El inagotable venero de la monarquía autrohúngara. Michaela Wolf, Die vielsprachige Seele Kakaniens. Übersetzen und Dolmetschen in der Habsburgermonarchie 1848 bis 1918 [El alma multilingüe de Kakania. Traducción e interpretación en la monarquía habsbúrguica de 1848 a 1918]. Viena - Colonia - Weimar: Böhlau, 2012, 433 p.


Ángel Repáraz


Hace ya unos cuantos años que se constituyeron como una solvente dirección de estudios los llamados Translation Studies, una disciplina con algo de hermana simétrica de los más célebres Cultural Studies. La estudiosa austríaca Michaela Wolf -romanista de formación- demuestra una fina conciencia de su trabajo de pionera cuando se ocupa de la investigación (histórica) sobre la traducción, que considera todavía un campo sin cultivar. La idea de base, en cualquier caso, es antigua, de Humboldt como tarde, y algo vertiginosa: todo, absolutamente todo lo que puede ser expresado en la lengua A admite ser travestido en la lengua B, salvos los casos en que la misma forma es parte del mensaje, léase la poesía. Recientemente Mary Snell ha puesto incluso fecha de nacimiento a la nueva disciplina al señalar que fue al calor de los debates teóricos de los 80 del siglo XX como acabaron cristalizando como rama del conocimiento con autonomía suficiente esos Translation Studies; en 1992 fue fundada, precisamente en Viena, la European Society for Translation Studies (EST).

El programa conductor de este grueso volumen es resumido así por la autora: “El fenómeno de la traducción [...] sirvió no solo de vehículo de entendimiento entre las culturas de la monarquía habsbúrgica y como medio de transfer cultural con 'otras' culturas, sino también – y esta es la tesis del presente estudio –, precisamente en base a las múltiples formas de su manifestación, en gran medida a la construcción de las culturas del área habsbúrgica.” Una función de estructuración creadora, nada menos.

Pasando revista a los componentes de la 'Babilonia habsbúrgica' nos encontramos con que, numéricamente, tras los germanohablantes -durante unos cuantos años el alemán, y probablemente para evitar la expresión 'lengua del Estado', fue designada como Vermittlungssprache, lengua de mediación o de servicio- y los húngaros estaban checos, polacos, rutenos, rumanos, croatas, serbios, eslovacos y eslovenos, y al final los italianos y los judíos (estos últimos no eran considerados una nacionalidad aparte, así que el yiddisch no aparecía en la relación de lenguas de la monarquía). Toda aquella Babel sumaba en 1910 una población de más de 51 millones de habitantes (incluyendo Bosnia-Herzegovina), una cifra que tampoco estaba tan alejada de la del Reich guillermino, con unos 65 millones. “El ámbito pluricultural de la monarquía habsbúrgica proporciona realce a la indagación de las cuestiones aquí planteadas precisamente en razón de su compleja composición étnica, que reclamaba todo un potencial creativo de soluciones al objeto de enfrentarse a los problemas de comunicación (también) cotidianos.”

La actividad traductora más o menos organizada desde el poder político tiene un largo pasado. En el Bagdad de los ss. IX y X, nos recuerda Mary Snell, los traductores arabizaron abundante material científico de la Grecia clásica; ulteriormente en Toledo se tradujeron al latín a gran escala trabajos científicos del mundo griego y árabe, más tarde también al castellano, creando así un tesoro de conocimiento que fecundó ampliamente la cultura occidental. Luego vino Lutero, cuyo impulso para afianzar un estándar común para la lengua alemana no conoce paralelo en la historia europea. Y en las últimas décadas del siglo pasado, y como se ha dicho, se produce la emergencia en el área lingüístico-cultural del alemán de una lingüística feminista, y Mary Snell cita a dos especialistas (Constanza) como grandes impulsoras, Luise Pusch y Senta Trömel-Plötz. Como quiera, el panorama cultural experimenta cambios profundos; Nadja Grbic enumera algunas causas: “La recepción de las pensadoras y los pensadores postestructuralistas, el interés interdisciplinar por la etnografía, la antropología estructural, el psicoanálisis, la sociología, las ciencias históricas, la teoría feminista y los cultural studies”, que superan “las concepciones tradicionales del traducir como puro fenómeno lingüístico y textual.”

La elección de los límites temporales del estudio no tiene nada de arbitraria, porque si 1848 marca un punto de inflexión en la sociedad y la política austrohúngaras, el armisticio de 1918 es el comienzo de la rápida disgregación de la monarquía multiétnica. Para la autora, muy culturalmente alemana en esto, no hay vacilación sobre el rango del objeto del estudio: la Translationswissenschaft. Sentado así el rango científico de la materia, no sorprenden ya los poderosos arbotantes que sostienen un discurso aplicado tanto “a la cuestión de qué es lo que condicionaba las construcciones culturadas generadas por la 'traducción' en un sentido amplio en el área comunicativa de la monarquía habsbúrgica” como a la elección de un modelo explicíto, el de la sociología cultural de Pierre Bourdieu. Hay que decir que los materiales (originales y traducidos) allegados en la investigación no han sido ni mucho menos solo textos literarios y que se han consultado otros de carácter religioso, textos científicos o de historia del arte y/o muchos otros provenientes de las ciencias del espíritu (humanidades en sentido amplio). El capítulo primero, “Para una ubicación sociológica de la traducción”, pone ya prudente y adecuadamente las agujas: “En el marco de una disciplina de validez universal cuyo establecimiento como tal es algo reciente en términos relativos y que sigue luchando por ser percibida (Wahrnehmung) en el ámbito público, existe [...] el peligro de inventar la rueda una vez y otra de nuevo y de 'investigar' desde el principio métodos y modelos de pensamiento que han sido probados hace mucho tiempo en otras disciplinas.”

Por supuesto que, por su carácter mismo de realidad pluricultural, el aparato estatal habsbúrgico tuvo que afrontar enormes retos en el plano de la comunicación, vale decir de traducción e interpretación. Algo de interés teórico, porque en el análisis del “sujeto kakánico” precisamente “las asimetrías de los procesos de traducción pueden ser tratadas conclusivamente por parte de una teoría cultural de orientación postcolonial, que es la que subyace al concepto de traducción aquí esbozado”. Lo cierto es que si algo sobraba allí eran las desigualdades; la oposición básica era, no hace falta decirlo, la de centro/periferia en razón del desarrollo económico desigual entre los distintos Kronländer y el núcleo austríaco -la Austria de hoy, para entendernos-; y si la Galitzia era considerada la 'periferia pobre' -pero con una asombrosa potencia para producir brillantes outsiders, de Joseph Roth a Isaac B. Singer y M. Sperber-, Bohemia sin embargo desde el punto de vista económico registraba estándares más elevados que el 'centro'. Además, y en oposición al clásico colonialismo, había más de una metrópoli (Viena, Budapest, Praga). Y bien, en aquella Babel eran asimismo demasiado visibles las tendencias represivas de la hegemónica parte alemana. Se ha hablado a menudo de la “cárcel austríaca de pueblos”, una realidad que posteriormente ha intentado ser oscurecida por idealizaciones parcialmente nostálgicas y en esto es de suma importancia la obra narrativa de Joseph Roth (muy en particular en La marcha de Radetzky).

“La práctica de la traducción en la gran estación experimental de la monarquía austrohúngara” es el capítulo más extenso, también grávido de un cierto sobreexceso de consideraciones teóricas. Como consecuencia también de los grandes movimientos migratorios -entre 1880 y 1900, en veinte años, por tanto, Viena creció un 130.8 % en su población- la necesidad social de la traducción institucionalizada se dispara tanto para las instituciones educativas y el ejército como entre el funcionariado; la autora analiza ese estado de cosas auxiliándose de abundantes gráficos. Los oficiales profesionales del ejército, donde los alemanes de lengua en 1910 representaban el 78.7 % (los húngaros el 9.3 %), tenían que vérselas con que la abrumadora mayoría de las unidades eran multilingües en su composición, lo que suponía un serio problema precisamente para aquéllos, que se veían obligados a aprender en un plazo de tres años la lengua (mayoritaria) del regimiento en que servían si querían ascender. Y para el ejército se distingue entre tres códigos: la lengua de mando, la de servicio y la del regimiento; la lengua de mando real, la del reglamento de las órdenes, era desde luego el alemán. Pero el hecho es que aunque en la vieja Austria se traducía día y noche, “la institucionalización de la actividad de traducción e interpretación no alcanzó el grado que hubiera sido de esperar del gigantesco aparato administrativo de la pluricultural monarquía.” Ahora bien, “en lo que respecta al nivel de cualificación de los funcionarios ocupados en el Departement für Chiffrewesen und translatorische Arbeiten, se requerían de los aspirantes estudios terminados de derecho, en casos excepcionales también de filología.” Y puesto que el artículo 44 de la Ley de Nacionalidades prescribía que el húngaro había de ser idioma del Estado en Transleithania -es decir, lo que estaba al otro lado del Leitha, el afluente del Danubio que desde la Edad Media constituye la frontera austríaco-magiar-, se hizo asimismo necesaria una nueva regulación administrativa, incluidas las embajadas en el extranjero. Se dieron también pasos adelante, por ejemplo relativos a la formación de los dragomanes en lo que la autora considera la única institución formativa como tal, la llamada Orientalische Akademie, que tenía que ver con el imperio otomano. Su desarrollo gradual acabo convirtiéndola en la institución propiamente preparatoria del servicio consular, oficializado en 1898 en la creación de la k. und k. Konsulakademie.

En el capítulo séptimo estamos ya metidos en la política real de traducciones en la monarquía dual. Y nos encontramos con un paralelo sugestivo con la actual situación de la Unión Europea, donde según Wolf puede hablarse de una política explícita de traducciones, y donde “existe el objetivo de, en el sentido de una 'ethnolinguistic democracy' (Fishman), hacerse cargo en el plano de los tipos ideales (idealtypisch) de las diferencias de poder de las sociedades o comunidades plurilingües mediante el empleo consecuente de traductores/as y con ello de garantizar el equilibrio comunicativo entre interlocutores implicados.” No era este el caso de Kakania, y nuestra autora, y al objeto de “bosquejar una reconstrucción de la política de traducciones en la monarquía habsbúrguica”, indaga en las causas posibles. A veces hay sorpresas; hay datos por ejemplo que hablan de un importante crecimiento en la atención pública por la literatura, y por tanto de las traducciones: solo en Viena se produjo un crecimiento entre 1859 y 1891 de 39 librerías a 115. Pero en el Ministerium für Cultus und Unterricht, fundado en 1848 -hay que recordar aquí que España no tendrá un Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes hasta el año 1900-, los asuntos relativos al arte, a la música o a la literatura desempeñaban un papel subalterno.

Los saberes italianistas de la autora brillan en el noveno capítulo, donde polemiza un tanto con Claudio Magris (y a propósito de traducciones: de Il mito absburgico, de 1963 en su primera edición, no apareció versión española hasta 1998 -y fue en Méjico; hay traducción alemana desde 1966-, lo que es todo un índice de la curiosidad intelectual en la germanística española). Para Wolf el autor “postula allí una utopía vuelta hacia atrás al hacer que los intelectuales experimenten el Reich hundido como 'un tiempo feliz y armónico, como una Centroeuropa ordenada y feérica' [...]”. (Hay que agregar, y la autora da cuenta de ello, que en el prólogo de una edición reciente Magris se distancia un tanto de las mitologizaciones primeras de aquella monarquía k. und k.). Emparentado con estas visiones está Csáky, que, siempre en relación a la monarquía austrohúngara, aludió a “la diferenciación cultural que no en último lugar resulta de la copresencia de las tres grandes religiones monoteístas.” A Wolf, sin embargo, le atrae más otra dirección discursiva porque “Viena, el centro indiscutido del poder -'Viena era más que la mera capital del reino habsbúrguico, Viena fue un estado de espíritu': Johnston”-, donde la acumulación de capital y administración condujo a una multiplicidad de relaciones de dependencia, se presta muy bien a la aplicación de la bourdieuana teoría de las formas simbólicas, de acuerdo con la cual y en este caso pueden observarse con nitidez las relaciones de poder precisamente en la fase de la aparición y de extensión de la traducciones en tanto que fenómeno social, y no menos “la dinámica de los actores e instancias envueltas en todo ello”. Y el significativo ejemplo que pone es el de las traducciones italianas: Dante entre 1865 y 1903 apareció traducido en Viena cuatro veces, cada vez en traducción distinta, Manzoni asimismo cuatro veces, Giovanni Verga seis.” Claro que “la imagen producida por el Italienische Reise de Goethe seguía estando presente.”

En fin, queda la complejidad inabarcable del caleidoscopio de las necesidades/posibilidades comunicativas en aquel “mundo de ayer”. Cuyo estudio ha admitido por lo mismo diversas aproximaciones teóricas, alguna vez algo chuscas; así, Lyotard ha asimilado la monarquía danubiana a un “estado politeísta” caracterizado antes que nada por su densidad étnica y lingüístico-cultural. En cualquier caso, el desarrollo y las transformaciones de la actividad traductora dinamizaron “decisivamente a la 'cultura receptora'”, no sin quiebras, por otra parte; y a través de esa cultura a la totalidad del ámbito cultural en lengua alemana.

Hace mucho tiempo que se sabía que la lingüística moderna y la sociología debían incorporar a su área de competencia el estudio de la traducción, que recibiría así el espaldarazo de la dignidad teórica; ahora vemos que la polaridad se ha invertido. Y esto lo ha capitalizado bien Wolf en una aproximación metódica múltiple y precisa, sin dejarse seducir por, pongamos, el aura de un Mario Wandruszka, en tiempos muy traducido entre nosotros: “Las múltiples manifestaciones (Ausprägungen) del multilingüismo tal y como han sido mostradas por Mario Wandruszka de forma parcialmente idealista no pueden engañarnos sobre el hecho de que el multilingüismo ha de ponerse frecuentemente en relación cuestiones de poder y prestigio” . Multilingüismo, prestigio, poder sobre todo: en tales casos no suele estar lejos lo que ahora se llama postcolonialismo. Que, ya se ha sugerido, puede reaparecer donde menos se lo espera; para la autora una cierta inclusión de los contextos habsbúrgicos en la perspectiva postcolonialista parece perfectamente hacedera, “y no solo a primera vista”. En otro paso observa además, y muy certeramente, que la emergencia reciente de la temática de la migración en Europa ha sometido a muy dura prueba “las concepciones culturales existentes” y lo muy poco consistente de los frecuentes llamamientos multiculturalistas.

Se trata de un trabajo formidablemente documentado; desde las primeras las páginas se hace mención de numerosos investigadores, a quienes la autora paga así su tributo de gratitud (todos ellos están bien representados en la amplia bibliografía final). Alguna vez discreparíamos sobre la prominencia de alguno de ellos -Terry Eagleton-, pero hay demasiados valores de todo punto incuestionables: Bourdieu, Genette, Habsbawm, también un clásico como el Said de Orientalismos. Está también, y muy centralmente, Bhabha, un publicista impactante a menudo con sus fórmulas - “deprivación étnica”, “mano muerta de la historia”-, bien que seamos algo más escépticos sobre el alcance de sus pronósticos: no es nada visible, por ejemplo, que se haya producido esa “revisión radical del concepto de comunidad humana” que presupone, ¿o es solo un programa? (Bhabha como teorizador será relevante, pero cuando demoniza la “cultura occidental burguesa” ya no sabemos bien dónde estamos: después de los ríos de sangre que han corrido en el siglo pasado en los conflictos de 'ideologías', ¿alguien conoce otra cultura en nuestro mundo globalizado, es decir, irreversiblemente integrado por y para los poderosos de la tierra?). No podía faltar F. Lyotard y su teoría de los grands récits, que, leemos, ha perdido vigor. Yo añadiría que este volumen está a la altura de la clásica monografía de Toulmin y Janik sobre la Viena de Wittgenstein; y además desvela multitud de curiosidades de aquella fascinadora metrópoli (así, desde el XVI hasta fines del XIX los deshollinadores de la ciudad eran casi exclusivamente italianos; y allí ha habido también editoriales italianas y publicando en italiano desde 1770, aunque aquí no es difícil adivinar el papel de los libretti de ópera). Wolf ha sido sobre todo sensible a lo que llama “la categoría de las relaciones de poder en el sistema de la traducción” en su concreta determinación como jerarquización bi- o poliglósica: siempre las relaciones de dominio. “No puede haber origen cultural primero (Ursprünglichkeit)” en las comunidades humanas, establece en otro paso, no lo ha habido nunca. Y asocia esto a la invention of tradition de Hobsbawm. Es exactamente así: no es que seamos tendencialmente híbridos, es que, una vez más, por necesidad todos procedemos de todos.


Bibliografía adicional consultada

Bhabha, Homi K., Die Verortung der Kultur. Tübingen: Narr, 2007 (The location of culture, 1993, trad. de Michael Schiffmann y Jürgen Freudl).

Eco, Umberto, Decir casi lo mismo. Barcelona: Lumen, 2008 (Dire quasi la stessa cosa, 2003, trad. de Helena Lozano).

Messner, Sabine y Michaela Wolf (ed.), Übersetzung aus aller Frauen Länder. Beiträge zu Theorie und Praxis weiblicher Realität in der Translation. Graz: Leykam, 2001.

Snell-Hornby, Mary y Jürgen Schopp, “Translation”. En: snellhornbym-schoppy-2012.pdf.

Wandruszka, Mario, Sprachen: vergleichbar und unvergleichlich. Múnich: Piper, 1969.


Madrid, 20 de febrero de 2017





Wolf (2012: 234).

M. Snell, véase Bibliografía.

Wolf (2012: 15).

Idem.

Mary Snell en Messner y Wolf (2001: 26).

En Messner y Wolf (2001: 144).

Wolf (2016: 16).

Wolf (2012: 17).

Wolf (2012: 20]

Wolf (2012: 38).

Wolf (2012: 62).

Wolf (2012: 92).

Wolf (2012: 108).

Wolf (2012: 120).

Wolf (2016: 170).

Wolf (2012: 184 y s.).

Wolf (2012: 216 y s.).

Wolf (2012: 222).

Wolf (2016: 263).

Wolf (2012: 265).

Wolf (2016: 374).

Wolf (2012: 71).

Bhabha (2007: 8).