El aforismo desde la mentalidad científica. Sobre una colección de citas del neerlandés Willem Frederik Hermans (1921-1995).


Ángel Repáraz


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No mucho después de acabada la última guerra europea, en los Países Bajos novelas como Las noches (De avonden, 1947, propiamente 'Las tardes'), de un entonces jovencísimo Gerard van het Reve (1923-2006), “hacen saltar todos los esquemas hasta la fecha conocidos y dejan fluir la corriente de la vida diaria.” Otros protagonistas de ese movimiento son escritores asimismo noveles como Willem Frederik Hermans o Harry Mulisch (1927-2010; y Mulisch ha insistido hasta el final en el ejercicio de la memoria dolorosa, y por buenas razones biográficas; su Sigfrido, una historia imposible en el núcleo del nacionalsocialismo, es de 2001). Hermans, el autor que nos interesa ahora, ha dejado una obra importante, deudora en lo fundamental de una determinada idea -nada novedosa- del mundo: la civilización europea tal y como la conocemos tan solo es una tenue capa que oculta el lado horroroso de la naturaleza de las personas, siempre al acecho. Como quiera, la novedad de entonces, conocida en la historia literaria como ontluisterend realisme (realismo impactante o insospechado), es asociable a los tres autores mencionados, 'los tres grandes' (de Grote Drie).


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Hermans nace en Amsterdam en 1921, de una estirpe luterana de maestros y panaderos; las relaciones con los padres son difíciles desde pronto, también con su hermana, dos años mayor. Pero el suicidio de ésta en 1940 -lo comete acompañada de un primo-, al llegar los alemanes, cambia en él muchas cosas. Comienza estudios de Geografía social en la Universidad de Amsterdam, que cambia poco después por Geografía física. Pero cuando los ocupantes le reclaman un juramento de fidelidad, prefiere dejar la universidad. Todo era incierto: algún amigo próximo fue ejecutado por los ocupantes.

Intenta vivir de la pluma tras la liberación, algo muy complicado en aquel contexto. Colabora en diversas revistas literarias, Criterium y Podium sobre todo. En la primera de ellas publica por entregas lo que en 1949 aparecerá como libro, Las lágrimas de las acacias (De tranen der acacia's), su segunda novela y una no poco estremecedora descripción de la ocupación. Se doctora con una tesis escrita en francés en 1955; en septiembre de 1951 ha viajado por España y algunas notas del viaje serán recogidas después en El universo sádico (Het sadistische universum, de 1964). Años después se las arregla para provocar una considerable sacudida en la opinión pública de su país, cuando en múltiples artículos denuncia como impostor y colaborador al presunto héroe de la resistencia F. Weinreb, un judío que, como quedó probado, había sido extorsionador durante los años infaustos. El Instituto Real de Documentación sobre la Guerra neerlandés resolvió la cuestión a la postre con un informe aniquilador para Weinreb.

Es profesor ordinario en Groningen hasta 1973, año en que lo deja para irse a París, harto de conflictos -se había constituido incluso una comisión parlamentaria, según cuyo dictamen Hermans empleaba las horas lectivas para escribir sus novelas-, al objeto de dedicarse por entero a la literatura (al parecer en Entre profesores -Onder professoren, 1975-, y en algún apunte de nuestro libro también, por cierto, se encuentra un ácido ajuste de cuentas con el academicus neerlandés). Desde París envía columnas periodísticas con pseudónimo. En 1977 recibe el Premio de las Letras Neerlandesas, y antes y después abundantes más, casi todos los cuales rechaza (excepto el anterior y en 1949 el Essaypreis der Gemeinde Amsterdam). Muere en Utrecht en 1995.

Hermans ha poseído un inusual talento para titular sus novelas, colecciones de relatos o poemarios; hemos citado Las lágrimas de las acacias; de 1952 es una novela corta sobre la ocupación, Siempre tengo razón (Ik heb altijd gelijk), que por otro lado le costó un proceso por difamación. El nombre de una narración experimental, “El dios pensable pensable el dios” (De God denkbaar denkbaar de God), es un palíndromo al nivel de los sintagmas, y un brillante ensayo recogido en El universo sádico puede leerse como una imagen poética: “¿Puede dar señales el tiempo?” (Kan de tijd tekens geven?). “Mandarines en ácido sulfúrico” (Mandarijnen op zwavelzuur, 1964), es un escrito batallador y controvertido, y otra de sus novelas se presenta como las Memorias de un ángel de la guarda (Herinneringen van een Engelbewaarder, 1971). Dos títulos de volúmenes de poesía requieren también una mención: Horror Coeli en andere gedichten (H. c. y otros poemas) y Hypnodrome (Hipnódromo); marcadores indirectos todos de la algo caótica mitología que se ha ido creando el autor en su escepsis reiterativa: “Creo que soy del tipo de escritores que siempre están escribiendo el mismo libro.”


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A Hermans se lo considera el autor neerlandés más destacado y tajante de la postguerra; en sus dos novelas más conocidas, El oscuro cuarto de Damocles (1958, De donkere kamer van Damokles) y Nunca más dormir (1966, Nooit meer slapen), estructuralmente clásicas ambas, se diría que la trama es simple soporte para el desarrollo de una tesis que es un fatum: el protagonista de ambas se acaba por dar contra el muro del absurdo, en el primer caso con consecuencias mortales. La aparente racionalidad instrumental de las conductas observables -leídas- no puede ocultar el sinsentido total; El oscuro cuarto..., probablemente la de más interés, es recorrida por un ambiguo miembro de la resistencia, Henri Ousewoudt, que al término evidencia haber tenido un nulo control sobre su propia vida. De su contacto para los atentados, un tal Dorbeck -que es físicamente idéntico a Ousewoudt-, se ha perdido toda pista cuando el activista ha de dar cuenta al final ante los muy severos ingleses. ¿Ha existido realmente Dorbeck...? (John le Carré ha admirado mucho la novela). Nada sentimental y con una honestidad algo brutal, Hermans no es lo que se dice simpatético, pero sí muy atento al misterio último de las conductas.

Au pair (1989), cuando menos en traducción desarrolla una acción farragosa y algo incomprensible. Novela tardía, fallida para algunos, fue mal recibida por la crítica. También aquí los personajes actúan como transmisores o representantes de abstracciones no explicitadas, solitarios/as que malinterpretan la realidad en torno a ellos y que parecen sentirse como teledirigidos/as por una libertad en la que no creen mucho. “La única dicha que puede encontrarse en este mundo es la dicha en la esclavitud. La dicha en la libertad no existe.”


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El volumen de que se ocupan estas notas está constituido por 198 fragmentos, extraídos de la obra hasta entonces publicada de Hermans (y 28 de los cuales corresponden a pretendidas apocriefe uitspraken, 'opiniones apócrifas'). Hay que advertir de que en 1972, fecha del florilegio, la obra del autor no estaba ni mucho menos concluida, toda vez que éste fallecería en 1995, y permaneciendo activo y publicando casi hasta el final. Algo chocante es ya que el autor no haya contribuido con un prólogo, o una nota. La selección que es Hellebaarden ('Alabardas') tiene el mérito de ofrecer una excelente sección transversal de una obra que estaba in progress.

Hermans, se afirma en la introducción, no ha sido autor de aforismos; y en cierta ocasión ha escrito el propio autor sobre “la epilepsia (de vallende ziekte) de escribir aforismos”. Solo que su práctica literaria impugna abrumadoramente lo anterior. Como Goethe, Hermans es muy citable, orfebres ambos de frases que son como bloques con suficiente autonomía discursiva. Aquí domina el racionalista de la vieja escuela. “El ser humano es un proceso químico como cualquier otro”, es el enunciado que abre el libro, por lo demás de un reduccionismo sencillamente falso. Es muy de su gusto planear sobre el viejo debate humanidades / ciencias positivas, que suele especificar mal: “... es claro que la verdad del historiador en comparación de la del científico natural no es mucho más que una fábula, un mito o el sistema delirante (waansystem) de un paranoico.” (Los subrayados en el original del autor). Hermans no parece haber conocido a Dilthey, y además su elección dice algo de la historia cultural de los Países Bajos, que sin embargo ha conocido científicos y filósofos de nota que eran asimismo sobresalientes humanistas, Huygens y Spinoza son muy buenos ejemplos. Señalemos que la obra de nuestro autor incluye novelas, narraciones cortas y ensayos, pero también escritos científicos y filosóficos. Sorprendentemente en un cierto paso hay una oposición entre “las ciencias exactas, cuyo desarrollo es cada vez más increíble, y los filósofos [...].” Y otra punzada: “El hombre es un ser consciente en una medida mucho más reducida de lo que piensan teólogos, filántropos pedagogos y polemólogos.” (Nótese la insólita división que introduce ahora entre los 'humanistas'.)

El humor es aquí casi siempre vecino del sarcasmo. O de la paradoja, porque Hermans puede detenerse a enumerar algunas ventajas de una juventud problemática (o desagradable, een onaangename jeugd). Por lo general es ese humor de una tonalidad cromática bastante oscura, y por ahí se acerca alguna vez al otro cuerno del dilema de Snow, al de los escarnecidos literatos, de cuyo gremio, después de todo, forma parte, e importante: “Un ser humano, tal cosa no es más que un cadáver envenenado con vida (een met leven vergiftigd lijk).” Alguno de sus comentarios ácidos nos recuerda que Brecht ha escrito cosas muy parecidas: “Los débiles no pueden permitirse el lujo de una conciencia moral (een geweten).” Si el escepticismo a veces lo lleva al callejón sin salida solipsista -”En el fondo no creo que sea posible entender realmente a los otros”-, otras y con frecuencia le aporta lucidez; así, cuando considera que no hay ninguna razón para suponer que la era geológica caracterizada por el registro fósil 'hombre' vaya a tener una duración eterna. Y la mirada que dirige en 1971 a sus compatriotas neerlandeses del tiempo de la ocupación no es lo que se dice entusiasta: “[...] no queda mucho más de los Países Bajos de la época de la ocupación que una asfixiante comunidad de impotentes, cobardes, incompetentes, soñadores extravagantes (fantasten) y traidores […].” Nuestro escritor tiene mucho de un Thomas Bernhard neerlandés.


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Es el intelectual de formación científica ejerciendo como francotirador, y hablando de todo desde su posición: del control de nacimientos, del oficio de escribir, de las formas religiosas. Una figura poco habitual en nuestro hemisferio cultural, donde las intumescencias barrocas duraron demasiado, algo que acaso tengan relación con el erial científico que dejaron tras de sí. Sin grandes ropajes doctrinarios, Hermans es libérrimo en su implícita manera de vivir las propuestas existencialistas: irreverente, cuestionador, iconoclasta, sin ilusiones. Así, sobre los costes reales de los procesos históricos: “Incluso si alguna vez se implantara el paraíso en la tierra, tampoco entonces podría ser rectificado el hecho de que durante cientos de miles de años las cosas hayan tenido que ser de otra forma.”

¿Es un gran novelista? ¿Lo fue Sartre, que también reaccionó al vacío que siguió a 1945? Se tiene la impresión de que en ambos autores primaba la urgencia comunicativa en una situación insólita. Pero tampoco se ve la obligación de seguir siempre los humores de un autor que odia a los ingleses, un odio que no argumenta. Hermans está realmente en forma en el ensayo polémico, o insultante; en julio de 1951 se permite poner cosas como la que sigue en negro sobre blanco: “Escupo sobre todo tipo de cosas, sobre vosotros, sobre Sukarno [presidente de Indonesia a la sazón], sobre la reina, sobre todo.” El Consejo municipal de Amsterdam lo declara en 1986 persona non grata en razón de unas conferencias que había dado tres años antes en Suráfrica. Ahora bien, Hermans, que estaba casado con una no blanca -nativa de Surinam-, siempre había abominado del apartheid; hay que pensar que era más bien la opinión de que él se encontraba por encima de esas cosas (no volvió a pisar su ciudad natal hasta 1993, después de que el Consejo revocara la disposición).

Habrá denostado todo lo que quiso el aforismo, pero en ocasiones puede ser un maestro de la forma a la altura de Cioran: “Génova, 28 sept. '65. Ver a un hombre que camina con una lápida sepulcral a la espalda. ¿Quién no?” Seguramente la más persistente de sus elecciones intelectuales, lo vemos a cada paso también en Hellebaarden, es el lugar preeminente que asigna a la ciencia como única explicación legítima (pero parcial) del mundo humano moderno. “Escribir novelas es hacer ciencia sin pruebas”, ha dicho en algún lugar; pero sus silogismos truncos -entimemas- no siempre convencen. En un artículo de agosto de 1945 publicado en un periódico belga Hermans somete a una partición muy suya a los escritores de la nueva generación, que serían 'realistas racionales' o 'fantasiosos irracionales'. Es sencillo ver que su obra contiene elementos de ambas posiciones. Y sin embargo en algún momento ha visto al escritor en general como alguien que ejerce un menester redentor, que hasta bautiza como “nihilismo creativo”.

“La literatura neerlandesa no tiene cuerpo, solo codos”: carente de clarividencia no ha estado Hermans. Importa poco que su racionalismo incluya una cierta ingenuidad, por lo demás no del todo disculpable (desde los años veinte se habían venido publicado en alemán, que Hermans conocía muy bien, los trabajos de Einstein, Bohr, Planck o Heisenberg sobre el estado de la física más avanzada entonces, ya muy alejada del positivismo ciencista). Con todo, es un racionalismo escéptico y saludable, no tan alejado de B. Russell; así, Arne en Nuca más dormir: “A veces creo que la cabezonería (koppigheid) con que la gente se aferra a las tradiciones basta para abandonar toda esperanza de que la humanidad será más feliz con el auxilio de medidas racionales.” Los 'tres grandes' citados vienen de las evidencias de lo que se llamó el tiempo el desprecio: la guerra, la ocupación, las deportaciones, el riesgo de la tortura. El cuarto oscuro..., de Hermans, Entre el martillo y el yunque (Tussen hamer en aambeeeld, 1952), de Mulisch, o Las noches, de G. van het Reve, fotografían el fracaso íntimo de la época; dos generaciones después, o casi, las vigorosas novelas de Herman Koch, de Cees Nooteboom o Tim Krabbé nos sitúan ante otro mundo, que ya reconocemos sin dificultad. Las estaciones entre los dos extremos están documentadas en la obra de Hermans, que aporta un desdeñoso vibrato al largo proceso de reconstitución moral de una comunidad. “No soy solidario con nadie. Soy solo mi propio aliado, y ni siquiera incondicionalmente”. Quizá es que en su juventud tuvo demasiadas ocasiones de ver qué tipo de seres pueden llegar a ser los seres humanos.


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Hermans, Willem Frederik, Hellebaarden. Citaten uit het werk van Willem Frederik Hermans [Alabardas. Citas de la obra de W. F. H.]. Verzameld en ingeleid door Frans Anton Janssen [Recogidas e introducidas por F. A. J.]. Utrecht/Amberes: a. w. bruna & zoon, 1972.

Hermans, Willem Frederik, El cuarto oscuro de Damocles. Barcelona: Tusquets, 2009 (1958).

Hermans, Willem Frederik, No dormir nunca más. Barcelona: Tusquets, 2010 (1966).

Mulisch, Harry, Sigfrido. Barcelona: Tusquets, 2003 (2001).

Mulisch, Harry, El descubrimiento del cielo. Barcelona: Tusquets, 2011 (1997).

Reve, Gerard van het, Las noches. Barcelona: Acantilado, 2001 (1947).

Ruiter, Frans y Wilbert Smulders, “The Aggresive Logic of Singularity: Willem Frederik Hermans”. En la Red.

Snow, C. P., The two Cultures and the Scientific Revolution. Nueva York: Cambridge University Press, 1961 (1959).

Tromp, Hans, “Introducción a la nueva narrativa neerlandesa”. En: Nueva narrativa neerlandesa. San Lorenzo del Escorial: Swan, 1980.

Wikipedia, entrada Willem Frederik Hermans (en neerlandés).