absoluto que no sobrepase el desorden gubernamental, el papado, la mafia y una excelente cocina - en verdad que con un conocimiento así es algo arriesgado emitir juicios.

Goethe va a Roma en 1776 y allí experimenta una regeneración en las bases de su persona catalizada por un cierto (e interesantemente selectivo) descubrimiento del clasicismo; tanto que cuando toca regresar a Weimar se encuentra en una situación delicada: “De la Italia rica en formas me vi arrojado a la informe Alemania y tuve que cambiar el cielo claro y despejado por otros turbios […]. Mi entusiasmo por lo lejano, por objetos apenas conocidos, mi sufrimiento, mis lamentos por lo perdido […] y nadie comprendía mis palabras.” Goethe es aquí un Unikum como creador de una ‘dinastía’ - la de los amantes de la Italia depositaria del tesoro clásico. Todavía largos años después de su regreso del viaje italiano Goethe reconocía que podía afirmar que solo en Roma experimentó aquello que constituye el ser humano (Mensch).

Un eslabón nada insignificante en la celebrada querencia alemana por el sur es la escritora Marie Luise Kaschnitz (n. 1901), que con 23 años se estableció en Roma, y Roma ocupó su ser desde, como tarde, su primer volumen publicado, un extenso ciclo poético que tituló Ewige Stadt – Romgedichte. ‘Abschied von Rom’, su último poema en términos absolutos, pertenece a una poesía de veracidad íntima; sus poemas dedicados a Roma comprenden un período temporal de 35 años, con algunas ausencias, y son variaciones sobre la inevitable Roma, contexto de una vida. En Rom (1936) hay una confesión: “Königlich, Rom, hast du mich immer empfangen”. A cierta distancia, la vivencia italiana de Wolfgang Koeppen (n. 1906), en algún sentido emparentada a las de Goethe o Bachmann en su asertividad, dejó huellas que todavía percibimos en la citada novela Der Tod in Rom  (1954), sin la cual no se entiende bien la Alemania de la posguerra y la era de Adenauer. Parangonable casi en la incondicional aceptación goethiana de otra cultura en principio ajena, Ingeborg Bachmann, (n. 1926), escribe en 1955 a su amigo el compositor H. W. Henze: “Mir tut der ganze Körper weh, so arg ist mirs nicht in Italien zu sein.” Solo que la austríaca sabe distanciarse de la tradición de una Italia que todavía estimulaba el ensimismamiento. No ha estilizado este país como allí donde die Zitronen blühen, sino que sencillamente desde el comienzo vive el país vecino como un segundo y entrañable hogar. Nada de esto la ciega ante determinados estados de cosas, por lo demás, no hay más que ver lo que escribía por entonces: sus artículos para Radio Bremen y la Westdeutsche Allgemeine Zeitung (recogidos ulteriormente como Römische Reportagen) proporcionan una pintura próxima a la vida de la capital italiana en los años del boom económico.

I. Bachmann se había establecido en 1956 en la Piazza della Querzia e hizo amistad con la princesa Caetani, una americana que formaba parte de la nobleza romana por matrimonio y que editaba la revista Botteghe Oscure. Su salón era uno de los puntos intelectuales de encuentro en la ciudad; los alemanes, por lo que leemos, solían quedar impresionados con la naturalidad con que se trataban los más diversos grupos. A mitad de los 60 Alfred Andersch, que había conocido la Italia de la guerra y del cautiverio - había desertado de la Wehrmacht en suelo italiano -, puede observar en el café cómo se le acerca Alberto Moravia, esbelto y elegante: “el más democrático de los escritores de Italia” tenía, al parecer, el aspecto de un oficial prusiano. La otra cara de la realidad de entonces es que al comienzo de los 50 Italia era un país todavía mayoritariamente agrario; en 1951 solo un 7,4 % de todas las casas de vecinos disponían de electricidad y agua corriente. Y la inmigración interna del sur al norte entre 1955 y 1971 afectó a unos nueve millones de personas.


3.

Andersch, (n. 1945), ha sido un transmisor cultural de primera y autor de features, traducciones, trabajo editorial, etc. A mitad de los 50 y en su actividad de redactor cultural se ocupa con la literatura y cultura italianas y descubre a autores como Bassani, Pavese y Vittorini al público lector alemán cuando las novelas y las películas italianas todavía eran algo desconocido en Alemania. De Hans Magnus Enzensberger (n. 1929) son las magníficas Italienische Ausschweifungen (1987). “Abro el primer periódico italiano que me llega a las manos y ya me encuentro en un gigantesco luna park… ¡Quinientas liras en el kiosko y ya estoy viajando con el un tren infernal! Por todas partes conjuras, hombres en la sombra, logias clandestinas, melodramáticas guerras entre bandas, incomprensibles intrigas de palacio […]. La realidad se convierte en una fotonovela.” Descubrimos pronto que el crítico, que parecía fungir como advocatus diavoli, es en realidad un enamorado de lo italiano: “Italia no solo está a la cabeza de la importación de whisky de malta y de champán, es también el país de Europa donde se traduce más aplicadamente.” “Todo faroles”, le contesta el nativo, “¡Sobrecompensación! ¡Complejos de inferioridad!” Y más adelante: “Un extremista. Odiamos la igualdad. La despreciamos… El comunismo en Italia es un chiste. Ya la palabra camarada es una exageración.”

“Mein Weg ist ohne Erbarmen”; así se autopresentaba Bachmann al comienzo de las Poesías completas. Esta voz lírica y desgarrada, con una novela terminada - Malina - y otras en preparación cuando murió, volvió a Italia una vez y otra huyendo de la impiedad en su relativamente corta vida (que perdió en Roma en 1973). Resulta singular que en esas Poesías completas sean muy exiguas las alusiones a Italia; pero sus imágenes son poderosas. La vida italiana durante decenios prácticamente se ha esfumado de su poética; hay como un pudor, una necesidad de puerto seguro y discreto, y el subtexto se llama Roma. De otro poema suyo: “In mein erstgeborenes Land, in Süden, zog ich […]”.  

Ferdinand von Schirach (n. 1964) ha evidenciado con la ficción, una ficción en general muy permeada de realidad documentable, que las heridas de la historia reciente no están cerradas, no del todo. En 2011 publicó el competente jurista y novelista (y nieto de Baldur von Schirach, en su tiempo jefe de la Juventud Hitleriana) una novela, Der Fall Collini , que recupera un pasado de dos colectividades nacionales que no puede declararse sin más voluntaristamente concluido; Collini, Gastarbeiter de alta cualificación en Alemania, ha esperado casi toda una vida para acabar con el asesino de su padre, un SS-Sturmbannführer disfrazado pertinentemente en su nuevo avatar como alto directivo empresarial de la postguerra. 


4. 

Por aquellos años y en el volumen 4 de Il Verri ve la luz una antología de poetas de lengua alemana (Celan, Bachmann). Es una señal de cambio de agujas, y surge el Gruppo 63, singularizado por su cuestionamiento de “la cultura crociana”. Se traduce a Wittgenstein y a Husserl al italiano. Alguna editorial alemana (Zig Zag Italia) se dedica por completo a la cultura italiana, y el Istituto Italiano di Cultura de Viena desempeña también un papel importante. En la Feria del Libro de Fráncfort de 1988 Italia es Gastland, pero todavía la mirada autocrítica de los italianos colisiona con las miradas desde fuera. La escritora alemana Maike Albath (n. 1966) recoge declaraciones de un miembro reconocido del establishment cultural, Suso Cecchi d’Amico, que hace la retrospectiva áspera de una Italia poco a poco lejana: “Era la Italia de los soliti ignoti, la de los escándalos, de la legislación sobrepasada, del milagro económico y de la coyuntura, la Italia de la televisión, […], de los moralistas y los estafadores. […]. Con todo esto apareció un tipo italiano que existe desde siempre. Un Maquiavelo, que toma la vida de modo cómico y con una relajada inmoralidad y de vez en cuando con plena desesperación. Nuestros cómicos representan en lo bueno y en lo malo a Italia. Sordi y Tognazzi, Gassman y Manfredi italianos. Esto nos rodea.” Pero un día aciago se produjo una mutación en algún subsistema social, y un fenómeno como las Brigate Rosse y los atentados terroristas (otra herencia del fascismo) no pueden ser tratados ya como comedia.    


5. 

No se necesita un utillaje sociológico refinado para convencerse de que Silvio Berlusconi venció en las elecciones gracias a los canales televisivos, que hicieron desvergonzada propaganda del programa político de su dueño. El gobierno que Berlusconi formó con los neofascistas y la Lega Nord precipitó en 1994 al país todavía más en la confusión. Poco después fue depuesto; pero en 2005 está de nuevo en el poder; y todo esto tiene que haber contribuido a la asimetría entre Roma y Berlín, lo que se llamó estraniazione strisciante entre ambos países y/o gobiernos. Pero puede que no sea sensato pisar el terreno minado por ciertos movimientos recientes; ‘Der Spiegel’ ha llamado a Berlusconi (2003) muy discutiblemente ‘el padrino’ (der Pate). La imagen de la Italia política en Europa descendió ciertamente en los últimos tiempos del mandato de Berlusconi; pero todavía para Enzensberger en los 80 si entre los países visitados Suecia ocupa el punto más bajo en una escala de simpatías del autor, Italia está a la cabeza.


6.

Thomas Mann (n. 1875), por más que solo laxamente puede ser incluido en nuestro arco de tiempo, ha dejado testimonio de un gusto muy simpatético por lo italiano que es, como en el caso de Andersch, Koeppen, Bachmann, Enzensberger, Ortheil, Grünbein, etc., la asunción afirmativa de una determinada realidad histórico-nacional y cultural. En Mann al mismo tiempo oponiendo, algo quiméricamente, un ‘alma nórdica’ a otra ‘mediterránea’, oposición que deja entrever un cierto prejuicio de la Bildung alemana (en Mann en absoluto universitaria y/o académica, como podría parecer). Reduciéndolo un tanto elementalmente, Mann ha apostado por Settembrini (ilustrado, compasivo) frente a lo demoníaco de Nafta, a quien sin embargo tan bien parece conocer.

Primo Levi era italiano (turinés), como es bien sabido, pero por circunstancias biográficas con la mente fatalmente virada hacia lo alemán. Se questo è un uomo (1947) es un clásico entre los múltiples libros sobre los campos de confinamiento y de muerte; éste puede verse como la exacta devolución de visita de las multiseculares críticas alemanas al vecino del sur. Claro que en el lado del tratamiento en alemán de lo indecible encontramos también a autores de nota como J. Améry, E. Kogon, V. Frankl y hasta la novela Jakob der Lügner de Jurek Becker, un judío de habla alemana que conoció Auschwitz casi de niño. Como quiera que sea, es la bien conocida ‘ruptura de civilización’ operada por el exterminio judío europeo la que imposibilitaría, según sentenció famosamente Adorno, la poesía después de Auschwitz. Los hechos lo han desmentido, incluso al precio de activar ampliamente la pulsión autodestructiva (a la que sucumbieron primero Celan, después Jean Améry y finalmente Levi). Sí, se ha poetizado y filosofado después de y a pesar de la casi imposibilidad ontológica representada por los Lager, y en el cometido de publicitarla los italianos exhiben un impresionante palmarés: Primo Levi, E. Traverso, G. Agamben, etc..

Bachmann tiene frases de un elocuente amor por Italia: “Gelernt habe ich etwas von den Italienern, das ist schwer zu erklären. […]. Es sind nicht de Schönheiten, [...]. Ich habe hier leben gelernt.” Son palabras de 1955, curiosamente el mismo año de los poemas de Kaschnitz en Römische Betrachtungen, que emocionalmente no están lejanas de Bachmann. Más político, Enzensberger se pregunta ‘ingenuamente’ qué hay detrás de fórmulas como ‘típico italiano’. “¿Qué es lo típico? ¿La ópera o la mafia? ¿El cappuccino o los sobornos? ¿Maquiavelo o Mussolini? Cada vez que alguien afirma que esto o lo otro es ‘típico italiano’, uno quisiera dar un salto de impaciencia, volcar la silla y abandonar la habitación. ¿Hay algo más aburrido que la ‘psicología de los pueblos’, ese enmohecido montón de basura de estereotipos, prejuicios, idées reçues […]?” Y sin embargo parece que no pueden ser eliminadas, acaso por la función regulativa que pueden ejercer en el mejor de los casos. 

A principio de febrero de 1929 un preso político italiano hacía en su celda traducciones tentativas del alemán: “[…] de momento solo hago traducciones, para entrenarme un poco; mientras tanto pongo en orden mis ideas.” No abandonará su propósito en los años siguientes en lo que para él es ya el infierno personal de la prisión de Turi. Antonio Gramsci, seriamente enfermo y psicológicamente al límite, se aventura en la lengua alemana con las fábulas de los hermanos Grimm. Los cuadernos 15, 19 y 26 contienen traducciones de ellos, de la primera parte de un volumen sobre lingüística de F. N. Fink, de un número especial de la revista ‘Die Literarische Welt’, de parte de las conversaciones de Eckermann con Goethe, etc. - Gramsci o la reciprocidad cultural germano-italiana en condiciones personales atroces. 

No hay palabras finales en estas asignaciones colectivas de items de negatividad y/o positividad. Recordemos a Jung: el objeto de nuestro odio es algo que, muy en secreto, reconocemos en nosotros mismos. El hecho es, además, que cada vez más nuestro mundo va a estar administrado - ‘implementado’ - por la Inteligencia Artificial y las incesantes, casi mensuales revoluciones en los gadgets digitales; todo lo cual acrece nuestro parecido mutuo y, simultáneamente, nuestro desinterés por el otro, los otros, con un paralelo debilitamiento de los límites de la identidad grupal, muy singularmente los nacionales. Quizá sea de los autores considerados Durs Grünbein quien mejor representa la banalidad que suele imputarse a nuestras prácticas sociales desde, por lo menos, Baudrillard. La masacre de las Fosas Ardeatinas o Marzabotto se han borrado en la mente de demasiada gente; si bien para Jürgen Habermas, del lado alemán, es decisivo que la Alemania reunificada mantenga vivo el recuerdo del genocidio. Europa vive un cambio de fase en un mundo con actantes extraeuropeos cuya fuerza no se sospechaba todavía hacía poco. Orlando Paris ve en esas rupturas de la continuidad histórica las vías de penetración posible de las “las nuevas retóricas aberrantes”, de nuevas formas del racismo, etc. Todavía estamos a tiempo de hacer algo. 


7. Material utilizado

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Madrid, 29 de mayo de 2024